sábado, 31 de mayo de 2008

El tiempo de Dios










El Ingeniero Aldo Moustache, oriundo de San Justo, Provincia de Buenos Aires, fue una injusta víctima de la ciencia, y a la vez, de la incomprensión humana hija de una paradoja del tiempo al que él mismo le dedicó su vida. Moustache fue un obsesivo por ese tema, desde su más tierna infancia planteaba a sus mayores sencillas preguntas sin solución, tales como cuándo comenzó el tiempo, y cuándo va a terminar. Algún tío, ex seminarista, le recomendó la lectura de las Confesiones de San Agustín, hablando del tiempo de los hombres y el de Dios. Las especulaciones del filósofo africano fueron un latigazo en su joven conciencia nacida tan sólo una década humana atrás. La idea de que el tiempo divino no podía ser tan limitado como para dividirse en pasado, presente y futuro, y que por lo tanto Dios vivía todos los tiempos en uno, sin la sucesividad del tiempo humano, lo deslumbró y cambió el rumbo de su existencia hacia una fantasía que habría de transformarse forjada por el estudio y la investigación en una teoría científica. Curiosamente, el muchacho se formó en un férreo ateísmo que se fortaleció elevando a la ciencia al rango de fe religiosa.
El joven Moustache fue un alumno universitario precoz y brillante: terminó la escuela secundaria tres años antes de lo normal, e ingresó en la carrera de Física de la Universidad Nacional de La Plata a la edad de 15 años. Completó sus estudios graduándose con honores tan sólo cuatro años más tarde. Investigador de post-grado a los 19 años, Moustache continúo el cursus honoris previsible y se recibió de Doctor en Física a los 22 años. Al mismo tiempo había cursado en paralelo estudios de Filosofía e Ingeniería. Curiosamente, éste último título, de los muchos que ostentara desde los 25 años en adelante, fue el que perduró hasta en su temprana lápida, aunque haya muerto a unos aparentes 84 años, más allá de las fechas oficiales de nacimiento y defunción: 1925-1965.
Para 1950, Moustache regresa de los Estados Unidos convertido en un respetable Ingeniero Físico. Cuenta con un subsidio del Massachusetts Institute of Technology para montar un laboratorio en San Justo, evidentemente una excentricidad que se le permite al, por otra parte, discreto, brillante y promisorio científico argentino. A partir de allí los pormenores de la investigación de Moustache y su relación con el MIT se hacen difusos, sólo es posible saber que el tema siempre es el mismo: las fisuras temporales o la búsqueda de las variables espacio-tiempo que harían posible unir pasado, presente y futuro. Sólo una cosa pudo saberse del proyecto: que ostentaba entre los entendidos el místico nombre de "El tiempo de Dios", nombre que suma una nueva paradoja si se tiene en cuenta que fue un ateo convencido como Moustache quien le dio vida.
El proyecto parece que naufragó oficialmente por falta de avances que fueran más allá de la especulación teórica, y dicen las malas lenguas que los americanos acusaron a Moustache de haber malgastado el dinero del subsidio en una absurda investigación en el lugar más inapropiado para un trabajo de tales características. El olvido, el oprobio y la mala fama se encargaron del resto. La carrera oficial de Moustache finalizó hacia 1960, cuando la intelligenzia científica local (la internacional ya lo había hecho) le terminó de retirar el saludo. Recluido en su San Justo natal, Moustache consiguió apoyos financieros misteriosos, algunos dicen que eran restos de lo que birlara a los americanos, otros plantean financiamiento soviético a través de la incipiente Cuba castrista, y hasta hay quienes plantean una cuidadosa combinación de ambas. Pero la mayor parte de los que estaban al tanto de la cuestión lo tomaron simplemente por un payaso o un loco, y ni siquiera creyeron que alguna vez El tiempo de Dios haya continuado, a pesar de la existencia de testigos que aún hoy señalen lo contrario.
El Doctor Mariano Caravetta fue colaborador de Moustache entre 1961 y 1965, año del fallecimiento del Ingeniero por causas naturales, aunque muy poco claras. Caravetta aseguraba que en los fondos de la casa de San Justo se construyó un misterioso “gabinete galvanizado” al que denominaban "La ermita", en consonancia con el irónico nombre místico del proyecto. Lamentablemente el propio Caravetta falleció hace algunos años internado en una institución neuropsiquiátrica, lo cual no impide que su hijo Augusto siga sosteniendo hasta hoy en día tanto la historia de EL tiempo de Dios como la cordura de su padre. El hecho en sí es que Caravetta aseguraba que Moustache había logrado viajar por el tiempo, encerrándose en la ermita antes mencionada. El problema, según Caravetti, era que Moustache no había podido hallar todas las variables necesarias para dominar e ingresar al tiempo de Dios, es decir a esa conjunción de coordenadas físicas que hacen posible vivir todos los momentos en uno. Para empezar, Moustache había conseguido solamente viajar "en línea recta", es decir, a través de su propia existencia, de tal modo que se había encontrado siempre con él mismo, primero en el pasado reciente, luego en una época más lejana. Pero siempre viajaba a momentos de su propia vida en los que él estaba presente. No obstante, no pudo establecer ningún contacto, estaba en el lugar como un fantasma. Dos datos más agregan asombro a la historia: el tiempo para el Ingeniero transcurría a mayor velocidad, y él presenciaba todo no sólo más rápido, sino al revés, como una película en reversa. Moustache vio su vida de adelante para atrás, sin poder revertir el proceso, estaba obsesionado con "encontrar la curva en la que el tiempo se replegara sobre sí mismo", y entonces pasado, presente y futuro se volverían uno sólo, en un solo momento que sería la eternidad, El tiempo de Dios.
Por desgracia, y siempre según Caravetta, Moustache se negaba a admitir una evidencia demasiado visible para sus colaboradores: cada vez que salía del gabinete, su apariencia física había envejecido algunos años, si bien nunca se sometió a sesiones de más de dos horas. El resto de sus colaboradores no corrobora la versión de Caravetta, y adscriben a la versión oficial que sostiene que Moustache se sometió a una descarga de rayos desconocidos que le provocaron un envejecimiento celular anticipado, y por consiguiente, la muerte a los 40 años con la apariencia de un hombre de 84, según lo que el propio Moustache terminó por calcular. Esta especie de contraindicación aparente del viajar por el tiempo es, siempre según Caravetta, lo que terminó por impedirle al Ingeniero de San Justo resolver el pliegue que según él lo fusionaría con todos sus otros yo en un solo instante del que él podría regresar al tiempo humano contando con cualquier edad, pero siempre vivo, ya que el rango temporal en el que se estaría moviendo, en principio, excluiría al futuro, o sea, a los años posteriores a 1965, y la sesión de dos horas no era suficiente para abarcar a un pasado anterior a su nacimiento, lo que lo llevaría a no existir.

 
El impresionante testimonio de Caravetta queda por desgracia empañado por otros datos que se agregan a la antes mencionada insanía psíquica: él mismo admite no haber visto nunca nada de lo que ocurría dentro del gabinete (estaba sellado herméticamente durante las sesiones), por un lado, mientras por otra parte se transformó en el propio destructor de la única evidencia, cumpliendo con una última voluntad del envejecido prematuramente y moribundo Moustache: la destrucción absoluta de la ermita y todas las notas y documentos que dejaran testimonio del tiempo de Dios. Aparentemente en sus últimos días, Moustache se volvió escéptico y amargado, no quiso que sus hallazgos fueran finalmente robados por aquellos que lo habían sepultado en la vergüenza y lo habían borrado de la memoria científica y humana. De nada valió la súplica del fiel Caravetta: Moustache que era ateo hasta la médula, y más aún en sus últimos días, le hizo jurar al devoto y muy cristiano colaborador que cumpliría con su resentido deseo. Y así fue hecho.
Su hijo Augusto cuenta que su padre no estaba loco porque un demente jamás podría haber muerto diciendo una cosa tan coherente. En su aparente delirio final, Caravetta miró al vacío diciendo: “Ahora comprenderá Usted, señor Ingeniero, por qué no pudo en este lado del tiempo alcanzar el pliegue del tiempo de Dios. Si hubiera comprendido lo que San Agustín escribió, hubiera entendido no sólo que los mortales no pueden alcanzarlo, sencillamente porque el pliegue es la muerte. Pero, en fin, deberemos continuar esta discusión en otra parte”. Y entonces, él también se entregó a la eternidad. Augusto Caravetta, quien de niño conoció muy bien al Ingeniero Aldo Moustache, sostiene que este era tan científicamente obstinado que si las últimas palabras de su padre se cumplieran, seguramente el ateo científico no daría el brazo a torcer, convencido de que ningún imperfecto dios humano forjado por la deficiente aunque brillante especulación también humana iba a venir a opacarle la gloria de su inmenso descubrimiento científico.
Desafortunadamente, quiso el azar, el destino o quizás el mismo Dios, que creer o no en esta historia termine siendo sólo una cuestión de fe.

lunes, 12 de mayo de 2008

Gianni II: La ventana mágica.

Gianni y tía Bruna en la playa (¿Anzio quizás?) alrededor de 1946


De los mismos años, una historia más risueña y con final feliz, aunque la tragedia representada aparezca como verdadero telón de fondo.

La tía Bruna, la hermana de Ada, mi abuela la Nonna, la misma tía que pronosticó el día que yo nací que sería presidente de la Argentina, repartiendo cintas celestes y blancas a quien se le cruzara (tía que no llegué a conocerte más que en eufóricos relatos de tu alegría desbordante: ¿qué destino cruel esperabas para este humilde servidor?), la querida y desconocida por mí tía Bruna, la "loca linda" de la familia, llevó a mi papá-niño a la ópera a ver Tosca, y ya nada volvería a ser igual para él, el espectáculo se le metió en el alma para siempre.

La obra transcurre enteramente en el Castell Sant'Angelo, distante a unas treinta cuadras de la casa de los Lunadei, en el centro de Roma, a orillas del río Tiber. El último acto transcurre en la terraza del castillo, Cavaradossi, el amado de Tosca, está preso allí; el malvado Scarpa lo encerró sabiendo de sus actividades revolucionarias y lo condenó a muerte. Scarpa desea perversamente a Tosca. En el acto anterior la muchacha va al despacho de Scarpa a rogar por la vida de su amor. El villano despreciable le pide a la joven la entrega de su cuerpo a cambio de simular la ejecución de Cavaradossi, programada para un rato más tarde, con balas de salva. Tosca accede, asegurándose de que Scarpa firme un papel en el que se supone que dará la orden, sin saber que el malvado miente. Cuando él, en un repugnante abrazo se dispone a poseer el cuerpo deseado con lascivia, Tosca recibe el abrazo apuñalando heroicamente al perverso, quien muere en sus brazos. Ella huye a avisar a su amado de la supuesta simulación que éste debe hacer, sin que nadie advierta aún el asesinato. Tosca le da las intrucciones a Cavaradossi, quien una escena antes canta una de las áreas más hermosas de la obra "E lucevan le stelle", donde evoca a la amada a quien no verá nunca más. La escenografía espectacular de la ópera reproduce al detalle el castillo, y papá pensó que el teatro era una ventana mágica que mostraba lo que realmente estaba pasando en ese lugar por el que él pasaba siempre. Desde ya, la historia era fuerte para un pequeño espíritu sensible como el suyo. Pero los espíritus sensibles se alimentan de las tragedias, y papá estaba fascinado.

La historia continúa, como buena ópera, con el final trágico imaginado: no hay balas de salva, Cavaradossi es fusilado de verdad, mientras Tosca piensa que se trata de una simulación, y observa despreocupada la escena. los soldados se retiran, Tosca espera. Luego de un rato, se le acerca a Cavaradossi, le habla dulcemente, pero él no responde, no se mueve, no respira. Tosca enloquece al comprobar la traición final de Scarpa. Mientras tanto, se descubre el asesinato cometido por la desesperada mujer, un grito lo advierte. Los soldados ascienden a la terraza y reaparecen en escena. Tosca se despide de Cavaradossi muerto, le dice que pronto se reencontrarán, y ante la vista atónita de sus perseguidores se arroja al vacío. La orquesta bate a fondo todos sus instrumentos, y en unos resonantes e inolvidables acordes finaliza la ópera. Telón final. Papá, shoqueado, se quedó mudo, y la tía Bruna pensó que quizás la obra hubiera aburrido al chico.

A la mañana siguiente, al despertar, no pudieron encontrar a papá por ningún lado, ni siquiera en el vecindario. Nunca supe cómo dieron con él, pero lo cierto fue que ya se imaginarán adónde estaba: se había escabullido bien temprano, no había podido dormir, había caminado las treinta cuadras que conocía bien para ver si estaba el cuerpo de Tosca en la vereda, y ni siquiera vio rastros de sangre, ni baldosas rotas por el impacto de la caída. No pudo dejarle una ofrenda, aunque sí le quedó la duda de cómo funcionaba aquella ventana mágica.

Y averiguar eso le llevó el resto de su vida.