lunes, 13 de abril de 2009

La familia Lunadei: Roma-Buenos Aires, ida.

Como ya he dicho, la historia real que me dispongo a contar, no tiene aún escrito el final de su primera parte, la resolución de su primera trama. Por consiguiente, no quiero adelantarme por algún tiempo a lo que pudiera ocurrir. Pero por otro lado esta historia tiene una prehistoria, un largo capítulo 0 que se remonta a los orígenes de mi escasa familia paterna, un núcleo familiar de inmigrantes italianos que como algunos otros llegó a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, en 1950. El núcleo familiar que emigró desde Roma a Buenos Aires era básico: mi padre, Giovanni Marcello, según rezaba su partida de nacimiento, quien para su familia, incluidos sus hijos, siempre fue Gianni; mi abuelo, Emilio Lunadei, el ser más honesto, luchador y bondadoso que he conocido en toda mi vida, y Ada Cerroni, una hermosa y seductora mujer de alta y robusta figura, de carácter fuerte y conflictivo, aunque solapado. La familia de Emilio, los Lunadei, era de origen humilde. Él nunca me contó nada sobre su familia, sólo sé que había trabajado con tesón desde su infancia, porque a muy corta edad había perdido a su padre y a su madre. Nació en 1906, por lo tanto, tenía 8 años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Aún hoy no tengo idea si la muerte de sus padres tuvo algo que ver con la guerra, pero según mis cálculos, si mi abuelo trabajó desde niño, debe haberse quedado huérfano por aquellos años. La familia de Ada, mi nonna, tenía un origen aparentemente aristocrático, aunque por lo que deducimos, venido a menos, y hasta incluso, por lo que parece, de una rama bastarda. Mi abuela solía hacer alusión a esto con orgullo, pero ocultando o borroneando los detalles que la alejaban de títulos de nobleza que quizás su familia había ostentado, y quizás perdido. Creo que el padre de Ada era el hijo bastardo de un noble que "indemnizó" a la mujer (aparentemente mucama) a la que embarazó, otorgándole una pensión de por vida y todo lo que el hijo necesitara, exceptuando claramente cualquier aspiración a herencia de títulos nobiliarios (si esta no era la historia del padre de Ada, lo era de su abuelo). Los cambios políticos echaron por tierra esos títulos, pero claro que no ese espíritu aristocrático que siempre pervivió en Ada. Por lo pronto, a papá lo llamaba "il principeto", no metafóricamente, sino aduciendo su supuesta sangre azul, y haciéndoselo saber. El padre de Ada (hoy mi memoria pierde por completo su nombre), mi bisabuelo, se casó con una mujer llamada Adelle, mi bisabuela, a quien sí conocí de niño, siendo ya muy anciana y enferma de arterioesclerosis. No es un personaje al que recuerde con cariño. Tampoco lo hacía papá. La cuestión es que el padre de Ada fue combatiente italiano en la Primera Guerra Mundial, y según creo tuvo tres o cuatro hijos: un varón que murió de pequeño, quizás durante la guerra, una hermana mayor, fallecida joven, Ada y Bruna. Según creo recordar, mi abuela contaba que la hermana mayor se encargaba de llevar todos los días a ella, a Bruna y quizás al más pequeño, a la escuela todos los días; los vestía, les daba de desayunar, y al menor, en el apuro, le ponía a veces los zapatos al revés, y entonces él se quejaba de que le dolían los pies, caminaba lento y lo reprendían porque llegaban tarde a la escuela. Uno de los recuerdos más felices de la infancia de mi abuela es que en ese camino ella se demoraba un poco a zigzaguear en la columnata de Bernini, en la Plaza San Pedro, que quedaba de pasada en el largo camino a la escuela. Vi fotos que me mostró mi abuela, de las que ahora desconozco su destino, en las que se veía a mi apuesto bisabuelo en una carpa de campaña en algún lugar del frente de batalla. La ausencia de mi bisabuela en el cuidado de sus hijos, parece haberse debido a sus no convencionales ocupaciones para sobrevivir: según contaba papá, Adelle era casamentera en pueblos del interior, contactaba a mujeres adineradas pero no muy agraciadas y las conectaba con apuestos hombres humildes de Roma. Según papá, también tenía buenas aptitudes para regentear prostitutas, le gustaba el dinero, era codiciosa, un poco bruja, y también jugadora empedernida. En síntesis, la Celestina del gran Fernando de Rojas era una verdadera prefiguración que le encajaba como un traje a medida. Sumémosle a esto sus modos poco elegantes y desagradables que definitivamente aterrorizaban a papá de niño: él contaba que cuando paseaba tomado con ella por las calles céntricas de Roma, ella lo tomaba muy fuertemente con su mano fuerte y huesuda como una garra (que yo mismo años después experimenté), y de pronto lo apartaba un tanto, abría las piernas, y orinaba muy tranquilamente parada en la calle. Papá agregaba al relato su vergüenza y lógico asco, ya que en el frío invierno romano, no podía terminar de cubrirse de las salpicaduras del tibio orín de su abuela (no hago más que reproducir la anécdota casi en los propios términos en los que la contaba papá). MI bisabuelo, el esposo de Adelle, volvió de la guerra y llegó a viejo. Mi papá siempre insistió en que sus dos abuelos maternos vivían en su casa, cuando él era niño, y que un día el abuelo se encerró en el baño y se disparó un tiro en la boca. Él dijo haber escuchado la detonación y haber visto la reacción familiar, aunque no a su abuelo muerto, y a pesar de que le dijeron que había muerto de un ataque cardíaco, él recordaba perfectamente aquel sonido fatal. Muchos años después, mi propio padre eligió esa misma manera de quitarse la vida.

Fuera de toda esta mezcla de pintoresquismo y tragedia que tuvo la historia de Ada y mi padre, hay que agregar la militancia política de mi abuelo Emilio en el Partido Comunista Italiano en tiempos de Mussolini. Algo de toda esta historia, está contado en un post anterior de este blog titulado Gianni, publicado hace casi un año atrás. Resumo detalles contados allí en extenso. Desconozco cómo se conocieron Emilio y Ada, sólo sé que para cuando papá nació, el 2 de mayo de 1938 (aunque él siempre insistió en que había sido el 1°, día Internacional del Trabajo, para bromear y decir que el mundo entero se paralizaba en su homenaje), Roma estaba paralizada por la visita oficial de Hitler a Roma. Mi abuela tuvo un parto muy difícil en el que perdió litros de sangre y fue atendida por una guardia médica de emergencia. Ese día es evocado en la película Una giornata particolare de Ettore Scola. Revisando, años más tarde, periódicos de la época que mi hermano Valeriano heredó de papá, encontré cierta imprecisión, ya que, según parece, el abrazo entre Hitler y Mussolini que paralizó por decreto a la ciudad, ocurrió dos días después, con lo cual supongo que mi abuela fue internada un día con guardia de emergencia, el día del trabajador, y que permaneció internada varios días, debatiéndose entre la vida y la muerte, nuevamente atendida por otra guardia, la de aquél día particular. En ese detalle, el del hospital sin personal y el parto difícil, coincidían tanto mi abuela como papá. El resultado de este parto fue la pérdida de la matriz, lo que hizo que mi padre fuera hijo único y que siempre dijera que después de él habían roto el molde, y que había nacido triunfalmente con la matriz de su madre en la mano como el trofeo de lo irrepetible. Por aquellos tiempos, Emilio estaba clandestino e Italia combatía como aliada de Alemania. Desde ya, mi abuelo era oficialmente un desertor, y las patrullas fascistas venían a apresarlo. La mayoría de las veces Ada ignoraba el paradero de Emilio (quien entre otras actividades se trepaba a los postes de teléfono para cortar comunicaciones), pero en una ocasión aparecieron cuando él estaba allí. Improvisaron una salida: mi abuela dejó pasar a los agentes y revisar la casa, mientras mi abuelo se colocó en la cornisa del edificio, en el primer piso hacia la calle. Cuando los agentes revisaron el cuarto detrás de cuya ventana pendía mi abuelo, Ada se colocó sobre los vidrios, tapando a Emilio en el exterior. Afortunadamente parece que los agentes del gobierno no apostaron a nadie abajo, y que ningún transeúnte delató a mi abuelo, ya que vivían en el centro de Roma, cerca de la estación Termini, en la Vía Principe Amedeo. Es probable que los mismos vecinos hayan protegido a mi abuelo quien me consta que era muy querido y respetado por su coraje y sus convicciones. Sé que otra vez un portero colaboracionista (aunque amigo de mi abuelo) detuvo invocando influencias a una patrulla que quiso subir a investigar de dónde habían caído unos clavos miguelito (los que caen siempre con una punta hacia arriba) que papá había arrojado por la ventana mientras jugaba. Ambos hechos fueron de los pocos que contó el propio Emilio, y me fueron luego confirmados por papá y Ada. Emilio no hablaba habitualmente de sus actividades durante la guerra, sí en cambio lo hacía obsesivamente Ada. Ella fue la que me contó de los kilómetros que debía recorrer para conseguir alimentos, de cómo pasaban aviones en vuelo rasante que disparaban contra lo que se movía, de cómo al escucharlos mi abuela se protegía como podía tirándose bajo algún automóvil estacionado o metiéndose en un umbral. De esta última forma es como decía haberse salvado de las represalias que tomaban los nazis en Roma, cuando los partisanos mataban a algún soldado alemán, fusilando a los diez primeros romanos que pasaran por la calle. Ella fue quien me contó que recordaba a papá quizás a los tres o cuatro años, parado en su cama, muerto de terror, gritando Gli aeri ! (¡Los aviones!), bajo el estruendo de las sirenas antiaéreas y el rugir de los motores que se aproximaban. Por papá sé que en esos tiempos difíciles Ada y Bruna recibían hombres en casa, regenteadas por Adelle, quizás para conseguir la ración de huevo crudo con la que alimentaban por entonces a papá. Lo cierto es que toda esta situación no le pudo ser disimulada a Emilio cuando pudo volver, tras la caída y ejecución de Mussolini, y el matrimonio fue de mal en peor. Tengo huecos en la historia, pero tal parece que la actividad, al menos de Bruna, continuó (y se incrementó) con la llegada de los aliados norteamericanos. Papá recordaba que su casa fue usada como prostíbulo contando que una vez lo habían retado por jugar con unas "bolsitas" que estaban sobre la mesa de luz del dormitorio de su madre. Algunos años más tarde se dio cuenta de que eran que eran preservativos usados (nuevamente reproduzco su relato en sus propios términos). Las crisis durante la posguerra entre Emilio y Ada eran frecuentes, y una vez se reconciliaron y Emilio invitó a su esposa e hijo a festejar yendo a comer una pizza. No tardaron en llegar los reproches cruzados, hasta que Ada se levantó de la mesa intempestivamente y corrió hacia la calle, seguida por Emilio y papá, quienes vieron impávidos cómo se arrojaba al paso de un auto que le frenó a centímetros de la cabeza. Por aquellos años de la posguerra Bruna se casó con un próspero y acaudalado comerciante de origen judío que decidió venir a invertir e instalarse en la próspera Argentina de los años de Juan Domingo Perón. Bruna, parece que sin consultarlo mucho, tentó a Ada y a su madre Adelle, a que la siguieran. El matrimonio estaba casi destruido, y Ada quiso alejarse de Emilio llevándose a Gianni. Pero el hombre hizo uso de su patria potestad y se lo negó. Y entonces Ada se marchó de todos modos. Luego sigue un nuevo blanco en la historia, pero por lo visto deben haber tenido una reconciliación a la distancia, y Emilio decidió embarcarse con Gianneto, de 12 años, rumbo a Argentina. Desconozco aún las razones por las cuales finalmente Emilio no pudo viajar, pero parece haber surgido una complicación de último momento que lo retuvo en Italia. Decidió mentirle a papá y decirle que viajaban juntos. Lo llevó hasta el puerto de Nápoles, y lo acompañó hasta el barco. Y subió con él, lo presentó con un oficial, y cuando dieron el aviso de que las visitas debían abandonar la cubierta, este oficial tomó a papá del brazo mientras Emilio corría desgarrado y bajaba de ese barco, que unos instantes después partió, mientras Emilio agitaba su pañuelo llorando, pidiéndole perdón a papá por haberlo abandonado en aquél barco, prometiéndole que él se les iba a reunir en poco tiempo. Pero papá, en realidad, nunca lo perdonó. El oficial se encargó, según parece, de un modo muy particular de papá: y en el primer puerto lo llevó a un prostíbulo. Una vez a bordo, los muchachos mayores le robaban la comida y lo amenazaban. Ese viaje de entre 20 o 30 días fue un infierno para él. Aunque al llegar al puerto de Buenos Aires lo estaban esperando su madre, su tía y su abuela felices, papá no olvidaría ese calvario por el resto de su vida, y a ese viaje, más que a la guerra misma, le echó la culpa de su depresión muchos años más tarde. Quizás por ese viaje nunca más volvió a salir de la Argentina (salvo una o dos veces para cruzar a Montevideo, Uruguay), y no quiso volver nunca más a Roma, ni siquiera cuando en el año 1975 ganó el premio Moliere que entregaba la Embajada de Francia en la Argentina, con el auspicio de Air France. A pesar de que el premio incluía un pasaje por avión a París, y a pesar de que se había conectado con unos primos que seguían viviendo en Roma para viajar de París a Roma vía tren, nunca realizó ese viaje. Durante años sostuvo que no podía dejar su trabajo de actor, que lo obligaba a aprovechar una continuidad que podía terminarse y dejarlo desocupado. El argumento era débil, ya que se trataría de un impasse programado de un par de semanas. Años después me confesó, cuando yo viajé a conocer Roma, que él no podía regresar, porque la ciudad no había cambiado nada, y más que un viaje a través del océano, para él sería un viaje a través del tiempo, a la época más infeliz de su vida. "Yo sé que podría materialmente volver, simplemente no quiero volver, no puedo volver, no lo resistiría emocionalmente". Y no volvió nunca más desde aquél día en el puerto de Nápoles, como tampoco volvieron nunca mis abuelos, aunque en el caso de Ada, especialmente, murió añorando y soñando volver a ver a su amada Roma. Siempre repitió que todos los caminos conducían a Roma, pero ese refrán, quizás por diferentes motivos, no se hizo realidad nunca para ninguno de ellos.

sábado, 4 de abril de 2009

Volver....

... como se vuelve del sueño o al sueño, como se vuelve a la risa, a la palabra o al silencio. Volver retomando el camino conocido de memoria, con los ojos cerrados, repasando el recuerdo. Vuelvo siendo el mismo y siendo otro, vuelvo confundido de alegría y de magia, repasando con la mente las palabras que diré, imaginando las caras y las respuestas de los amigos, saboreando el asombro compartido. Vuelvo confundido aún, pero seguro de querer volver. Vuelvo feliz y ansioso, esperando el trago fresco antes de empezar a narrar el asombro ante la vida real, que se empecina en volverse ficción. Vuelvo desbordante de palabras contenidas, mientras sigo esperando en el camino que esta historia que tengo para contar termine de escribir su primer capítulo. Y vuelvo sintiéndome pluma y tintero, de una mano, de un destino, que se empecina en escribir la historia y hacerme su instrumento. Apuro el paso, aclaro mi garganta, aunque todavía mi boca, por simple precaución, retenga las historias por un tiempo más.
Es que todavía le falta a este comienzo, una página para empezar. Y mientras vuelvo, adivino el parpadeo...