sábado, 29 de noviembre de 2008

La Ilíada: una experiencia de lectura (Tercera Parte)


Retrato de familia


El momento de La Ilíada en el que quisiera detenerme particularmente es el Canto VI. Para empezar, es llamativo que este canto esté dividido en dos momentos, que presentan situaciones interpersonales llamativas para una narración épica.

En la primera parte del Canto, aqueos y troyanos combaten denodadamente. En el fervor del combate se encuentran Diomedes, héroe aqueo, y Glauco, caudillo aliado de los troyanos. No se conocen, y de manera arrogante se desafían mutuamente a decir quiénes son, partiendo desde sus antepasados ilustres. Al contarse su historia familiar, resulta que sus abuelos habían sido amigos, y por tal razón, juramentan no atacarse, renuevan la amistad, e intercambian regalos, estableciendo un pacto de no agresión individual.

Pero es a la segunda parte a la que quería llegar: en el fragor del combate, Héctor decide regresar a Troya para hacerle ofrendas a los dioses, pidiendo la victoria en el combate. En el camino comprueba la ausencia de su hermano Paris, el gran responsable de esa guerra, y al llegar al palacio lo busca con cierta indignación, y al encontrarlo en los aposentos de Helena, le reprocha que esté tan cómodo, rodeado de mujeres, en vez de estar peleando junto con sus compañeros. Acto seguido, pregunta por su esposa, Andrómaca, y tiene un diálogo con ella. Andrómaca le ruega a su esposo, con desesperación, que haga lo mismo que Paris, que no se arriesgue, que se quede en el palacio. Siendo el hombre más valioso de su patria, ¿qué necesidad tiene de exponerse tanto? Andrómaca le teme especialmente a Aquiles, quien en otras guerras fue el asesino de su padre y de sus hermanos. Adrómaca le pide a Héctor que no la haga viuda, porque entonces perdería todo lo que tiene, ya que Héctor es su esposo, su padre, su hermano. Héctor, con palabras dulces, le responde a Andrómaca que si él no pelea, la ciudad no tiene futuro, él debe estar allí, porque debe defender ese mundo amenazado por la voracidad aquea, él pelea para que su pequeño hijo tenga una ciudad en la que crecer y no sea esclavo de sus enemigos despiadados (sabemos que Héctor no se equivocaba, el niño morirá cruelmente asesinado por los aqueos, para evitar futuras venganzas). En ese momento, las criadas traen al niño. Héctor tiene un aspecto atroz, está tal cual llegó de la batalla: transpirado, con la tierra del combate íntegramente pegada al cuerpo, salpicado de sangre, oliendo a muerte, con el casco que le cubre la nariz y dibuja una expresión torva en sus ojos, con las negras crines de caballo coronando el casco sobre su cabeza de guerrero feroz. Al encontrarse con esta estampa aterradora, el niño llora. Héctor reacciona con ternura, se quita el casco con cuidado, se desarma, se limpia un poco la cara, se acerca al niño y le habla con dulzura, lo consuela, lo toma en brazos, le dice cuánto lo ama, que siempre recuerde que daría la vida por él. Y el niño se calma. Luego de esto, Héctor, arrastrando a su hermano Paris, vuelve al combate.Varios cantos más tarde, Héctor morirá cruelmente, a manos de Aquiles, ante la vista de sus padres ancianos, Príamo y Hécuba, ante la vista de la desesperada Andrómaca que verá cómo se cumplen sus temores más crueles.

Lo que me impresionó vivamente, es la inserción de ese cuadro familiar, que muestra el otro lado de la guerra, el más humano, el que no tiene época, pero que contrasta de manera tan significativa con la mezquindad de los aqueos y la caprichosa arbitrariedad de los dioses. Héctor es el verdadero héroe, sin dudas, y por eso, en este mundo, sólo le queda morir y ser horriblemente humillado, a un punto tal que el mismísimo Zeus tomará cartas en el asunto, obligando a Aquiles a que devuelva a la familia el cadáver del héroe que retenía para mancillar. La Ilíada cierra con los grandiosos funerales de Héctor, sabiendo que la suerte de Troya ya está echada: el héroe que luchaba por convicción fue muerto miserablemente, arrastrado y humillado. No habrá paraíso que lo cobije y lo reciba con honores. Más adelante, en La Odisea, el alma de Aquiles nos confirmará que ni siquiera los héroes gozan de privilegios (más allá de tener reservado un lugar especial), ya que son sólo sombras condenadas a añorar eternamente el mundo de los vivos. No hay, entonces ni el más mínimo asomo de esperanza o redención: la muerte de Héctor implicará una tregua, pero sus funerales preanuncian los de la propia ciudad por la que el héroe luchó inutilmente.




Continuará...