Debería explicar, quizás, un silencio de más de dos años. Debería explicar, quizás, por qué de golpe y sin decir nada aparece este cuento que escribí hace más de un año. Debería anunciar, quizás, algunos cambios que en este tiempo estuve tramando para este espacio. Pero opto más bien, por dejar este texto colgado, como quien le encuentra un lugar a algo que hacía tiempo que andaba dando vueltas por ahí, y de paso, reabre y ventila un viejo cofre al que se dispone a reordenar, y así le da vida vida nuevamente. Dejemos entonces, que las palabras y los hechos hablen por sí solos ...
Que la historia hubiera
copiado a la historia ya era
suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...
Jorge Luis Borges, Tema del traidor y del héroe
La historia que sigue es
absolutamente falsa, pero como ya es sabido, eso es enteramente irrelevante.
Digamos entonces que Yuri Mijailovich Rasskazchik había nacido en la lejana Petrogrado,
algún tiempo antes de que pasara a llamarse Leningrado, allá por 1920. Sus padres, un obrero y una jornalera anarquistas, sufrieron las persecuciones de
los bolcheviques, razón por la cual Yuri debió pasar una infancia complicada, con permanentes
traslados y mudanzas. Contando Yuri con apenas un año de vida, el matrimonio Rasskazchik, que había tenido
participación activa en los movimientos obreros durante el levantamiento de
Kronstadt, partió hacia Ucrania, donde participarían más tarde de
la experiencia makhnovista hasta su definitivo aplastamiento. El padre de Yuri, En esa trágicas jornadas, Mijail, su padre, fue fusilado
por las fuerzas bolcheviques que enterraron para siempre el proyecto
anarcocomunista en Ucrania y en los confines de la Unión Soviética. Su madre,
Elena, regresa entonces a Petrogrado, adonde fallecerá unos pocos años después, a
causa de su frágil salud quebrantada por las penurias del hambre, las luchas crueles, las pérdidas y las derrotas, cuando ya la ciudad llevaba el nombre del también fallecido padre de la revolución bolchevique. Será en ese mismo aciago año de
1925, cuando la trágica aunque breve existencia de Yuri dé un giro
completo: su tía Irina lo lleva a presenciar la filmación, allí en Leningrado,
de algunos exteriores de lo que terminaría siendo El acorazado Potemkin de Sergei Einsenstein. El impacto que produjo
en el niño aquella filmación decidió el camino que adquiriría su vida, ya que
se entregó con pasión al cine, como espectador, primero, y como estudiante años
más tarde. A los diecisiete años tomó clases con el gran maestro que lo había
introducido en ese maravilloso mundo, que en aquel universo revolucionario
más que una fábrica de sueños era por sobre todas las cosas una herramienta
revolucionaria privilegiada. Para los años siguientes del stalinismo,
previos a la Segunda Guerra Mundial, Yuri se había formado como guionista y ya
había intervenido en más de una producción, así como, a escondidas, como un
designio de la sangre, se había formado en paralelo en las ideas anarquistas, a
las que profesaba silenciosamente, en sutiles y crípticas metáforas y alegorías
que se plasmaban en el montaje característico de la más pura cinematografía
soviética. Algo de eso alcanza a verse en Surovov,
película del año 1941 del gran Prudovkin, en la que Yuri Rasskazchik figura
como colaborador en el guión.
Pero así como el lenguaje simbólico
puede resultar eficiente a la hora de expresarse en un lenguaje cifrado, que a
veces sólo puede ser comprendido años más tarde, el hecho de reconocer que el
lenguaje artístico siempre tiene mensajes ocultos también lleva a los
descifradores de claves a la desconfianza y al desarrollo de un arte augural
mediado por la lente de aumento de la paranoia, especialmente en tiempos en que
los enemigos de la revolución se esconden por todas partes, y a veces los
peores son los que se disfrazan de amigos. Así es que Yuri no tardó en
caer bajo sospecha, especialmente en los años del comienzo de la Guerra Fría, posteriores al
final de la gran conflagración europea. Desde ya, su pasado anarquista
hereditario salió a relucir, y Yuri cayó definitivamente bajo sospecha ¿Qué destino
podía caberle a un inminente enemigo de la revolución, en tiempos de purgas
letales, que además era un promisorio guionista y seguro director de cine?
Como en una profecía autocumplida, Yuri Mijailovich Rasskazchik huyó a
Hollywood con la ayuda de algunos contactos en la Meca del cine que trataban de
sumar aliados a la causa del “mundo libre” en su principal centro de
propaganda. Yuri fue entonces recibido como un héroe, pero como si estuviera
condenado a una auténtica maldición dinástica, como si un sino trágico
pareciera condenarlo, no tardó en volverse sospechoso para los enemigos a los
que su propia patria natal lo había empujado a servir. Corrían del otro lado
del mundo, en el otro extremo de aquella gélida guerra, tiempos del macartismo,
y era necesario andar con pies de plomo.
Como años antes le había ocurrido
al gran inspirador de Yuri, el propio Sergei Einsenstein en su breve
experiencia americana, las miradas desconfiadas del otro poder cayeron
nuevamente sobre él. Rasskazchik tuvo entonces que hacer no pocos méritos para
demostrar que se había convertido en un “buen americano” para no caer en las
purgas censoras que el mundo libre proponía para liberarse del totalitarismo
comunista que se camuflaba en supuestos amigos que terminaban resultando
infiltrados para esta otra paranoia occidental. Es así que llegó a hacer una
letra tan buena en sus escritos, llegó a demostrar tal fe de converso, que
logró que le dieran su primera oportunidad como director y guionista. Y en
realidad, al igual que en su etapa anterior, no era que él hubiera cambiado su
credo, sino que lo seguía practicando de un modo críptico, sólo que ahora lo
hacía en un medio quizás menos entrenado para las metáforas ideológicamente
sutiles y exquisitamente artísticas. Fue así, entonces que llegó a concretar el
proyecto de lo que sería su primera y única película: El Hongo. En principio, Yuri logró lo que muy pocos en aquellos
tiempos y en aquél medio: la RKO le dio amplia libertad para la creación y la producción
(que también correría por su cuenta) a cambio de un presupuesto increíblemente
bajo para un proyecto muy ambicioso por otro lado, basado en los efectos
especiales. Para este rubro Yuri contaba con un excelente equipo de
miniaturistas y dibujantes, compatriotas emigrados y “disidentes” al igual que
él, que trabajarían a un costo casi de esclavos en el país de la libertad. La
jugada maestra de Yuri fue precisamente esa, en tiempos del apogeo del cine
clase B y el surgimiento del “cine Z”. Rasskazchik tenía asegurada no sólo la posibilidad
de filmar lo que se le antojase, sino que además contaba con una distribución
asegurada por todo lo ancho y largo de los Estados Unidos, sin que la mirada de
la censura y del temido Comité de Actividades Antinorteamericanas cayera sobre
él, por tratarse la ciencia ficción de clase B de un género enteramente
inocente, concebido para el entretenimiento más banal. La idea del guión
parecía incluso a primera vista, una metáfora que alertaba sobre los peligros
del comunismo, tal vez por eso, o quizás por cambios que parece haber
introducido sobre la marcha Rasskazchik, pasó inadvertido el giro final que
toma la historia.
El guión de El hongo era tan básico que puede resumirse a unas pocas líneas: en
un pequeño pueblo del Sur de los Estados Unidos, un humilde aunque
inescrupuloso granjero que cultiva hongos y algas alimentándolos con cierto
tipo de fertilizantes que no debería utilizar, aspira accidentalmente una
combinación de esporas que se sintetiza en su organismo como una nueva y poderosa
variedad de hongo, pero que en principio no se detecta como lo que es. El nuevo
hongo no tarda en invadir al hombre y desarrollarse rápidamente hasta matarlo,
pero es confundido por su gran invasividad y por su morfología con un virulento
cáncer de pulmón. Esta confusión provoca el descuido de los médicos del
hospital, quienes en las horas posteriores a la muerte del hombre no se
percatan de que el hongo es altamente tóxico y comienza a invadir al propio
hospital, y en pocas horas al pueblo entero. Se trataba de hacer ver, mediante
un sencillo montaje, a una mancha amorfa que silenciosamente se iba deslizando
por el suelo, las paredes, los pasillos, las calles, y que iba matando a todo
lo que se encontraba a su paso. La mancha micótica se iría transformando con el
correr de las secuencias en una inmensa masa amorfa y silenciosa, que
provocaría el terror cinematográfico con el sonido de los estragos que
produciría gracias al trabajo visual de los miniaturistas: el sonido del hongo
eran las maderas quebradas de las casas que el gigantesco monstruo devoraba
aplastando a su paso, los gritos apagados de la multitud que le servía de
alimento, los estallidos que la informe criatura ahogaba en su avance
implacable. Al cabo de unos pocos días, el hongo comienza a esparcirse por el
territorio norteamericano, de Sur a Norte, como si se empeñase exclusivamente
en destruir a la cabeza del mundo libre. En el tiempo en el que torpes remedos
de científicos pueblerinos tardan a darse cuenta de que se trata de una formación
micótica, la extraña y desconocida hasta entonces forma viva, arrasa miles de
kilómetros cuadrados, hasta que el asunto se transforma en una verdadera
emergencia nacional. Hasta allí, nada que no sea previsible en este tipo de
películas. Pero contra lo que se podría suponer, a partir de este momento no
entran en acción los helicópteros, ni los tanques, ni los bombarderos del
victorioso ejército de la gran democracia occidental, ya que se comprueba que
el hongo se defiende lanzando grandes cantidades de esporas y gases venenosos
cuando es atacado de manera violenta (a la vez que ello hubiera significado un
aumento considerable del presupuesto).
Al cabo de algunas escenas de destrucción, pánico y desesperación masiva,
un científico de acento extranjero, presumiblemente ruso disidente como el
propio director-guionista-productor, descubre que sencillamente los hongos
mueren pasiva y silenciosamente cuando se ataca su acidez con alguna sustancia
que lo alcalinice, como puede ser, por ejemplo algún tipo de sal como el
bicarbonato de sodio. La solución para la ficción es de tan bajo presupuesto
como la película misma, aunque para esta altura hará falta producir una inmensa
cantidad de un cóctel de sales para derrotar al gigantesco hongo asesino.
En el guión original, el héroe de
la historia es un joven bioquímico del hospital del pueblo sureño, uno de los
dos únicos sobrevivientes de la catástrofe original, quien a su vez salvó a la
bella enfermera del hospital que le hizo caso y que es, a la sazón, la otra
sobreviviente. El héroe, Mike (¿una críptica referencia nominal al padre de
Rasskazchik e incluso al padre del anarquismo, Mijail Bakunin?), es ignorado
por el ignorante populacho pueblerino cuando propone que se trata de un
mega-hongo, y huye a tiempo del pueblo junto con la chica a buscar el auxilio
de su maestro, que no es otro que el científico de acento ruso llamado
Krischaszak, un claro anagrama del apellido del director. Mike y Helen (claro
está, el nombre de la madre de Yuri), la enfermera, le muestran a la humanidad
el camino de la victoria interponiéndose junto con el Profesor “Kris”, como lo
llamaban familiarmente al profesor sus discípulos, en el camino del hongo
asesino, estableciendo una “ruta ácida” por donde el hongo se dirigiría, y le
cruzan en su camino una montaña de sales alcalinas que obliga al hongo a
retroceder y darle la primera victoria de este modo al mundo civilizado de la
humanidad occidental. El proyecto original terminaba con la batalla final, en
la que en la construcción del gran dique de sales alcalinas que se le antepone en el camino el gran hongo,
muere el Profesor Kris sacrificándose por la humanidad mientras nuevamente Mike
y Helen salvan su vida de milagro para que el mundo libre conozca las últimas
palabras del Profesor Kris: “estamos rodeados de inocentes formas de vida que
pueden mutar para transformarse en fuerzas enteramente destructivas. Lo que
alimenta a estas fuerzas no es otra cosa que la corrupción del alma humana que
no duda en destruir toda forma pura de vida con tal de alcanzar sus crueles
objetivos.”
La película se estrenó en 1952
con este guión, y tuvo una modesta aceptación, aunque una oscura controversia
condenó al olvido a su realizador y culminó con su promisoria carrera de
director de cine clase B. Se dice que a lo largo del rodaje del film, el
director y guionista fue introduciendo inexplicables y sustanciales cambios a
la historia, y que esta había sido la primitiva intención del director
anarquista ruso. En la versión del director se descubría los de las sales
alcalinas, pero esto provocaba una maniobra especulativa en el mercado, y los
precios de las sales se disparaban. Sin la necesaria intervención del estado,
que nada podía hacer para frenar la especulación para no atentar contra la
libertad de mercado, sólo los ricos podían pagar la sustancia que frenaba y
mataba al hongo. De este modo la capacidad de adaptación y reconversión de la emprendedora
burguesía capitalista norteamericana, le marcaba el camino al hongo, que
destruía las poblaciones pobres e improductivas que encontraba a su paso,
tierras que posteriormente se cotizarían a un altísimo precio, debido a que al
cabo de unos años del paso del hongo esas tierras se fertilizarían hasta un
punto impensado, por lo cual a la limpieza social y étnica que el higiénico
hongo provocaría en principio, le seguiría un notorio negocio en bienes raíces
que se transformaría más tarde en una explosión productiva de materias primas
que fortalecerían a la industria norteamericana, que a su vez era fundamental
para la supervivencia del mundo civilizado de la posguerra. El Profesor Kris se
opondría enérgicamente a este plan, y arrastraría en su lucha por frenar el
avance del voraz hongo capitalista a Mike y Helen, pero una hábil trampa puesta
por los fabricantes de sales los llevaría a los tres al martirio, no sin antes
dejar documentos que algún día se descubrirían y contarían lo que realmente
había pasado. En esos documentos, estaban escritas las palabras del profesor
Kris, que en este contexto adquirían otro significado completamente distinto.
Si bien Yuri pudo filmarla
íntegramente, los productores ejecutivos de la RKO intervinieron el proyecto
antes de su estreno, contrataron a un desconocido director norteamericano para
que realice un nuevo montaje y agregue algunas secuencias adicionales y
destruyeron las tomas sobrantes que había agregado Yuri. La película se estrenó
con el nombre de este director, y Yuri figuró como guionista, siendo ésta una cruel
y sutil manera de castigarlo, haciéndolo aparecer como un converso que había
utilizado sus dotes alegóricas para ensalzar al capitalismo a través de una
metáfora toscamente anticomunista. Luego de esto, se le ofreció un “trato
humanitario”: se lo despediría sin hacer ruido de la RKO, aunque con una
satisfactoria indemnización: una austera pensión de por vida en un lugar fuera
de los Estados Unidos. Rasskazchik se vio obligado a aceptar este humillante trato
a cambio de su propio silencio, que a su vez aseguraría que no lo entregasen al
Comité de Actividades Antinorteamericanas, el cual seguramente lo hubiese
deportado a la Unión Soviética, donde sin dudas habría sido ejecutado de
inmediato. Así es que Yuri vivió el resto de su vida en el anonimato, en
México, en un humilde departamento del Distrito Federal, a unas pocas cuadras
de una biblioteca adonde dicen que acudía a leer libros sobre anarquismo todas
las tardes, pero nunca jamás volvió a relacionarse con nada que tuviera que ver
con el cine. Hay quien dice incluso que el mismísimo Luis Buñuel, durante su
largo exilio mexicano, quiso tentarlo para que fuera colaborador suyo, a lo que
Yuri se negó rotundamente. Es claro que si confirmaba la verdadera historia de El hongo, la RKO le hubiera retirado la
modesta pensión. Aunque la RKO fue adquirida en 1958 por la Paramount, el trato
se mantuvo incólume. Se contaba también que a veces lo atormentaba la idea de
que si el caso tomaba cierta notoriedad Stalin lo mandara a asesinar como había
hecho en su momento con Trotsky, salvando las distancias. Era una idea
francamente ridícula, ya que nadie se enteró en Moscú de la existencia del
hongo, y desde ya que en la guerra fría había otro tipo de preocupaciones más
acuciantes que la propaganda capitalista que podría haber hecho un extemporáneo
disidente anarquista a quien ya nadie recordaba y ni siquiera sabían ya de su
existencia.
Sin embargo, la historia
adquiriría un nuevo giro tras el fin de la guerra fría: poco antes de morir, en
el año 1991, Yuri Rasskazchik le contó todo lo ocurrido a un nieto suyo
historiador doctorado en la UNAM, hijo de una hija suya nacida en México, un
joven de apellido Acevedo, y de nombre Miguel, como su bisabuelo anarquista. El
ignoto e insignificante secreto, conservado como ningún otro durante la guerra
fría, salía inesperadamente a la luz y cobraba inusitada notoriedad. Había
incluso pruebas documentales inobjetables: la primera era el guión original de El hongo. La segunda prueba era el
diario de Yuri, donde contaba paso a paso todas sus desventuras con la RKO, el
trato, la humillación, el silencio. Miguel Acevedo se lanzó entonces, sin
dudarlo, a revelar la historia a la prensa para rehabilitar la imagen de su
abuelo y denunciar no sólo la crueldad del régimen caído, sino también la
hipocresía del cruel capitalismo triunfante, que en nombre de la defensa de la
libertad había arruinado la vida de un adelantado a su tiempo. Ya nadie quedaba
vivo de la producción original de la RKO, tampoco la Paramount se preocupó
mucho por desmentir algo que ponía en tela de juicio a la desaparecida
compañía. No quedaban dudas de que la película era una potente alegoría contra
el capitalismo que superaba a todas cuantas habían surgido con posterioridad a
la época de las listas negras. Pero además Rasskazchik se revelaba ante los
ojos del mundo como un precursor de grandes cineastas del cine clase B, como
Roger Corman o John Carpenter. De pronto el viejo Yuri pasaba de ser un cobarde
y oscuro traidor, a sus ideas, a su patria y hasta incluso a quienes lo habían
cobijado en su traición, para ser un mártir del autoritarismo burocrático de
una revolución que había traicionado sus propios ideales y del capitalismo
hipócrita que había intentado erigirse como el adalid de la libertad. Una justa
recompensa para un anarquista que sacrificó finalmente su vida a los dos
poderes que se disputaron el mundo durante todo el siglo XX.
Hay, sin embargo, algo que nunca
jamás, bajo ningún concepto, Miguel Acevedo, quien prepara su segundo libro
sobre el tema (con el primero ganó lo suficiente como para vivir por el resto
de sus días como un burgués respetable), nunca revelará, porque al descubrir la
verdad definitiva comprendió que si la revelase no sólo traicionaría la memoria
de su abuelo y su perfecto plan anarquista a largo plazo, sino que además
perdería todo lo que el mismo Miguel había ganado como justa herencia de un
abuelo que mostró su desprecio al capitalismo legándole a su nieto una vida de
lumpen que puede gozar de la burla más refinada para el sistema al que
verdaderamente había despreciado durante toda su existencia. Después de todo, vivir de una mentira es absolutamente
justo para quien había considerado toda su vida al capitalismo como el más
mentiroso de todos los sistemas que pudieran haber existido en la historia de
la humanidad. Y lo cierto es que la historia de Yuri era falsa, y eso es lo que
Miguel Acevedo nunca va a revelar. Poco después de la muerte de su abuelo,
Miguel Acevedo estuvo a punto de revelar la historia tal como la recibió de él.
Pero algo, tal vez su formación académica o su simple instinto de historiador,
lo hicieron dudar de unas cuántas cosas. Comprendió que no le parecía creíble
la versión de la pensión vitalicia y el obediente silencio de su abuelo, que en
efecto, nunca había existido, sino que se trataba de una original indemnización
de la RKO, seguida de una pensión por invalidez que tramitó algunos años
después en México. Seguidamente, sometió a peritajes (sin revelar de qué se
trataba), al guion y al diario, para determinar la antigüedad que tendrían. El
resultado fue sorprendente: el guion de El
hongo databa presumiblemente de 1946, es decir que había sido escrito en
inglés (lengua que Yuri había aprendido antes de refugiarse en los Estados
Unidos) en la Unión Soviética. El diario, en cambio, se había escrito entre
1989 y 1992, y había sido “avejentado” con métodos caseros para amarillear sus
páginas. Ambos estaban escritos, eso sí de puño y letra de la misma persona,
Yuri Mijailovich Rasskazchik. Esa diferencia en las fechas le permitió a Miguel
Acevedo comprender la verdadera construcción de la mentira de su abuelo: cuando
Yuri decidió abandonar su país, ya tenía escrito ese guion para presentarlo en
su país de refugio, pero claro está, nunca podría filmar esa historia contra el capitalismo allí, y tampoco podría
hacerlo en su país, en donde ese tipo de cine hubiera sido considerado una simple
fantasía pequeño-burguesa que no respondía a la estética del realismo
socialista que se planteaba desde las altas esferas del polit buró. La curiosa
solución consistiría entonces en no filmarlo nunca, hacer una versión
pervertida y amañada del guión original, para después crear la leyenda del
filme prohibido cuando fuera el momento oportuno. Yuri, sabiendo que su
película era imposible de filmar, decidió crear un mito paciente alrededor de
ella, crear una película imaginaria, que seguramente sería infinitamente mejor
de lo que hubiera sido la real. Filmó entonces la versión “B” de El hongo, y antes de culminar el rodaje
se desvinculó del proyecto, quizás presionando con revelar el guion original,
consiguiendo que la RKO lo indemnizara como si en realidad lo hubiese
despedido, en una cantidad tan generosa como para poder comprarse un
departamento de mala muerte en el DF, en donde no tendría dificultades en
tramitar algún tipo de pensión en su carácter de doblemente refugiado. Cuando
se presentara la oportunidad (que quizás tardó más de lo esperado), fraguaría
el diario que sería la otra prueba de la historia, al menos para meterlo en
ella a Miguel, su nieto historiador. Lo demás vendría solo: la lectura del
guion, la comprensión de la importancia que podría tener la revelación, el
saber que la película se adelantaba a su época. Miguel comprendió también que
su abuelo sabría que él descubriría la falsificación como lo haría cualquier
historiador medianamente entrenado, pero que también comprendería su plan de la
película falsa e imposible, y el potencial que había en ella como
multimillonaria estafa y consecuente burla al capitalismo al que Yuri había
odiado durante toda su vida, más aún que al stalinismo que hubiera terminado
ejecutándolo tarde o temprano si no abandonaba su país natal.
La Paramount no solo no se
preocupó por desmentir el fraude, sino que en la actualidad desempolvó a la
vieja película olvidada y se prepara para hacer una “versión del director”, con
la ayuda de los medios electrónicos con los que hoy en día se cuentan, que
seguramente será un éxito por el emotivo mito que arrastra en su falsa
historia. Y mientras tanto, Miguel prepara su segundo libro, una biografía de su
abuelo, un adelantado a su tiempo a la vez que un olvidado, que llevará por
título El hombre que peleó contra todos, y ya negocia la filmación de la remake de El
hongo, convertida esta vez sí en una superproducción.
Después de todo, como ya se ha
dicho, que una historia sea falsa es algo absolutamente irrelevante, quizás
gran parte de la historia humana lo sea, y eso no cambia al presente de ningún
modo, quizás porque la Historia sea eso, sólo historias.
Alejandro Lunadei,
21.08 del 14/04/13, en Pilar.