miércoles, 24 de diciembre de 2008

Papá Noel en estado de coma.

Foto tomada con disparador automático durante la navidad de 1994, en en la habitación del Hotel Colón, en Arica, Chile.


A veces en las fiestas de fin de año desplegamos toda nuestra capacidad para hacer de la ocasión un momento digno de larga recordación. En mi familia hemos trabajado a veces arduamente en tratar de hacerlas inolvidables y para lograr ese cometido, nos hemos esforzado en darle a cada ocasión un ingrediente que las convirtiera en únicas e irrepetibles, y el modo más simple de hacerlo fue, muchas veces, cambiar el escenario cuando fuera posible. En tal sentido, la navidad más original de todas es la que pasamos en Arica, Chile, en el año 1994. Aquella vez habíamos ido a pasar nuestras vacaciones a Santiago, adonde vivían mi suegro, Alberto y su esposa Nélida, que para nosotros son, además de familiares, compañeros y amigos de muchos festejos, cenas y salidas memorables. Si bien el motivo del viaje era la visita, en vacaciones somos muy inquietos, y si tenemos la posibilidad de conocer lugares desconocidos, es difícil que nos quedemos varios días en un solo sitio. Por lo tanto nos programamos unos días para viajar desde Santiago hasta el extremo Norte de Chile, y desde allí, buscar la manera de llegar hasta Machu Pichu, partiendo antes de navidad, pero con la promesa de estar de vuelta sí o sí el 31 de diciembre en Santiago para pasar el año nuevo. Arica se prestaba, pues como una base ideal de operaciones para este loco viaje relámpago, ya que presentaba las comodidades como para recalar en navidad, desde un par de días antes, y hacer unos días de playa antes de seguir hacia Perú y emprender la vuelta. El viaje lo fuimos armando en el camino, como se verá, y terminamos volando desde Tacna a Cuzco ida y vuelta, y desde Arica a Santiago el 30, con pasaje comprado antes de la partida, para tranquilidad de Alerto y Nélida que temían que no pudiéramos tanto en tan pocos días, sin auto y con una hija de cinco años y otro de siete, sin automóvil. Nuestro espíritu aventurero nunca dudó de poder lograrlo, y así fue: el 31 de diciembre estuvimos de regreso, pero eso merece una historia aparte. El tema, en principio, fue la navidad en Arica, y el contraste con la navidad siguiente, que dejó a Papá Noel en estado de coma.

Lautaro y Maggie abren regalos y los exhiben con orgullo, en la habitación del Hotel Colón, Arica, Chile, navidad de 1994

No es difícil imaginarse las condiciones precarias de la navidad en esas condiciones: como turistas de paso e improvisados, nuestro alojamiento fue en un hotel, el Colón (si mal no recuerdo), frente a la catedral construida por la compañía Eiffel, a comienzos del siglo XX. Buena ubicación para pasar unos días tranquilos en esa hermosa ciudad, pero complicado para pasar el momento clave de la navidad con niños: la anhelada hora de los regalos. Una solución sencilla era comprar regalos y dejarlos en la habitación escondidos para la vuelta, el problema es que no conseguimos lugares donde ir a cenar esa noche, al menos a la altura de nuestro presupuesto. Nos sedujo, entonces, la idea de pasarlo en la habitación, improvisando una cena que no se privó finalmente de nada. El problema que puso a prueba nuestra imaginación fue cómo hacer para que aparezcan los regalos a la medianoche, y más aún, cómo hacer las compras de los mismos delante de los chicos sin que estos se dieran cuenta. Lógicamente salíamos a todos lados con ellos, no teníamos quien se quede al su cuidado, lo único que nos quedaba era que uno de los padres los distrajera con una “vueltita” a la manzana mientras el otro compraba y ocultaba en un bolso de mano el regalo sin envolver. Lo hicimos en el centro de Arica, pero un problema adicional se presentó: circulan por las calles “Viejitos Pascueros”, es decir, la versión chilena de Papá Noel, y Lautaro tenía la mala costumbre de ser un niño brillante y demasiado curioso, y comenzaba con las preguntas difíciles, “¿Por qué hay más de uno?”, “¿Por qué habla en “chileno”? ”, “¿Por qué hay tanta gente comprando en las jugueterías?” . Definitivamente, si queráimos mantener la fantasía infantil, debíamos alejar a los chicos de las jugueterías del centro, teníamos que simular un paseo en el que no se dieran cuenta que estábamos comprando juguetes a escondidas. La gente del hotel nos pasó el dato: había una feria que se hacía en un parque, con puestos callejeros de lo más variado y juegos para los niños. Llevamos disimuladamente una mochila vacía, y mientras los chicos pasaban por los puestos y pedían que les compremos, nosotros nos lamentábamos de no poder porque era muy caro, Lilian seguía de largo y yo cargaba el regalo comprado a espaldas de ellos en la mochila misteriosa. Así lo hicimos, y escondimos, la noche del 23, los regalos en la habitación del hotel. Al día siguiente, para envolverlos, Lilian simuló una severa descompostura que la encerró en el baño durante una hora, mientras yo trataba de obligar a los ansiosos niños a dormir una siesta imposible. El operativo de la medianoche era simple: salir a las calles a ver cómo se festejaba la navidad en Arica, y a la vuelta, unos diez minutos después, al volver a la habitación, los regalos aparecerían allí, como por arte de magia. Todo salió a la perfección, a pesar de la insistencia escéptica del peligroso Lautaro que insitía con quedarse en la habitación a ver como el Viejito Pascuero Papá Noel dejaba los regalos. Le preocupaba especialmente el hecho de que no teníamos arbolito, y quizás seguía de largo. Lo convencimos a duras penas argumentando simplemente que Papá Noel no se equivocaba nunca y no olvidaba regalos por el camino, nunca había fallado y aquella no sería la excepción, por lo tanto, no tenía sentido perderse la posibilidad de ver cómo se festejaba en otra parte tan lejana de nuestra casa. Aceptó a regañadientes, bajamos, y Lilian se escabulló, sacó los regalos del escondite, los desparramó, y mordió un papá Noel de chocolate para dejar huella de la gula del obeso repartidor de regalos. La emoción de los regalos, y la evidencia del crimen dejada por ese sujeto conocido, portador de tanto alias, lo conformó de momento, y quedó demostrado que Papá Noel también llegaba para niños argentinos de vacaciones en Chile, y el tema quedó archivado hasta el año siguiente.
Sin comentarios, Hotel Colón, Arica, Chile, Navidad de 1994.

Para la navidad del ’95, Lautaro ya era un joven intelectual de 8 años, y la historia de Papá Noel empezaba a hacer agua. Esta vez, pasamos la navidad en casa, y el niño racional y científico que estábamos criando necesitaba de la prueba empírica. El mismo 24 por la mañana me había dicho que pensaba que Papá Noel era un invento, no era posile desde ningún punto de vista lógico que una sola persona desplegara semejante capacidad logística en una sola noche. “¿Y si no existe, quién es entonces Papá Noel?”, lo desafié. “Ustedes”, me contestó sin inmutarse. No me dí por vencido, el esfuerzo del año anterior no podía haber sido tan en vano. Y desafié su lógica, diciéndole que el año anterior había estado con nosotros todo el tiempo “¿Cómo hicimos para comprar los regalos, entonces? “ Claro que confiaba en la efectividad de nuestro engaño, y así era, porque lo hice dudar y no supo que responderme, no se había dado cuenta de nuestras sencillas maniobras. De todos modos, la sospecha perduraba y me planteó seriamente que no quería que lo llevemos a ningún lado a la medianoche, ya que quería quedarse aguardar a Papá Noel en el momento de dejar los regalos en el arbolito. Esta vez no había interés turístico qua alegar, así que ensayé una respuesta casi desesperada, y le dije que a mí también me intrigaba la misteriosa cuestión del hombre del Polo Norte, desde mi infancia venían apareciendo regalos al pie del árbol y nunca había visto al célebre obeso de las risotadas. “Tenemos que acorralarlo y distraerlo por un rato para hacerle algunas preguntas que sacien nuestra curiosidad”. E inventé un operativo en el que nos íbamos a repartir desde diferentes posiciones, comunicándonos mediante el teléfono inalámbrico las novedades. “Estoy seguro que si viene en su famoso trineo volador, el gordo tiene que llegar por la terraza: ahí vas a estar vos con Maggie; mamá va a apostarse en la puerta de calle, y yo me voy a quedar vigilando las ventanas y los balcones. Contábamos con la colaboración de Marta, amiga de la familia que ese año lo pasaba con nosotros, y acompañaría a los chicos hasta la terraza, además de terminar de convencerlos de que esa sería la posición privilegiada para la caza del gordo.
En realidad el operativo le puso un paréntesis de juego a una sospecha que ya no se podía seguir frenando, creo que esta especie de búsqueda del tesoro fue lo que lo llevó a Lautaro a olvidar por un momento el desenmascaramiento de la farsa. De todos modos, tratamos de entusiasmar lo más posible al inquieto infante con la cacería navideña para alejar toda posibilidad de preguntas embarazosas. Y llegó el momento nuevamente, pero esta vez, algo definitivamente imprevisto ocurrió.
Llegaron las 12 de la noche, brindamos, y Marta tomó rápidamente a los chicos de la mano y los llevó a la terraza con un teléfono inalámbrico. Lilian vigilaba mientras yo acomodaba los regalos y ella hablaba con los chicos, por el intercomunicador. Hasta nos llamábamos por nombres en clave ridículos, diciendo “atención tortuga verde, aquí ciervo plateado informando novedades, cambio.” Lautaro llamaba a cada rato para decir que no veía nada, que ya había que bajar, y a mí no me daban las manos para acomodar regalos, entonces le dí la señal a Lilian, me alejé del arbolito y me fui al balcón de atrás, gritando de pronto “¡Lo ví, lo vï!” Lautaro ya estaba entrando, y siguió de largo los regalos, yendo en mi búsqueda desesperada. “¿Dónde está, dónde?”, me preguntó a los gritos. “Se fue por allá”, le dije, “es muy rápido”, y le señalé el balcón de adelante. Lautaro se fue para allá corriendo agitadísimo de emoción, y de pronto empezó a gritar “¡Ahí está, lo veo, es Papá Noel!” Y comenzó a gritar desaforados saludos en todas las lenguas que conocía, mezclando frases en inglés y castellano, con restos de portugués e italiano. Lo llamaba “Santa”, Viejito Pascuero, Papá Noel, le gritaba que lo quería y que gracias por todo. Creimos que había enloquecido por la sugestión, que estaba delirando, pero no, era cierto, en el balcón de la casa de enfrente había un perfecto Papá Noel saludando al ferviente y agradecido admirador. Lautaro le tiraba besos, Maggie reía como loca mientras lo saludaba como a un viejo conocido, hasta que Papá Noel entró a la casa de los vecinos con su bolsa de ragalos, y al rato salió por la puerta principal de la casa de enfrente, con un plato lleno de pedazos de turrón y pan dulce, y los repartió entre los vecinos que estaban en la vereda, ante las lágrimas emocionadas de Lautaro (Maggie se lo seguía tomando como lo más natural del mundo). Unos minutos después, cuando bajamos a la vereda, nuestra vecina de enfrente cruzó, y avergonzada nos pidió disculpas por habernos arruinado la navidad. No entendimos lo que nos decía hasta que aclaró: el perfecto Papá Noel que vimos era ella, que se había disfrazado para unos sobrinos más chicos que los nuestros que pasaban la navidad en su casa. Cuando se disponía a entrar por sorpresa, la interrumpieron los gritos de Lautaro, y como lo consideraba un pequeño genio, creyó que su disfraz no era bueno, y por lo tanto, la había reconocido y había descubierto la no existencia del famoso gordo repartidor de juguetes. Le explicamos que en realidad había ocurrido lo contrario, que el disfraz era tan bueno que ni siquiera nosotros la habíamos reconocido, y que nos había dado la imposible prueba empírica que el rigor científico demandaba para sostener la creencia del pequeño niño genio.
Así fue como aquella vez salvamos a Papá Noel de su coma, aunque claro que no por mucho tiempo, ya que un par de navidades después los dos me confesaron que no creían y que era más que evidente la verdad, pero que estaba bueno seguir jugando a Papá Noel, y ahora mismo, mientras termino de escribir esta historia que les quería regalar, jugamos a las escondidas unos de otros, armando paquetes, ocultando regalos y haciendo emotivas etiquetas que cargan en sí las pequeñas emociones de tantas navidades donde hemos hecho tantos esfuerzos por mantener vivo a Papá Noel, que esperemos que siga gozando de buena salud, a pesar de su gula y el estrés navideño, por muchísimos e incontables años más.
¿A que no saben quién se reivindica hoy por hoy como el miembro más navideño de la familia? Claro que no podía ser otro que aquél que sorprendió a su máximo símbolo con las manos en la masa..

Abriendo regalos en casa, Navidad de 1995. Atrás de todo está Lautaro exhibiendo su regalo, más adelante Marta con Maggie, En primer plano, Lilian. Instantes antes, Lautaro vio a Papa Noel entrando a la casa de los vecinos de enfrente.


Y a propósito de todo esto, ahora los tengo que dejar, todavía me faltan regalos por comprar y los negocios van a cerrar. Pero antes, quise regalarles esta historia vívida y real, para rescatar algo de esa magia que tiene especial significado en estas fechas, donde todos ponemos un granito de arena para mantener viva la ilusión infantil, que nos vuelve otra vez puros a nosotros mismos.
¡FELIZ NAVIDAD! ¡SI LOGRAN ATRAPAR A PAPÁ NOEL, DENLE UN ABRAZO ENORME DE MI PARTE, POR TANTAS ALEGRÍAS QUE NOS DIO Y NOS SEGUIRÁ DANDO , A LO LARGO DE NUESTRAS VIDAS! ¡FELICIDADES!

Goliardos en la Boca

Este año, la navidad cambia de color, al menos por un rato

Boca campeón
(River último)