domingo, 23 de septiembre de 2007

Olvidados e ignorados II: apuntes para una novela que algún día será.






Todo es olvido; la memoria se construye sólo a partir de los hilos sueltos que deja el olvido, y todo en este mundo es olvido. Porque la memoria se desgarra con el tiempo, y mientras siempre se está reconstruyendo, el olvido en cambio nunca detiene su paciente trama. Vivimos escapando, pero a todos nos alcanza, también a los grandes, también a los poderosos, los que perduran: porque el olvido todo lo puede, y siempre aplasta con su suela lenta, gradual e implacable a todo lo que se mueve y lo que vegeta. Y entonces, sólo quedan las historias, las falsas y las verdaderas, lo mismo dan, los héroes en su heroísmo, los villanos en su maldad absoluta, los santos en el cielo y Dios en todas partes; nuestra propia historia se confunde y se trama con mentiras, con inventos, con cuentos, con ilusiones, con sueños dormidos y despiertos, y nosotros mismos nos transformamos en historia primero, y en olvido al final. Lo sabemos: los que perduran no lo hacen por completo, y el resto no escapa al olvido de los que también serán olvidados.
Todo es olvido, hasta incluso la memoria, y la mentira trata de llenar los huecos de ese olvido. La verdad y la mentira se hermanan en la historia, entonces es absurdo preguntarle la verdad a la historia, porque la historia es la memoria tejida por débiles hilos de inexactitudes, imágenes confusas, falsedades y malas intenciones; las muchas formas de la mentira, a quien le pedimos que simplemente se parezca a la verdad, que en fin sólo es lo que nos parece ser verdad.
La historia que contaremos es mentira, porque en parte fue verdad. La historia que contaremos es un retazo del olvido, un hilo suelto anudado con fantasías. La historia que contaremos nunca ocurrió tal cual como aquí se cuenta, porque una cosa son los hechos y otra las historias. La historia que vamos a contar es Historia y es Mentira, porque sus personajes en parte no existieron, pero seguramente lo hicieron en algún tiempo y en algún lugar que no fueron estos, pero en este espacio y este lugar pueden haber vivido, y entonces empiezan a existir.
Mentira, olvido e historia, y un espacio para el recuerdo de lo que no fue y lo que pudo haber sido. Memoria, recuerdo y el tiempo, y dónde. Fragmentos de la memoria que se puede estar perdiendo. Hombres y mujeres en un país que no es país, un pueblo aislado del resto de ese país que aún no es país; un pueblo y un río cercano al mar, que crece y arrasa, que baja y que encalla; un río de canales invisibles que sólo navegan los expertos, un río que para pocos es camino. Un pueblo cercado por un río y por salvajes amistosos, aunque nunca se sabe, aunque parezca que se sabe. Un mar de mar, cercano aunque algo distante de un lado; un mar infinito de lanzas al otro lado; lanzas amigas a veces, enemigas de todas las demás lanzas las otras. Un pueblo de olvidados, que sólo puede sobrevivir con la mentira que se inventa cada día, sin pasado, sin salida, de futuro impensable, de presente. Y en el espacio del olvido, hombres altos como sus lanzas que fueron confundidos con gigantes por los antepasados de los que unos años atrás fundaron ese pueblo al que bautizaron con el nombre de una virgen y el de un mito. Un pueblo cruza de virgen y de mito al que llamaron Carmen por la una , de Patagones por lo otro; un nombre como todo nombre, hecho para el recuerdo, el hilo más fuerte que resiste al olvido. Porque lo nombres resisten, porque la frágil memoria humana no puede recordar algo que no tiene nombre, y sólo perduran los nombres, con un significado que arrastra al recuerdo de lo que no necesariamente sea verdad. Nombre de virgen como ese país que aún no tiene nombre, nombre de mito para construir un espacio de cazadores de aventuras, ese tipo de historia que más que ninguna otra, necesita de la mentira.
Porque esta historia es tan falsa, que por ello es más verdadera.
Y los hombres: los de cerca son del mundo más lejano que tanto esperó a que lo descubrieran, son los últimos hombres quizás, en poblar la tierra; y los otros hombres, los lejanos de allende el mar, los de más al Norte, que vinieron a dominar, los que hablan la lengua de los poetas, los que conocen ambos polos navegaron todos los mares, y los que nacieron en la jungla imposible y vinieron a descubrir América encadenados. Y las mujeres, duras como la tierra seca, blandas como la arcilla del Río Negro, gentiles como las tardes de primavera, imprevisibles como las crecientes, negras como la noche, hermosas como el pecado. Mujeres para cada hombre, para los del mar y los de la tierra, para los de las salinas cercanas, para los de recuerdos demasiado lejanos. Y también, hombres para los que no hay mujer alguna. Mujeres bien dadas al abrazo de todos los brazos, mujeres que calman la sed, y otras que la dan. Mujeres que dan hijos y otras que dan placer; hombres que hacen hijos sin placer. Y otros hombres y mujeres nacidos del amor sin placer y del placer sin amor. Así será el Carmen de Patagones de Río Negro en el que quizás nunca haya ocurrido esta historia que quizás en parte sí haya ocurrido, y quizás sea como las hilachas de aquellas banderas cortada en tiras, que dicen que unos héroes casi anónimos que quizás se parezcan a estos, supieron arrancarle al imperio invasor.
Y porque las fechas son el nombre que le ponemos al tiempo, diremos nada más: un 7 de marzo de 1827.

"As de espadas" de Juan Filloy (fragmento)



En la mesa de truco se tocan los cuatro puntos cardinales del país. Confluyen a su borde cuadrado, aproximando la amistad de los argentinos que hallan en su trayecto. En pocas partes como en esa mesa chispea su gracejo y su sorna.
Sin amistad no hay juego. No se sientan para entretenerse personas con rabia, dolor o angustia. Sería un torneo de fastidios y asperezas. Cuando se está abrumado o convulso, el espíritu carece de disposición para matizar los caprichos del azar.
El truco es un breve certamen de envites y arrogancias, de desafíos y defensas, verificado entre pullas y mentiras, entre dudas y carcajadas. El naipe constituye el breviario que orienta esa misa profana. Disfrazado de rey o de sota, el demonio –un demonio jodón y sagaz- conduce el juego.


Esa vez se armaron muchas partidas. Era una fecha prócer: el 9 de julio de 1916. El cielo estaba embanderado de patria. Y en el fervor de la conmemoración flameaban, en el pecho o en la cabeza de todos los reunidos, los colores brillantes de la alegría y el alcohol.
Fue a la vera del lecho pedregoso del Río Seco, en el negocio de ramos generales de Amalio Dapertutti. En esos tiempos, cada pequeña población lo stenía, complementados con la estafeta, venta de fiambres y despacho de bebidas. Los caminos de entonces, de tierra, cavados por huellas hondas y magines –polvorosos hasta la sofocación los días de viento, convertidos en sucesión de charcos y pantanos, las semanas de temporal– aislaban a la gente. Imposible y difícil el acceso a los centros importantes, chatas fletadoras, sulkys, carros, breques, jardineras y tílburis se acomodaban en la rada de su patio pelado sin un árbol.
Esos negocios, abastecían y acopiaban, amén de hacer algunas operaciones bancarias y de evacuar consultas de sanidad rural. El de Dapertutti, por descontado. Todo el gringaje de las colonias adyacentes iba “donde Amalio” para proveerse y pasar el rato. ¿Qué decir del paisanaje nativo, siempre dispuesto a gambetear trabajos y obligaciones al lado del vino y las sardinas, de la cerveza y la mondiola, del vermut y las aceitunas?

[…]

Julio suele ser el mes más frío del año. No obstante, ese día patrio, el sol resolvió adherirse a la conmemoración secular ofreciendo, dorada, su calidez blanda de edredón. Permitió de tal modo que los actos al aire libre tuvieran con su auspicio perfecto desarrollo. Mas, al atardecer, su bondad cesó de cuajo. Repetidas ráfagas del sur empezaron a incomodar a la concurrencia.
Llegaron en ese momento al despacho de bebidas, cuyo mostrador de zinc ostentaba los implementos habituales. Era una habitación de piso ajedrezado, en baldosas negras y amarillas, la cual servía a la vez como antesala al amplio galpón del depósito, habilitado, y ya entrando gente, para los números y el baile nocturnos.
El ambiente tibio y bullanguero agradó a los cuatro. Lámparas de carburo y kerosene mezclaban sus tufos al humo del tabaco y a los olores alcohólicos. Cierta prosa los apuró a ocupar una de las pocas mesas libres. Ya habría cinco armadas en partidas de escoba y truco.
– ¿Qué se sirven, señores? – se acercó a preguntar el hijo mayor de Dapertutti que hacía de mozo.
– Son convidados míos – adelantó Pablo Cremer–. Creo que no hay desidencia: vermut para cuatro. Usted Cuquejo ¿cómo lo quiere? Diga. A mí me gusta con aperital Delor.
– Fernet para mí –interrumpió Primo Ochoa.
– Hecha la consulta, volvió el mozo al rato trayendo el pedido. Estaba distribuyendo vasos, aceitunas y sifones, cuando irrumpió la voz mesurada de Braulio Ipuche. Más que una iniciativa propia, fue un contagio instantáneo. La barahúnda que hacían los jugadores, sus chistes y carcajadas, espolearon su deseo y lo dijo:
– Antes de servirnos ¿qué les parece si jugamos los vermut al truco?
– Yo he invitado… –aventuró displicentemente Pablo Cremer, adhiriéndose in mente a la idea.
Nadie se opuso, en verdad. El virus estaba en el aire. Una especie de cosquilla erizaba el ánimo de cada cual. La expectativa fue intensa.
– No tiremos los reyes. Así como estamos –sugirió el capataz.
Y así quedaron: Pablo Cremer bis a bis y compañero de Cuquejo. Braulio compañero de Primo Ochoa.
El mozo trajo al fin una mesita suplementaria. Puso en ella botellas y sifones. Luego vino con el mazo y un platito de porotos blancos.
El demonio vichaba desde arriba. Alguien escuchó una voz extraña en el recinto:
– En el truco, de lo que veas, cree sólo la mitad. De lo que oigas, no creas nada…


Han pasado cuatro o cinco manos de fintas.
Ya se conocen las mañas. Por favor, véanlos a Cuquejo y pablo Cremer haciéndose señas. Aquél tiene un tic en el ojo derecho y nunca se sabe si lo acompaña o no el as de bastos…
Observen ahora a sus contrincantes: Primo y Braulio. Escrutan astutos los rostros adversarios; mientras, sutiles, se delatan entre sí las cartas propias. Primo, desde la patada de un potrillo, tiene la boca torcida y casi estereotipada la seña del siete de oro…
– “Jugalo: ya te lo ha visto” – le dice Cuquejo aludiendo a su apodo, que es precisamente ése.
– Esta vez no es la mueca. Ya vas a ver.
Cuando alumbra los rostros normales la picardía de la simulación, nadie sabe si “la falta” es un alarde o un “33 de mano”. Cuando la verdad se esconde en falacias impasibles, nadie sabe tampoco si se retruca al siete de espadas con un cuatro o con un “macho”. El truco es un sistema perfecto en el cual lo verosímil y la mendacidad conviven campantemente.
No comparemos lo incomparable. Cada quien a lo suyo. El truco es la aritmética retozona del argentino. El mus, el cálculo barullero del vasco. El póker, el álgebra superior de los tahúres. El bridge, la matemática universal del silencio. Cada quien a lo suyo. A sus agachadas, desplantes, bluffs y compromisos. Y en un nivel más alto, cada quien a las herencias temperamentales, a las secretas fiebres de la ganancia, a los estilos educados de la emulación…


Por favor, sigan viendo a esosuatro tauras enredados en sus madejas. Hilan medulosamente su mentira de acuerdo al reparto que les hizo la suerte. ¡La suerte! A veces quiere mimos, y hay que sobarle el lomo a las cartas. A veces, hay que “orejearla” sin ofenderle sus perfiles. A veces es un chorro incontenible:
– ¡La gran puta, qué leche tenés!
En ninguna parte, en ningún negocio o trabajo, se concentra el criollo tan profundamente. –¡Ah, si emplearan esa perspicacia en otras cosas! Vuelan las intenciones en miradas relámpagos. Se entrecruzan las señas levísimos movimientos faciales. Ya está un cinco en la mesa:
– Voy.
–Bueno, venga a sufrir.
La partida se desarrolla en ese despacho de bebidas barullento. Sin embargo, el ruido los aísla. Tanta es su concentración al orejear las cartas que parecen investigadores. El ruido los aísla y los ampara.
Por eso, les molesta el silencio de los curiosos. Son aves de mal agüero. Anda por ahí, “pateando” las mesas, el “Negro Mallet”, un cuarentón de la Martinico, que encaneció de repente en la erupción del Mont Pelée. Semeja un negativo fotográfico y por eso le apodan así.
– Che, Negativo ¿hasta cuándo vas a lechucear? Movete de una vez.

Ya han jugado dos “chicos” y están jugando “el bueno, a 24 tantos”.
Como las aceitunas se hicieron humo enseguida, Marín Cuquejo, fiel a su hábito arraigado entre el paisanaje, recurre a los porotos blancos y redondos que él mismo usa para tantear. No los come. Los parte con los dientes, y, al separarse en dos mitades, mastica lentamente la cutícula que se desprende de ellos.
Es una vieja costumbre criolla. En las pulperías de antaño y en los boliches de la campaña, se tantea con maíz. Quienes la practicaron y practican, gustan extraer con los dientes la punta del grano en que se encuentra el germen. Por cierto, nadie se alimenta; mas, en la medulación pareciera ayudar a compaginarlo mejor.
Mientras se jugaba la primera docena, Primo Ochoa se llenó de júbilo. ¡Una flor! Y la contó radiante:
­­­– Vino la Infanta Isabel
Para el otro Centenario;
Trajo una flor de clavel
Para el culo de un otario.
Ninguno, por Dios lo pido,
Se me dé por aludido…
– Bueno, no hay flor sin truco –replicó el capataz.
– Tranquilo. No se quiere.
Cuquejo repartió los puntos.
– Che, a nosotros, nada de mitades baboseadas. Danos porotos como la gente.
– Mirá que sos jodido, Primo. Te quejás por macanas.


Una racha muy favorable se obstinó en soplar por el lado de Pablo Cremer. Ligaba una barbaridad, vuelta a vuelta para el “primero” y para el “segundo”.
– ¡Cómo ligan esos benditos!¡Hasta flor, teniendo nosotros treinta y tres de mano!
Estaban 19 a 5.
Las dos parejas, asistidas por pasiones distintas, exhibían ya las máscaras típicas de esas circunstancias. Había en Pablo y Cuquejo una alegría contenida, presta a estallar en jolgorio. En Primo y Braulio, la lobreguez que anuncia la derrota.
En esa coyuntura un perro flaco y sucio que merodeaba en el local, se acercó a la mesa como curioseando la partida. La inspiración instantánea que asaltó a Primo Ochoa fue espantosamente canallesca. Pero la llevó a cabo. En un descuido, en tanto se repartían las cartas, le arrancó una garrapata de la oreja. Y, en otro descuido, la deslizó al plato de porotos.
Hubo todavía una jarana final. Braulio agarró un truco con un caballo…y ganó. Ganó, además, tres reales envidos. Eso dio calce al recurso de siempre: el recurso de todos los truquistas al borde de la ruina:
–A ley de juego, todo está dicho. Falta envido y truco. Si hay flor, contra flor al resto.
Llegaban así al instante álgido, entre expectante y dramático, en el cual culmina la tensión del juego.
Mientras se barajaba y se cortaba el naipe, Cuquejo tomó un poroto y lo mordió. Fue un grito espeluznante. Una sangre negra y viscosa llenó su boca de asco. De pie, escupió repugnancias e insultos entremezclados. Distinguió, por entre la ofuscación de su náusea, que Primo Ochoa estaba pálido, sin el azoro de los demás. Y borracho de odio, escupiendo todavía, peló la daga y arremetió.
La furia con que lo hizo fue su perdición. Enredó el impulso homicida entre patas de sillas y mesas; y la puñalada dirigida al corazón sólo hirió el hombro izquierdo de Primo.
Súbita, imposible de detener, como un rayo trágico, la reacción de Primo se efectuó agarrando un sifón y asestando un terrible golpe en el parietal de Cuquejo.
La violencia del impacto lo dejó seco. Lo alzaron. Tiritaba su cuerpo en conmoción. Lo colocaron sobre una silla de latón y hierro, la cabeza rota y sangrante echada para atrás. Las pupilas, fijas en el borde superior de sus ojos en blanco, hacían la seña del as de espadas.



Transcripto de: Filloy, Juan, Los Ochoa. Saga nativa. Córdoba, Op Oloop Ediciones, 1998.

Olvidados o ignorados: Juan Filloy y el Combate de Carmen de Patagones






Juan Filloy Murió en el año 2000, a la edad de 105 años. Vivió su breve vida integramente en su provincia de Córdoba. Fue contemporáneo de Borges, de Cortázar (quien lo meciona en Rayuela), de Mallea, de Saer, de Marechal, de Sábato, de Arlt ... Simplemente, de TODOS los grandes escritores argentinos del Siglo XX (y de los no tan grandes también). Tal parece que todos esos grandes escritores sabían de la existencia de este rara avis cordobés, que se empeñaba en publicar en sus pagos lo que por diversión escribía. Puede ser esa la razón de su falta de popularidad, o quizás lo poco prolífico de su obra: más de cincuenta novelas, todas con títulos de siete letras, y que están encabezados, al menos por alguna de las letras del abecedario (por cierto, como Cortázar, era adepto a los anagramas y las frases palíndromas, tenía una colección de miles de su propia cosecha). Puede parecer una falsa biografía borgeana, pero basta leer a Filloy para que Borges parezca un personaje inventado por él. Apropósito: no es fácil leer a don Juan, sólo tengo noticias de dos reediciones de sus novelas hechas por Losada en la última década: ¡Estafen! y la legendaria Op Oloop. Una editorial cordobesa, que lleva el nombre de esta última novela, y a la que no he podido ubicar ni por el mail ni por el teléfono que figuran en el libro , publicó Los Ochoa (la "ch" debe contarse como una letra, el título sigue teniendo 7), y pude milagrosamente, conseguirlo en Pilar. Prometo subir algo transcripto por mis propias manos en breve (no es pirateo, es desesperación por dar a conocer una obra magistral). De momento, acerco algo que se puede conseguir por Internet: un fragmento de Aquende, que para mí tiene especial significación, ya que pretendo escribir algún día una novela sobre el Combate de Carmen de Patagones, y según he podido observar tras una modesta investigación, Filloy fue el único que escribió sobre este episodio casi olvidado, que algún día resumiré, pero que puede reconstruirse a grandes rasgos en este fragmento del escritor cordobés. Hasta el día de la fecha no he podido conseguir, ni siquiera en bibliotecas, dar con un ejemplar de Aquende. Que yo sepa, la única manera de consultarlo es accediendo a la edición original de la novela, de 1938, para lo cual hace falta acreditarse como investigador avalado por alguna institución, para tener acceso a la Sala del Tesoro de la Biblioteca Nacional Argentina. No pierdo las esperanzas de fraguar esa acreditación (no soy falsificador, pero conozco serios investigadores que quizás se apiaden de este humilde lector curioso y ayuden en mi causa). Mientras tanto, vaya esta muestra de humor, maestría literaria y erudición, ya que los datos y el episodio central que se cuenta, la historia del anillo, están registrados en las crónicas históricas. Se menciona también a Pincheira, quien fue un oficial español que se hizo desertor en la Revolución de Mayo, pasó a ser reconocido como cacique entre los indios, y luego terminó regenteando una banda de renegados indios y cristianos que asoló desde la Provincia de Buenos Aires, hasta San Luis y Santiago de Chile, donde finalmente fueron sometidos y ejecutados unos treinta años después de comenzar sus aventuras. En el relato también se habla de Corsarios y de gauchos renegados. Cada uno de estos personajes merece una historia aparte, como por ejemplo el Gaucho Molina (que ya es personaje de una novela y de una historieta), pero para eso esperen mi novela. Aunque el relato que les dejo, de tan magistral, desalienta todo intento de sorprender narrando una buena historia. Lo de Filloy es demasiado, así que lo comparto. Disfruten entonces de la pluma de este goliardo sin tacha.

Charanga:GESTA
FUE un trago largo, como un lazo. Pialó el acuerdo.
Y dijo:
–Mi padre llegó a Carmen de Patagones durante la administración del Comandante Oyuela.
El pillaje de los indios devastaba las colonias y las estancias de la frontera.
A base de robos y de comerciantes sin escrúpulos florecía la exportación de cueros y tasajo.
Mi padre era gaucho. Llevaba cinco “muertes” encima. Y entró a punto en el juego.
Porque entre reducidores, aventureros, corsarios y esclavos, el crimen es una ficha.
Los soldados que mandó la Primera Junta a sofocar la revuelta del año 12 se rebelaron el 19. ¡Todavía se oían los ayes del Gobernador y se veían las cabezas de los oficiales enterrados vivos!
Mi padre, corrido por la justicia, se encontró, a sí mismo, en la promiscuidad de los Aucas. Pues el gaucho que se asquea de la ley de los hombres regresa al instinto de la indiada.
Con ellos robó y mató a gusto, hasta que vino el gallego Pincheira. ¡Ordene, Oficial Pincheira! Y entró a su banda militarizada de forajidos: indios, gauchos y soldados desertores.
Mi padre dilapidó su parte de cuarenta mil vacunos "reducidos" a patacones en el Carmen. Hasta que los colonos cansados de pillajes se hicieron a su vez cuatreros y bandidos...
La emoción de bandidaje es una emoción bárbara, pero subyugante de la especie.
Arrasar, quemar; violar, matar; son cosas primarias que cobijan todas las almas.
Mi padre decía: quien degüella, desuella y... resuella. Y no tuvo asco: bestias, indios o cristianos.
Pero todo cansa. Y con una cautiva que rescató en Chile, merodeó por las orillas de Río Negro. Fuera del apero, su daga, sus piojos y su quillango, no tenia más que cicatrices.
Juntó cueros de zorros y plumas de ñandú. Pero la honradez lo acobardaba...
Se metió con los noruegos de una factoría de aceite. Y tuvo vergüenza del trabajo...
¡A él, que amaba los entreveros, le dolía matar focas a garrotazos en bahías desoladas!
Mi padre, el 26, entró a bordo de un corsario cuando estalló la guerra con Brasil.
Se curtió con sudestadas. Y se templó de nuevo en las matanzas de los abordajes.
Carmen de Patagones vivía el esplendor que da la plata del vicio y la rapiña.
Se hizo puerto libre y zona neutra. Se llenó de truhanes, putas y piratas: de vértigo y orgía. Los brasileros, hartos de ignominias y saqueos de corsarios, resolvieron hacer un escarmiento. Cinco navíos de guerra, del bloqueo a Buenos Aires, fondearon en las bocas del Río Negro.
Y setecientos hombres, bajo el mando de un general inglés, enfilaron hacia Carmen de Patagones.
La noticia apenó a todos. Entraban en la patria como el hacha en el árbol que se quiere.
Mi padre se enroló en la defensa. Defensa improvisada, de milicos, gauchos y tahúres.
Tenían de arma un espíritu de llama y de escudo solamente la tela de la faja y de la vincha. Cien jinetes en conjunto. Coordinaron el ataque con la astucia del indio y la rabia del desierto. Seis leguas separaban al invasor, de Patagones. Seis leguas de sed en un páramo de fuego.
Los infantes brasileños lo ignoraban. Conducidos sin cautela, se filtraron de cansancio en el camino.
Mi padre, entonces, abrió lucha de emboscada. Los sedientos bebieron sangre en sus heridas. Los demás, la lengua seca, se desbandaron como loros ante el huracán de los centauros.
En medio de una escaramuza, el brillante uniforme del general atraía la mirada.
Mi padre lo volteó de un balazo mientras sus huestes sucumbían por las cargas y la sed.
Y deseando con locura su uniforme, se precipitó sobre el general, a despojárselo.
Su cuerpo inmóvil cedía dócilmente. Ya casi desnudo, mi padre quedó bizco de repente.
¡Un anillo magnifico destellaba en su mano! En el apuro de tenerlo, le cortó el dedo de un hachazo.
Fue un ¡ay! horrible. El general, nada más que herido, simulaba la muerte por salvarse...
¡Pero la muerte vino sin piedad! Y mientras milicos y gauchos arreaban prisioneros, Mi padre le hundió la daga en el corazón; la revolvió como una bombilla en el mate.
Y ufano del anillo y la chaqueta, galopó sobre cadáveres a dirigir la columna derrotada.



Fuente: www.literatura.org/Filloy/jfTexto1.html
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sábado, 22 de septiembre de 2007

"El jardín de las delicias"

Perséfone era una de las tantas hijas de Zeus, y para colmo, una de las tantas ilegítimas. En una familia de pervertidos divinos (después de todo eran divinidades), la prosapia de Perséfone no era nada del otro mundo (¿de éste?): su madre era Démeter, la hermana mayor de su padre, la que a su vez no era la favorita siquiera, ya que papá-tío Zeus estaba casado con su otra hermana, la celocísima Hera. Por todo esto, queda claro que la joven y hermosa diosa no gozaba de una posición estable en el Olimpo, a diferencia de los hijos legítimos, fruto del incesto real. Solía vivir muy lejos de los demás dioses, siendo una diosa de la naturaleza, anterior a esos inventos modernos de plantar semillas y cultivar plantas. En la tradición olímpica fue cortejada por sus hermanastros, los dioses Hermes, Ares, Apolo y Hefesto, pero su madre rechazó todos sus regalos y alejó a la hija de la compañía de los dioses. Así, llevaba una vida pacífica hasta que, como era de esperarse en semejante familia, no tardó en aparecer el tío degenerado, venido del propio infierno. El mito resume el hecho violento a lo que podría ser hoy el guión de una película XXX: Perséfone estaba recogiendo flores inocentemente con algunas ninfas (las siempre vírgenes Atenea y Artemisa, según el himno homérico, o Leucipe, o algunas Oceánides, según otros) en un campo en Enna cuando Hades apareció, emergiendo de una grieta del suelo. Las ninfas fueron transformadas en las Sirenas por no haber intervenido, Artemisa y Atenea en nada, porque sí eran favoritas de papá Zeus, aunque fueran también ilegítimas.
Pero si bien esto era cosa de todos los días en la familia olímpica, en el mundo de acá abajo la vida quedó paralizada mientras la desolada madre Deméter (diosa de la Tierra) buscaba por todas partes a su hija perdida. Ya se sabía, tanto entonces como ahora no es recomendable hacer calentar a la tierra. Helios, el sol, que todo lo veía, que era bastante buchón, y sí que sabía hacer calentar a la Tierra, terminó por contarle lo que había pasado. Ese sería el primer antecedente del calentamiento global. Finalmente, Zeus no pudo aguantar más la agonía de la tierra y obligó a Hades a devolver a Perséfone, enviando a Hermes para rescatarla. La única condición que se puso para liberar a Perséfone fue que no probase bocado en todo el trayecto(¿primer antecedente de anorexia en jóvenes modelos?), pero Hades la engañó para que comiese seis (o cuatro, según las fuentes) semillas de granada, que la obligaban a volver al infierno cada año un mes por cada semilla. En algunas versiones, Ascálafo contaba a los demás dioses que Perséfone se había comido voluntariamente las semillas de granada, después de todo, parece que el tío Hades tenía lo suyo, era puro fuego. Como sea, cuando Deméter y su hija estaban juntas, la tierra florecía de vegetación. Pero durante seis meses al año, cuando Perséfone volvía a los infiernos, la tierra se convertía de nuevo en un erial estéril. Fue durante su viaje para rescatar a Perséfone del inframundo cuando Deméter reveló los misterios eleusinos. En una versión alternativa, Hécate rescató a Perséfone. En la versión más antigua la temible diosa Perséfone era la propia Reina del Inframundo (Burkert, Kerenyi). En algunas versiones Deméter prohíbe a la tierra dar frutos, en otras está tan ocupada buscando a Perséfone que no se ocupa de ella, y en algunas la profundidad de su desesperación hace que nada crezca. Este mito puede ser interpretado también como una alegoría de los rituales matrimoniales de los antiguos griegos, que sentían que el matrimonio era una especie de rapto de la novia de su familia por parte del novio, y puede haber explicado los orígenes del ritual del matrimonio. La más popular interpretación etiológica de las estaciones puede haber sido una visión posterior.
Moraleja: si fuerzas a una mujer a que sea tu esposa, debes estar dispuesto a dormir con la reina de los infiernos.
Mientras tanto, a trabajar Goliardos, hay una primavera que hacer florecer. Hagamos propicio el encuentro de la reina infernal con su madre. Mantengámoslas distraídas, después de todo son diosas, sólo basta con piropearlas hábilmente.
PD: Un saludo para Laucha, que cerró el equinoccio en una radio de Pilar, entrevistado y tocando un acústico en vivo, junto a sus compañeros de Jheronimus Bosch. Valga la referencia, entonces a El jardín de las delicias. Y ojalá que eso sea nuestra primavera goliardesca.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Goliardesca: Postales de un Boliche Top Medieval

El presente texto quizás sea, por excelencia, el máximo exponente de la anónima poesía goliardesca medieval. Todos sus elementos, la denunca de la corrupción, el ansia por el juego de azahar, la compulsión fervorosa por el vino, la alegría de vivir y la mirada ácida a la moral media, aparecen sin metáfora, sólo encubiertos por el débil velo de la ironía que en realidad las resalta, y con el adorno nada censurable de la hipérbole. Lo curioso es que esta pieza forme parte de los célebres Carmina Burana que musicalizados por Carl Orff fueron elegidos para la apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1938, aquellos que tuvieron por finalidad demostrarle al mundo la superioridad de la raza aria... y que tan oportunamente dieron por resultado una arrasante actuación de los atletas negros. Léanse con atención sus versos, traducidos más abajo, y díganme si tenían algo que ver con el ideal nazi ¿Nadie se dio cuenta de la incoherencia o poco importaba lo que dijeran unos viejos poemas medievales en un latín que nadie entendería? Como sea, resulta saludable que la más aberrante idea que haya parido esta perversa humanidad, haya tenido que apelar a símbolos tan contrarios a su ideario a falta de algo mejor que resultara atrayente. A eso suele llamarsele mentira, por si cabe alguna duda.
Por nuestra parte, nuestro desagravio a los hermanos goliardos, quienes ni en su más febriles pesadillas habrían soñado semejantes horrores para otros seres humanos, horrores que la Iglesia les tenía reservados a ellos mismos, ¿cómo desearle ese infierno a otro?
Alcemos nuestra copa a la memoria eterna de estos anónimos héroes fundadores de nuestra fraternidad.
In taberna quando sumus,
non curamus quid sit humus,
sed ad luddum propreramus,
cui semper insudamos...
Quidam ludunt, quidam bibunt,
quidam indiscrete vivunt.
Sed in ludo qui morantur,
ex his quidam denudantur
quidam ibi vestiuntur,
quidam saccis induuntur.
Ibi nullus timet mortem
sed pro Baccho mittunt sortem.
Primo pro nummata vini,
ex hac bibunt libertini;
semel bibunt pro captivis,
post hec bibunt
ter pro vivis,
quater pro Christianis cunctis
quinquies pro fidelibus defunctis,
sexies pro sororibus vanis,
septies pro militibus silvanis.
Octies pro fratribus perversis,
nonies pro monachis dispersis,
decies pro navigantibus
undecies pro discordantibus,
duodecies pro penitentibus,
tredecies pro iter agentibus.
Tam pro papa quam pro rege
bibunt omnes sine lege.
Bibit hera, bibit herus,
bibit miles, bibit clerus,
bibit ille, bibit illa,
bibit servus cum ancilla,
bibit velox, bibit piger,
bibit albus, bibit niger,
bibit constants, bibit vagus,
bibit rudis, bibit magus,
bibit pauper et aegrotus,
bibit exul et ignotus,
bibit puer, bibit canus,
bibit preasul et decanus,
bibit soror, bibit frater,
bibit anus, bibit mater,
bibit ista, bibit ille,
bibunt centum, bibunt mille.

«Cuando estamos en la taberna /no nos preocupamos por la tumba,/ sino que nos precipitamos al juego, / en el que siempre transpiramos. /Unos juegan, otros beben,/ otros de forma indiscreta viven./ Pero de los que se dedican a jugar;/ unos allí pierden su ropa,/ otros consiguen vestirse,/ otros se visten con saco./ Nadie allí teme a la muerte/ y por Baco tientan la suerte./ Monedas para la primera copa de vino,/ de ella bebe el libertino,/ beben la segunda por los cautivos,/ despues de éstas la tercera por los vivos,/ la cuarta por todos los cristianos,/ la quinta por los fieles difuntos,/ la sexta por las monjas casquivanas,/ la septima por los soldados del bosque,/ la octava por los frailes perversos,/ la novena por los monjes dispersos,/ la décima por los navegantes,/ la undécima por los discordantes,/ La duodécima por los penitentes,/ la decimotercera por los los caminantes./ Tanto por el papa como por el rey,/ beben ya todos sin ley./ Bebe la señora, bebe el señor / bebe el caballero, bebe el clérigo, / bebe aquel, bebe aquella, / bebe el siervo con la criada, / bebe el animoso, bebe el perezoso, / bebe el blanco, bebe el negro, / bebe el constante, bebe el vago, / bebe el tosco, bebe el sabio, / bebe el pobre y bebe el enfermo, / bebe el desterrado y el desconocido, / bebe el niño, bebe el viejo, / bebe el obispo y el decano, / bebe la hermana, bebe el hermano, / bebe la abuela, bebe la madre, / bebe ésta, bebe aquél / beben ciento, beben mil.»

¡Salud y feliz primavera!

martes, 18 de septiembre de 2007

Seré tus ojos

Un tío ciego, una sobrina de nueve años, la misma edad que él cuando se quedó ciego. Los une que a ella, a esa edad se le murió el padre, hermano del ciego, y la madre, en un accidente. Se cuidaron mutuamente, vivieron momentos de intensa felicidad, incluso después de que él perdiera parte de su movilidad, quedando en silla de ruedas. Ella creció junto a él, y con el tiempo lo fue cuidando cada vez más; sin quererlo, él se hizo más dependiente de la niña, que crecía demasiado rápido sin que él lo notara. No tarda en aparecer el instinto, ella no es ajena a los hombres, es más, son su cable a tierra, siempre a hurtadillas del tío. Pero será una excelente sobrina, hasta que un día aparezca un novio en la casa. No muy educado desde un primer momento, avanzando poco a poco; durmiendo con la sobrina en la casa, atormentando con gemidos y hasta a veces llantos, el sueño del pobre tío. El novio se va volviendo cada vez más desvergonzado, se pasea desnudo por la casa sabiendo que no es visto por el viejo, abusa de este en cuanta ocasión puede, le saca dinero, la chica intenta proteger al tío pero se hace evidente que no puede. Para colmo es un parásito, ella trabaja pero él siempre le saca dinero, ella nunca tiene nada encima, y el tío, que cobra alguna pensión algo exigua, le “presta” (sin esperanza de devolución) para que ella se las arregle. Pero lo cosa se va poniendo cada vez más densa, él es violento, también en la intimidad: la fuerza, la viola, la droga, se droga, pero sobre todo es alcohólico. Y después se desata, y más tarde se enternece. Le habla bajo, seductor, al oído: le promete una vida de reina, y hasta incluso al día siguiente se le aparece con algún regalo caro, mal habido. Y es que además, desde ya, anda en cosas feas. Alguna vez el tío tuvo que escuchar cómo el rufián del novio obligaba a su sobrina a acostarse con un tercero. Parece que obtuvo dinero del hecho. Y para colmo, ultrajando una casa por demás débil. Lo más inquietante es que el gusano, cuando se pone tierno, le empieza a decir al oído a la pobre sobrina que el viejo seguro vale más muerto que vivo: sabe que hay unos terrenos familiares por ahí, ella es la única heredera, los puede vender, los puede alquilar, el viejo es inútil, nunca les va a sacar provecho por su invalidez. Y el tío no escucha nada de esto. Y la niña empieza a pensar en lo que sufre su tío por su culpa, si no sería mejor que se fuera de este mundo sin sufrir ese infierno en la casa. Y el tío que se mueve oliendo y escuchando por el mundo que permite una silla de ruedas, que lee braile, que es educado y le dio una educación a su sobrina para que terminara así, y que al principio, en aquellos tiempos felices había dejado un recuerdo en su sobrina: de una vez que compraron un veneno para cucarachas o quizás hormigas, que era blanco, muy blanco aunque a él no le importó por razones claras, o más bien oscuras. Él hizo lo que a veces tiende a hacer un ciego, destapó el frasco y lo llevó a su nariz con aparente decisión. El vendedor, alarmado le tomó el brazo, advirtiendo sobre la alta toxicidad del producto. El tío le respondió que lo sabía, que el veneno tenía apenas un imperceptible olor a humedad. Lo había olido desde lejos, el vendedor había sido rápido y se excusó cortésmente por su posible grosería. El tío le dijo simplemente que un ciego debe aprender a poner en práctica esas alarmas para no morir envenenado por su propia mano. La chica sabe, entonces, que algún veneno que le proporcione una muerte dulce al viejo, sería notado por el olfato agudo del ciego. Descarta la idea, se sume en el pánico de lo que está pensando, sin dudas sería un parricidio, pero ella está desesperada y le tiene demasiado miedo al rufián como para enfrentarlo. Un día están los tres en la casa, a veces hasta parecen una familia cenando juntos, sobre todo cuando el rufián está cariñoso con la pobre chica. Pero no dura mucho, se pone a tomar compulsivamente, durante penosas horas de maratónica ingesta de alcoholes de diverso género. Pasa lo de siempre: llega un momento en que le empieza a demandar al viejo por esos licores que él esconde. Y el viejo, muy sumiso, temiendo que como alguna otra vez, lo golpee, le da uno de esos licores que empedan rápido y son dulzones, uno de esos que él mismo prepara. Es una verdadera lástima que el rufián, tan borracho que ya estaba, nunca se haya dado cuenta del ligero olor a humedad que tenía el licor del tío. Tampoco, por fortuna, lo notó la sobrina que para esa altura hacía rato que ya había dejado de tomar, ya no podía, y el otro ya no ofrecía, lo quiso todo para él. Y el tío no lo negó, y la sobrina no se dio cuenta, y el rufián tampoco, ni siquiera cuando amaneció vomitándose fuego encima, ni siquiera lo notó poco antes de morir aparentemente atragantado con su propio vómito, como para la policía mueren los rufianes que siempre los están molestando, hasta que un día toman de más, y para qué investigar por una rata que nadie llora. Si hasta de ahora en más, esa pobre chica y ese noble viejo inválido podrán vivir en paz, el tiempo que a él le quede, ese tiempo en que ella podrá seguir siendo, por siempre, sus ojos.

Sordera intermitente

A veces no es posible saber si ciertas debilidades físicas se desarrollan solas y generan otras consecuencias en el carácter, o si más bien ciertas particularidades del carácter son las que generan las deficiencias físicas que les resultan funcionales. En otros términos, a veces no se puede determinar si alguien deja de escuchar a los demás y luego sufre una conveniente pérdida de audición, o si es ésta la que lo lleva a dejar de escuchar a los demás. Es más difícil saberlo en casos en los que la misma deficiencia coincide fatalmente con el carácter. En el caso de Adela, antes de sufrir su sordera intermitente fue muda de carácter, y por eso mismo nunca comunicó (es claro que el orgullo quita el habla) lo que le pasaba a su familia. Estoica viuda de un marido espinoso cuya muerte hubiera provocado más de un banquete de alegría, Adela se hundió en un luto indeterminado y se encerró en aquel oscuro departamento donde había pasado los años más infelices de su vida. Le quedaban sus hijos, Carlos y Sirena, con quienes decidió compartir su infinito resentimiento hacia aquello que finalmente ella misma había elegido. Carlos fue implacable, esperó el inevitable paso del tiempo, y sin dar mayores explicaciones un día le comunicó a su madre (había heredado lo taciturno de ella, pero no su frustración) que le había surgido un trabajo en Australia, después de todo, para eso había estudiado ingeniería e inglés -Adela no paraba de quejarse de ese hijo que sólo vivía para estudiar y que no pensaba en su madre, mientras cuando era conveniente hablaba con orgullo de lo inteligente que él era-, y se fue sin decir más. Al principio escribía, pero algo pasó después, y Carlos dejó de escribir, hasta incluso a su hermana menor, que por entonces tenía la mitad de su edad. Si bien Adela gozaba de una buena pensión, la mejor herencia de aquel hombre para el olvido, se lamentaba en público del estado ruinoso de abandono en el que la había dejado aquel hijo desagradecido. Sirena la había escuchado durante años, hasta que también llegó su turno de volar, y lo hizo, aunque más cerca, cuando se escapó de su casa con Martín, ese barbudo con ideas revolucionarias que para el mundo le pudrió la cabeza a la nena, y ya va a ver, ya va a volver la desagradecida, todos estos años dándole lo mejor para que se vaya con el primer roñoso que se le cruza. Pero para su desgracia, Sirena no volvió sino hasta cinco años más tarde, para que Adela conozca a su nieta María. Martín tenía un buen trabajo y se había afeitado, María era luminosa como la madre y silenciosa como la abuela, aunque sin ninguna amargura que la ate a un pasado oscuro en cual fuera siempre víctima; María era demasiado niña para eso, y Sirena se encargaba de dosificar sabia y sutilmente ese contacto por miedo al contagio, y entonces pudo mantener la distancia suficiente como para armonizar con su historia sin venderle su futuro al pasado, como lo había hecho Adela. Sirena y Martín eligieron vivir a unos cuantos kilómetros de la ciudad, y la distancia y la ocupación fueron el mejor escudo contra aquel triste arcano. Y a la vez, esa misma distancia les permitió reconciliarse con su historia y comprender que a veces el tiempo anestesia los resentimientos hasta dejarlos sin efecto, como a un medicamento vencido, aunque éste en vez de curar pueda envenenar. En principio, hasta Martín logró olvidar aquella denuncia por el secuestro de Sirena con la que Adela intentó retener a su hija bajo su ala opresora, y que a él casi le cuesta la cárcel. Fueron tiempos difíciles hasta que Sirena se emancipó como para casarse y evitar cualquier represalia legal contra su hombre. Y lejos de Adela, especialmente lejos de Adela, construyeron su mundo feliz. Nunca supieron que mientras tanto, Adela empezó a desarrollar, en aquellos años, su sordera intermitente.
[Continuará]