domingo, 27 de junio de 2010

Los buenos recuerdos son mejores si se repiten.

¡Viva la metáfora, viva la repetición!














QUE ASÍ SEA...



...Y así fue:




Ahora a esperar por Alemania




viernes, 18 de junio de 2010

Mi nombre es nadie.




Alberto Lidoro Pérez se llamaba. Lo de Ulises fue una premonición quizás cruel de Luis María Raffetti, profesor de Matemáticas del Comercial n°8, en 1er año. La clase estaba en silencio, siguiendo la explicación. Lidoro (así le llamábamos todos) estaba claramente distraído, haciendo dibujos que no eran apuntes. Raffetti iba por la explicación del cuarto paso de una operación de suma algebraica, Lidoro dibujaba de memoria el escudo del Club Atlético Nueva Chicago en su carpeta, pero no le salía. De pronto la cavernosa voz de Raffetti se vio superada por el tremendo sonido de una sirena que provenía de la calle, quizás de los bomberos. Lidoro se sobresaltó tanto, que sin querer tachó el escudo de Nueva Chicago, pegó un salto que corrió el pupitre haciendo crujir las patas de hierro contra el piso de madera del salón, y quedó mirando aterrado al profesor, quien percibió todo el movimiento de inmediato. Dueño de la situación, tras un fugaz silencio expectante, Raffetti sentenció:


- Pérez, parece que usted es como Ulises, el de La Odisea: lo atrae el canto de las sirenas.


Y cómo todos conocíamos el episodio homérico (menos Lidoro, por supuesto), estallamos en risas, sorprendidos de la ocurrencia literaria de un profesor del área de exactas, quien, dicho sea de paso, se ganó el respeto entre el alumnado por su nutrida cultura general.

La cuestión fue entonces que le tuvimos que explicar a Lidoro en el recreo de qué se trataba la cosa, y a él le encantó adoptar el nuevo nombre. También le contamos lo de cómo Ulises deformó su nombre ante el cíclope. "Nadie, mi nombre es nadie", repetía el nuevo Ulises entre nuestras risas que lo incentivaban. A partir de allí, todo el mundo, en los casi cinco años de secundaria que quedaban, llamó Ulises a Lidoro, y él fue armando al personaje. Vago como pocos, pasó por la escuela estudiando casi nada y sin molestar a nadie. En los últimos años, es cierto, cuando volvimos a tener a Raffetti, éste reconoció que el nuevo Ulises tenía cierta aplicación en las matemáticas, se interesaba por la estadística, y había adquirido habilidades para el cálculo mental. Parece que la voz cundió entre otros profesores, quienes al menos cambiaron el concepto, y consideraron a Ulises como un alumno limitado, aunque esforzado. La piedad pedagógica no tiene a veces límites, y Ulises se recibió de Perito Mercantil un par de años más tarde que todos nosotros, pero se recibió.

Ah, sí, sí, lo de por qué fue premonitorio lo de Raffetti, claro. A Ulises lo atrapó el canto de las sirenas, de las sirenas de la policía. Se esmeró en dibujar hasta probar suerte como falsificador. Esa vez estuvo cerca de caer. Después dicen que se abocó a la estadística, parece que para aplicarla en estafas. Le fue bastante bien con una falsa agencia de cambio, según cuentan. Y esa vez no se salvó. Estuvo un par de años, salió y volvió a las andadas, siempre atraído por el canto de las sirenas, aunque parece que escapando de ellas con suerte dispar, como el de La Odisea..

No creo que alguna vez haya tomado muy en serio lo que le quiso decir Raffetti, ni que Raffetti, si vive, recuerde lo que alguna vez le quiso decir a él, pero como sea, la profecía se cumplió: a fin de cuentas, los oráculos antiguos eran misteriosos y siempre se concretaban de los modos más insólitos.


Ilustración: Rodrigo Acuña

sábado, 12 de junio de 2010

El miedo




Estaba en el supermercado. Los hombres a veces somos parcos en el supermercado. Una señora revisaba por todos lados un sachet de leche. Me miró aleccionadora y cómplice. Evité la mirada amablemente y seguí de largo, no necesitaba leche. La reencontré en la carnicería, la señora ya me incluía en su círculo de familiaridad, al menos en ese escenario. Mientras observaba del mismo modo inquisidor una bandeja plastificada con chuletas de cerdo, me comentó:




- Cada vez ponen menos clara la fecha de vencimiento. Hoy en día no se sabe, nada es seguro…

- Claro. -le respondí, por no decir “¡Seguro!”.

- Hay que vivir con miedo – pontificó-, hoy no se sabe qué cosa es qué. No se sabe si sale a la calle y si la violan o la matan a una. No se sabe si las mujeres son hombres disfrazados de mujer, todo está degenerado. Imagínese tener un hijo así…

- Claro, claro…

- ¿Sabe por qué? Es la droga, la droga la venden por todos lados, es un negocio y nadie hace nada para pararlo…

- (Mirada de “reflexión” o intriga: “¿hasta donde querrá llegar?”, pienso.)

- Todo está al revés, tanta corrupción, tanta locura. Hay andar siempre con cuidado, mirando a los costados todo el tiempo, cuidándose de lo que uno cuenta, ocultando lo que uno tiene, reforzando las cerraduras, poniendo alarmas, para que los ladrones, los asesinos y los degenerados anden sueltos, viviendo a costa de nosotros, que estamos indefensos. Tendrían que poner la pena de muerte para los asesinos y los traficantes que están en las esquinas, castrar a los violadores y cortarles las manos a los ladrones. Pero mientras no sea así, hay que vivir con miedo.

- Es cierto, es cierto-le respondo incómodo-. A mí me daría mucho miedo ser como usted.



Aferré mi carrito, caminé dos metros, y me di cuenta de lo que le había dicho. Enfilé para la caja. Había hecho la mitad de las compras, pero la cola de la caja rápida era corta. Pagué y me fui.

Sigo haciendo las compras en el mismo supermercado, pero no volví a ir nunca más a la misma hora. Tengo miedo de cruzarme con esa señora otra vez.


Fotografía: Ignacio Lunadei

sábado, 5 de junio de 2010

Fónica afónica (canción sombría)



Sombras sombrías
que siembran de días
nublados las vías
clavadas sin vida,
debidas de sombra;

luces sin nombre
que ya no se nombran
que ya no se borran
que ya no iluminan,
y nombran las sombras;

luces que solo
proyectan las sombras
por calles de adioses
que pueblan de voces
silencios que asombran.

Nada sobra, todo abunda,
todo luce, todo inunda;
todo falta, tierra inmunda,
hambre y fuego, frío juego.

Sobre el yermo, sobre el manto
del cemento, del asfalto,
yace el hombre ya sin nombre.
Su alma fue desparramada
en las calles que te nombran,
en la apolillada alfombra,
en las vías que se tuercen,
en las noches que florecen,
en los sueños que estremecen,
entre aplausos y palmadas,
su alma fue despedazada.

Sombras sombreras,
sombras postreras,
sombras que asombran.