domingo, 14 de marzo de 2010

Resulta que ahora

Desahogo del silencio





Sé que después de haber estado ausente tanto tiempo, esta entrada va a ser extensa y  caótica, pero se comprenderán las circunstancias, tanto del silencio como de este triste regreso. Desde el viernes 12 de marzo por la tarde, mi mamá, Alicia, mi viejita del alma, es parte del aire, del cielo, de los colores más bellos, de los sentimientos más nobles y profundos, de mis sueños, de mis recuerdos y es por siempre la dueña absoluta de mi corazón. Es cierto que la tristeza se apoderó de mi alma, aunque intente honrarla con la alegría que ella misma me pidió, pero no puede faltar este homenaje a una persona tan única entre las únicas, que nos terminó dando un verdadero ejemplo de cómo se debe vivir este regalo que es la vida. Hoy estoy seguro de que si el mundo estuviese lleno de Alicias, viviríamos en un verdadero paraíso terrenal. Entonces, me queda el orgullo de ser su hijo, de haberla tenido todo este tiempo, enseñándome a vivir hasta el final, y ahora guiando mis pasos desde el recuerdo y el milagro que ella misma fue.
Podría contar muchas cosas sobre ella, y es seguro que lo haré en todos los días que me resten por vivir, pero me basta con reseñar la historia de su blog, que tenía el nombre de esta entrada.
Hace cuatro años, en febrero de 2006, una noticia espantosa nos sacudió a todos los que la rodeábamos: luego de amanecer con dolores insoportables (si ella se quejaba era porque dolía de verdad) la internaron de urgencia y le detectaron un tumor entre los dos ovarios, decripto por los mismos médicos como "del tamaño de un pomelo". A los pocos días, confirmaron una metástasis en el hígado. Lo más paradójico y siniestro de la cuestión es que dos meses atrás se había hecho todo tipo de análisis preventivos, a instansias de mi hermana Maysa, y había hecho una gran celebración, fiel a su estilo siempre festivo, porque los resultados habían sido óptimos. Mientras quienes la rodeábamos caíamos en la consternación, ella no perdió tiempo en desesperarse, ni se dejó ganar por la autocompasión ni la resignación. De inmediato entendió que debía enfrentar una durísima batalla por su vida, sabiendo que las posibilidades de ganarla eran pocas, y que además la esperaba un sufrimiento que suele transformar en un infierno la vida de cualquiera. Sin exagerar ni un punto, puedo afirmar que su buen humor no cambió, jamás la vimos deprimida o desanimada, jamás se enojó con la vida ni se quejó de esa burla del destino, y se juramentó ante nosotros, sus seres queridos, que iba a pelear hasta el final, que estaba dispuesta a robarle a la muerte cada día de vida. "Es cierto que siempre a la larga o a la corta gana ella, pero si me piensa llevar a mí, va a salir todo rasguñada, no voy a ser un hueso fácil de roer, no me voy a entregar así como así", nos repitió una y otra vez por esos días, riendo  con su optimismo a toda prueba. Y el escenario no podía ser peor: estaba internada en un hospital público, en un oscuro pabellón junto con otras cuarenta enfermas. Lejos de deprimirse, se encargaba de cuidar a las demás enfermas, quienes en vez de lamar a las enfermeras la llamaban a ella pidiendo ayuda. El horario de visitas era de dos horas al día, por la tarde, y para mí, que vivo y trabajo a más de cincuenta kilómetros del lugar, se hacía imposible ir a visitarla. Para colmo, no disponía de un vehiculo en condiciones para desplazarme. Entonces ella me prestó su auto, para que yo pudiera a la salida del trabajo ir cada día a verla, fuera del horario de visitas. Combinábamos por celular, y ella salía del pabellón y bajaba hasta la confitería del hospital para encontrarnos cada noche. Lejos de haber sido encuentros tristes con aire de final anticipado, los dos poníamos toda nuestra energía (yo simplemente trataba de ser fiel a lo que su espíritu me proponía) en reírnos y recordar cosas agradables, proyectando lo que haríamos una vez que saliera de aquél infierno. Fue allí que empezó a nacer, de alguna manera lo que terminaría siendo el blog. Yo aún no había abierto este espacio, pero le insistía en buscar la manera de conseguir una computadora para comunicarnos entre nosotros y explorar las posibilidades que brinda este mundo virtual. Ella dudaba porque jamás se había acercado a estas innovaciones tecnológicas y temía sentirse inepta. Yo le insistía que con su inquietud, su curiosidad y su inagotable creatividad e inteligencia, iba a poder dominar al engendro en unos pocos días.
Luego de un interminable mes de estudios, de marchas y contramarchas, y de una horrible angustia apenas disimulada por esos encuentros en donde lográbamos detener el tiempo y las circunstancias el pedacito de cielo que habíamos construído, la operaron, le extirparon el tumor y los ovarios, y le trataron con rayos la metástasis en el hígado. Tras varios días más de recuperación, festejamos el alta y su regreso a casa, y puso toda su energía, su alegría y ganas de vivir en afrontar el difícil tratamiento que le quedaba por delante. Mientras tanto, en los meses sucesivos, la idea de "informatizarla" fue cobrando forma. Yo no tenía crédito ni reservas como para comprarle una máquina de contado. Ella tampoco podía afrontar ese gasto, pero en ese momento decidió que encarar proyectos a futuro la mantenía distraída y le daba fuerzas, por consiguiente buscar la manera de tener su PC fue una de las formas de sobrellevar la adversidad. Averiguó todas las formas y planes a los que podíamos acceder y dio con un plan para jubilados que le permitía acceder a la máquina. Yo le ofrecí pagar la cuota, y así, a sus 67 años, la computación entró en su vida. Primero me llamaba para preguntarme cómo hacer cada cosa. Después llegó Internet, y se transformó en una alumna excelente que cada día superaba al maestro. Me pasaba nuevos links y direcciones que descubría, se comunicaba con mi tío Roberto, su hermano del alma, que vive en el mar, lejos de casa. Fue él quien nos instigó a los dos a abrir un blog,  y así, luego de algún tiempo, naciéron  ...Que no sea demasiado tarde..., Goliardos en la ruta y Resulta que ahora. En este último, mamá, que nunca había escrito más que eventualmente, empezó a volcar en pequeñas historias toda su sabiduría y su calidez simple y sencilla, su agradecimiento y su amor por la vida, su cristalina alegría de vivir cada día como un regalo. El blog pasó a ser la entrada a un nuevo mundo en el que conoció nuevos amigos que pronto se enamoraron de este ángel, que a nosotros se nos reveló como una hermosa narradora. Y mientras yo iba dando mis primeros pasos, ella se transformó en mi lectora más entusiasta, y sus comentarios eran un regalo de amor y admiración inagotables como su inmenso corazón. Su fortaleza y su pasión nos hicieron a todos olvidar por momentos de su enfermedad. Ella nunca se sintió una enferma doliente, sólo se consideraba alguien que tenía una enfermedad como tantas otras personas, pero que además tenía otras cosas de las que ocuparse y motivos para aceptar las cosas como eran, y no tenía más remedio que afrontar lo que fuera para luchar por sobrevivir. Jamás decayó su ánimo, jamás pensó en entregarse, decía que ella ya había vivido su vida, pero que debía luchar para que no sufriéramos quienes la queríamos. Nunca escuché de sus labios una queja. Basta con visitar su blog o leer los comentarios que dejaba en los demás para corroborar lo que cuento sobre ella. Cuando iba al consultorio del oncólogo que la atendía, se encontraba con personas más jóvenes hundidas en la tristeza y en la desesperación que esta maldita enfermedad genera, lógicamente, en quienes la sufren. Ella les decía una y otra vez que no podían entregarse, que tenían que luchar y proponerse vencerla o luchar por ganarle todo el tiempo que pudieran, porque si el ánimo decaía, la enfermedad se fortalecía y avanzaba más rápido, y entonces no sólo los derrotaría, sino que además habrían perdido el tiempo en sufrir y entristecerse en vano, además de mortificar a sus seres queridos.
A pesar de lo cruento que fue su tratamiento (en cuatro años afrontó 36  sesiones de quimioterapia), su ánimo inquebrantable la hizo disfrutar de la vida cada día más, como ella se había propuesto. Quizás suene raro decir que, si bien siempre tuvimos una excelente relación de mutuo amor y admiración, la enfermedad nos acercó cada vez más, y desde entonces celebramos a cada rato, día a día, el hecho de tenernos. Eso mismo es lo que ahora agiganta su ausencia.
A mediados de enero de este año, la llamé para darle una nueva alegría: a Lilian, mi esposa (siempre quiso a cada una de las personas a las que yo quiero, y a Lilian la consideraba una hija más), quien se había operado unos días atrás de un tumor, le habían dado el alta oncológica, esa que siempre soñamos para ella. Se alegró profundamente, respiró tranquila y dijo que confiaba en que todo no podía sernos tan adverso. Y después me confirmó su triste novedad: los médicos le habían suspendido el tratamiento porque ya tenía completamente tomado el hígado. Ni siquiera en esta instancia decayó su ánimo, aceptó que si ese tenía que ser el final, era lo que le tocaba, aunque sin cerrarle jamás la puerta al milagro. Cuando su esposo dijo, vencido por la pena, que finalmente su sacrificio había sido en vano, ella le dijo que no era así en absoluto, que ella se sentía plenamente feliz de haberle robado a la muerte cuatro hermosos años de vida.
A partir de entonces, mientras pudo desplazarse, aprovechamos los días de vacaciones de verano para programarnos paseos. Una hermosa tarde de sol la llevamos al Delta del río Paraná, al Tigre, y conseguimos una lancha que nos llevó a navegar por las islas. Ella estaba feliz, radiante, sacó fotos, tomó videos, y a pesar de que tenía dificultades para comer, ese día se alimentó con normalidad durante el paseo, y entonces nos ilusionamos con poderle mejorar cada día, distrayéndola, su calidad de vida. A esa altura su hígado estaba obstruído, sus ojos y su piel estaban amarillentos, estaba intoxicada de bilis, pero su ánimo y amor por la vida estaban tan intactos, que ni aún así podíamos verla como a una enferma, y más allá de los pronósticos sombríos, nos empujaba también a nosotros a disfrutar de cada segundo que la vida nos regalaba. Ese paseo la hizo tan feliz que me confesó que en los días sucesivos lo recordaba y volvía a experimentar esa misma felicidad. Unos díias después fuimos a visitar el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), y cuando salíamos, una tormenta furiosa se desató sobre Buenos Aires. Ella recordó que su esposo, Lucas, estaba por salir de su trabajo en el Hotel Sheraton, adonde tocaba el piano todas las tardes. Las calles se estaban inundando y le iba a ser difícil conseguir un taxi, así que pasamos a buscarlo. Una vez allí, las mozas del lobby, que como todo el mundo la adoraban, nos invitaron con un té, mientras Lucas amenizaba la velada ejecutando para nosotros nuestras canciones favoritas. Allí empezamos a proyectar, una vez que Lilian se repusiera de su operación, un viaje al mar para estar unos días con tío Roberto. Pero los días siguientes fueron de mucho calor, Lilian tuvo que ir al hospital todos los días a hacerse controles, y mamá empezó a sufrir de una urticaria generalizada producida por la intoxicación biliar. A comienzos de febrero su médico le dijo que se internara de urgencia para realizarse una operación que permitiría drenar todo lo que su organismo no podía eliminar. Allí comenzó un calvario de burocracia hospitalaria, hasta que finalmente la operaron el lunes 8 de marzo pasado. Durante esos largos e interminables días, otra vez se dedicó a cuidar a sus compañeras de habitación y  a recibir el afecto de amigos y familiares mientras yo le llevaba libros para que se entretuviera, que ella devoraba uno tras otro, como lectora apasionada que era. Seguí bromeando, riendo, disfrutando de lo que podía, como fuera, sólo angustiándose por malgastar sus últimos días en un hospital. Cuando la ví ese lunes por la noche, luego de la operación, su estado era de extrema debilidad. Aún así conversamos y no perdía su buen  humor. La mantenían a una dieta hospitalaria miserable y espantosa que le quitaría el apetito a cualquiera, entonces le comprábamos a hurtadillas la comida que a ella le daba la gana comer, aunque su apetito era casi nulo. Pasé todo el día martes junto a ella, y me retiré por la noche. Seguía soñando con recuperarse para viajar a la costa a ver a tío Roberto, le dije que esperaríamos el tiempo que fuera necesario para que se recupere y que como fuera, íriamos. La despedí con un beso inmenso sin saber que sería la última vez que la vería con vida. Al día siguiente hablamos por teléfono, seguía débil, pero estaba resuelta a irse del hospital, y más allá de lo que dijeran los médicos, y de que nosotros tratamos de convencerla por todos los medios, exigió que la llevaran a su casa. Respetamos su voluntad, sumidos en el miedo de que algo pasara. Ella nos tranquilizó diciéndonos que en casa se recuperaría más rápido. El jueves le dieron el alta, y esa noche hablamos. Estaba animada, tratando de comer. Quedamos en que la visitaría el sábado para dejarla descansar durante el viernes. Pero por desgracia, esa misma noche se descompensó, su estado empeoró rápidamente y mi hermana me llamó desesperada a las tres de la tarde. Salí lo más rápido que pude, con la angustia clavada en el corazón. Por el camino, Lilian llamó para ver cómo estaba, y mi hermana nos comunicó su triste partida. Me aferré al volante en plena autopista y seguí manejando luchando contra el llanto, el desgarro no me permitía detenerme y llegué como pude hasta su casa, adonde ella descansaba serenamente en su lecho, junto a su mundo, como ella lo había deseado. La contemplé destrozado, rodeado del llanto desconsolado de mi hermana, de su esposo Lucas, de Lilian y mi hija Maggie,  de mis sobrinas, sus nietas, de vecinos y amigos que llegaban a despedirse, y me consoló en medio de este desgarro que me invade insidioso, el pensar que pudimos cumplirle su último y obstinado deseo de morir donde ella quiso, rodeada del amor que supo ganarse en su maravillosa y mágica vida ejemplar.
Desde entonces, las horas que siguieron y seguirán a esta triste pesadilla son de inmenso silencio y soledad, de una ausencia infinita, y de un dolor que parece invadirme desde los huesos hasta el fondo del alma, y que me inunda en un llanto que no puedo contener, aunque haga lo posible por cumplir con su voluntad de recordarla con la alegría que ella nos pidió y que tanto se merece, como nadie que yo conozca en este mundo.
Me quedan muchas cosas, por sobre todas, el orgullo incomparable de haber tenido como madre a la persona más buena, valiente, comprometida, solidaria, idealista, soñadora, alegre y ejemplar que conocí y conoceré en toda mi. Y me queda este vacío imposible de llenar, este dolor que me ahoga, y el deber por sobre todo de honrarla cada día a la altura de esta vida que me dio, a la altura de esa vida que ella tan sabiamente vivió y nos enseñó a vivir a todos los que tuvimos la inmensa suerte de ser parte de su mágica existencia.

Mamita del alma, no hace falta que te lo diga porque te lo dije siempre, pero hoy más que nunca quiero que lo sepas donde sea que estés: te adoro con toda mi alma y simplemente quiero que me perdones por esta tristeza persistente que hoy me ahoga y que vos nunca quisite dejarme. Muchas veces te dije que me enseñaste a ser bueno, y vos me decías que no, que yo había nacido así. Soy terco como vos, y sigo insitiendo en lo mismo, porque siempre supe que si no te hubiera tenido por madre, no podría ni por asomo ser nada de lo bueno que puedo llegar a ser hoy. Ahora sé que con tu infinita dulzura me vas a ayudar a encontrar la luz, como siempre lo hiciste, en medio de esta oscuridad. Te estoy viendo en estos rayos de sol que desde ayer se filtran entre las nubes negras que tratan de cubrir el cielo. Te estoy sintiendo en la frecura que desde ayer se obstina poco a poco en apoderarse de este verano inclemente. Te estoy sintiendo adueñarte por siempre de mi alma, y hoy sé que muy pronto te voy a llevar al mar como tanto lo habíamos soñado. Gracias por darme todo, ahora me queda el resto de la vida para devolvértelo. Te amo, como sólo un hijo agradecido puede amar. Por siempre:


                                                                          Alejandro



Invito a todos quienes quieran hacerlo y no lo hayan hecho antes, a que recorran el blog que mamá nos dejó. Es una bella manera de conocerla para quienes no tuvieron esa inmensa suerte.