martes, 30 de diciembre de 2008

El año nuevo no deseado.



Siempre pensé y dije que como ser humano, sentía vergüenza y horror por el holocausto judío, por que seres de mi mismo género humano le hayan hecho eso a otros seres humanos. Siempre pensé y dije que el racismo es una de las formas más aberrantes del salvajismo y el atraso humanos. Siempre pensé y dije que los animales son incapaces de hacerle eso a otros animales. Quizás, estas afirmaciones sólo sean formas del lugar común, pero el horror no puede ser un lugar común, debe espantarnos vivamente, movilizarnos y comprometernos, aunque sea en pequeños actos que sumen, a la larga, o que levanten un clamor que algún día erradique para siempre el flagelo de la guerra de la faz de la tierra, o que, al menos, la guerra deje de ser un gran negocio que arroja grandes dividendos. Tal vez, esto último también sea un lugar común, pero hay ocasiones en las que los lugares comunes no dejan de ser grandes verdades.
Veo en los noticieros que en Gaza hay bloggers, como nosotros, que están escribiendo textos y editando imágenes "en directo", del infierno que están viviendo, literalmente bajo el bombardeo. Ante esta noticia, todo lo que uno pueda publicar desde otra parte del mundo, parece una banalidad.
Por causa de nuestra falta de lucidez, a veces disfrazada con los ropajes de la ideología, o de la objetividad o de la intelectualidad, al enfocar este problema de política internacional, podemos aventurar un juicio que justifica a alguno de estos dos bandos en pugna, y entonces, le damos la razón a uno o a otro, en absurdas "discusiones de café", distantes a miles de kilómetros que son abismos culturales e históricos mucho más inmensos aún. Si se justifica al estado de Israel, de inmediato seremos caracaterizados, seguramente, como reaccionarios pro imperialistas (o pro sionistas, inclusive). Si por el contrario, hacemos lo propio con los palestinos, otros nos tildarán de pro terroristas. Particularmente, veo las cosas de un modo completamente distinto.
Hace varios años conocí Israel, y guardo una serie de impresiones muy disímiles, que hicieron cambiar mis preconceptos anteriores. Yo pensaba que Israel, básicamente, era un país, un estado religiosa y culturalmente judío. Sin embargo, me encontré con que en todo ese pequeño país, palestinos y judíos viven apenas separados por calles angostas, cuando no, directamente mezclados. Es, por lo tanto, muy difícil trazar una frontera que separe a un lado y a otro a palestinos de judíos. De hecho, si uno camina por la maravillosa Ciudad Vieja de Jerusalén, encontrará a comerciantes de ambos grupos, y hasta de diversos orígenes, vociferando y regateando sus mercaderías, en una mezcla de lenguas que nos transportan a la Babel bíblica. Pero a pesar de esto, la tensión es permanente, y son siempre los palestinos los que se llevan la peor parte. Por desgracia, los ciudadanos israelíes de origen palestino (que muchas veces no tienen la ciudadadanía del país en el que nacieron), son tratados como sospechosos permanentes, y sufren, en su vida cotidiana, atropellos de todo tipo. Tuve la experiencia personal de viajar a la ciudad de Belén, distante a muy pocos kilómetros de Jerusalén, con mi familia, en un taxi compartido (una vieja limusine Mercedez Benz transformada en transporte colectivo), en el que viajaban otras cuatro personas más, además del conductor, todos de origen palestino, entre ellos, un sacerdote cristiano. Al salir de Jerusalén, y antes de entrar en Belén, nos detuvimos en un puesto militar con barreras, donde hicieron bajar, a punta de fusil, vociferando en hebreo (que desconocemos, ya que en Israel, la totalidad de la población judía habla ingés) a todos los pasajeros, menos a nosotros, que mostramos por la ventanilla nuestros pasaportes argentinos. Me sorprendió especialmente cómo el sacerdote era tratado, incluso, con mayor agresividad que el resto. Al llegar a Belén nos encontramos con una ciudad "tomada" por los cascos azules de la ONU, que son odiados irremediablemente por los lugareños, que sufren diariamente de los maltratos y abusos de estas tropas internacionales de ocupación. En la municipalidad de Belén, flameaba la bandera palestina, aunque ese territorio, no queda comprendido dentro de Gaza ni Cisjordania, sino que pertenece íntegramente al estado de Israel, pero el municipio tiene una abrumadora mayoría palestina.
Los límites de esa geografía humana, son imprecisos, e irremediblemente están ligados. En aquel viaje en taxi, comprendí que quienes vivían en Belén, se movilizaban a diario a trabajar a Jerusalén todos los días, y todos los días pasaban por lo mismo que a nosotros nos resultó una situación tensa. Israel es un territorio militarizado a un punto tal, que uno se acostumbra a la presencia permanente de soldados armados con fusil y con uniforme de fagina verde, en todos los sitios por donde uno vaya: por las calles, en los cafés (sentados y conversando en la mesa contigua), en los transportes públicos, en los locales comerciales. Otras veces, uno los ve apostados apuntando hacia las personas: esa es una señal indudable de que uno ha cruzado la vereda y ha ingresado en territorio palestino (dentro de la misma Jerusalén). El dato que no se puede dejar de lado, es que los ciudadanos judíosgozan de un alto nivel de vida, mientras que las condiciones socioeconómicas de los palestinos son paupérrimas.
No es mi intención proponer un debate sobre política internacional que excedería ampliamente mis posibilidades, sólo pretendo hacer un par de reflexiones, que, como afirmaba más arriba, implican correr el eje del enfoque a no tomar partido por ninguno de los dos grupos, sino a ver el problema como un eterno conflicto entre los intereses del poder político y económico contra la población, contra los civiles, contra la gente común y corriente. Es justo que se sepa, que la mayoría de la población israelí, los ciudadanos comunes, quieren la paz y la integración con los palestinos, y es justo que se sepa también, que otro tanto ocurre del lado palestino ¿Por qué entonces la paz y la integración parecen una utopía inalcanzable? Parecería que tanto al poder de un lado, como al del otro, no les conviene la paz, y entonces siembran y fomentan un odio, que a la larga lleva a una guerra donde el objetivo parece ser que un grupo elimine completamente a cada ser humano del otro grupo. Y creo que más allá de los nacionalismo, eso es lo que tenemos que ver en cualquier conflicto armado, una lucha de intereses entre dos estados (o en este caso, entre dos organizaciones terroristas) donde las verdaderas víctimas son las personas comunes. Por consiguiente, ante esta cuestión, no puedo ponerme a favor de Hamas o del Estado de Israel, ya que a ambos les interesa mantener el conflicto y sembrar más odio y terror para favorecer sus intereses. Desde ya, siempre resulta peor el terrorismo ejercido por el estado, y habrá argumentos históricos que justifiquen el surgimiento de grupos como Hamas, pero creo que se trata de una discusión bizantina, que nos llevaría a un debate del tipo "¿el huevo o la gallina?". y en última instancia, son cuestiones políticas que nunca reparan en las víctimas que siembran, a las que incluso denominan, cínicamente como "daños colaterales".
Ante todo este horror que puede sumirnos en la impotencia que lleva a la indiferencia, hoy quiero homenajear a la otra cara de la moneda, que creo que nos muestra un camino posible a seguir ante esta circunstancia. El homenajeinevitable es para un compatriota, que en mi opinión es el argentino más digno de orgullo, porque a la vez es un verdadero "ciudadano del mundo". Se trata de Daniel Barenboim.
Nació en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1942, es un músico argentino de familia judía de origen ruso, nacionalizado israelí y español. Logró la fama como pianista, aunque con posterioridad ha obtenido gran reconocimiento como director de orquesta, faceta por la que es más conocido.
En 1952, la familia Barenboim se trasladó a Israel. Dos años más tarde, sus padres le enviaron a Salzburgo para que tomara clases de dirección con Igor Markevitch. El debut de Barenboim al piano se produjo en el Mozarteum de Salzburgo, Austria[] en 1952, en París ese mismo año, en Londres en 1956 y en Nueva York en 1957 bajo la batuta de Leopold Stokowski. En los años siguientes se sucedieron regularmente los conciertos por Europa, Estados Unidos, Sudamérica y el Lejano Oriente. Su primera grabación data de 1954.
Barenboim es el director musical de la Orquesta Sinfónica de Chicago, cargo al que accedió en 1991 en sustitución de Sir Georg Solti.
En 1999, junto con el escritor estadounidense de origen palestino Edward Said, al que le unió una gran amistad, fundó la Orquesta del Diván Este-Oeste, una iniciativa para reunir cada verano un grupo de jóvenes músicos talentosos tanto de origen israelí como de origen árabe. Por ello, recibieron ambos el Premio Príncipe de Asturias en 2002. En 2004 le fue concedido el Premio de la Fundación Wolf de las Artes de Jerusalén.
El 12 de enero de 2008, después de un concierto en Ramala, Barenboim aceptó también la ciudadanía palestina honoraria. Siendo el primer ciudadano del mundo con ciudadanía israelí y palestina, Barenboim dijo que la aceptó con la esperanza de que sirva como señal de paz entre ambos pueblos.

I hope that my new status will be an example of Israeli-Palestinian co-existence. I believe that the destinies of the Israeli people and the Palestinian people are inextricably linked.
Daniel Barenboim

Anhelo que mi nueva condición sea un ejemplo de coexistencia palestino-israelí. Creo que los destinos de los pueblos israelí y palestino están inexorablemente unidos.
Daniel Barenboim
[Fuente: Wikipedia]



Sería bueno reflexionar acerca de esta acción concreta, acerca de nuestras posibilidades de comprometernos concretamente con causas lejanas y cercanas por las que podemos aunque sea despertar conciencias desde nuestros lugares, hasta fomentar el desarrollo de una verdadera conciencia universal por la paz y por la verdadera defensa de los derechos de los pueblos frente a los abusos y atropellos del poder, sin fronteras. Hagámoslo nosotros, aunque sea desde nuestros lugares, ya que no nos están estallando bombas sobre nuestras cabezas, ni tenemos que escribir desde los escombros.
En este contexto, quizás sería muy frívolo desearles un feliz año nuevo. En su lugar, opongamos la fuerza de nuestros corazones a aquello que no deseamos para este año que comienza. Que así sea.

[Fotografía tomada de http://www.clarin.com/diario/2008/12/30/elmundo/i-01830737.htm, origen: AFP. Los cuerpos de cinco niñas de entre 4 y 17 años, pertenecientes a una misma familia, fueron sacados de entre los escombros, luego de un bombardeo en Gaza]
Daniel Barenboim: Sonata "Claro de Luna" de Ludwig van Beethoven. Tercer movimiento, presto agitato

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Papá Noel en estado de coma.

Foto tomada con disparador automático durante la navidad de 1994, en en la habitación del Hotel Colón, en Arica, Chile.


A veces en las fiestas de fin de año desplegamos toda nuestra capacidad para hacer de la ocasión un momento digno de larga recordación. En mi familia hemos trabajado a veces arduamente en tratar de hacerlas inolvidables y para lograr ese cometido, nos hemos esforzado en darle a cada ocasión un ingrediente que las convirtiera en únicas e irrepetibles, y el modo más simple de hacerlo fue, muchas veces, cambiar el escenario cuando fuera posible. En tal sentido, la navidad más original de todas es la que pasamos en Arica, Chile, en el año 1994. Aquella vez habíamos ido a pasar nuestras vacaciones a Santiago, adonde vivían mi suegro, Alberto y su esposa Nélida, que para nosotros son, además de familiares, compañeros y amigos de muchos festejos, cenas y salidas memorables. Si bien el motivo del viaje era la visita, en vacaciones somos muy inquietos, y si tenemos la posibilidad de conocer lugares desconocidos, es difícil que nos quedemos varios días en un solo sitio. Por lo tanto nos programamos unos días para viajar desde Santiago hasta el extremo Norte de Chile, y desde allí, buscar la manera de llegar hasta Machu Pichu, partiendo antes de navidad, pero con la promesa de estar de vuelta sí o sí el 31 de diciembre en Santiago para pasar el año nuevo. Arica se prestaba, pues como una base ideal de operaciones para este loco viaje relámpago, ya que presentaba las comodidades como para recalar en navidad, desde un par de días antes, y hacer unos días de playa antes de seguir hacia Perú y emprender la vuelta. El viaje lo fuimos armando en el camino, como se verá, y terminamos volando desde Tacna a Cuzco ida y vuelta, y desde Arica a Santiago el 30, con pasaje comprado antes de la partida, para tranquilidad de Alerto y Nélida que temían que no pudiéramos tanto en tan pocos días, sin auto y con una hija de cinco años y otro de siete, sin automóvil. Nuestro espíritu aventurero nunca dudó de poder lograrlo, y así fue: el 31 de diciembre estuvimos de regreso, pero eso merece una historia aparte. El tema, en principio, fue la navidad en Arica, y el contraste con la navidad siguiente, que dejó a Papá Noel en estado de coma.

Lautaro y Maggie abren regalos y los exhiben con orgullo, en la habitación del Hotel Colón, Arica, Chile, navidad de 1994

No es difícil imaginarse las condiciones precarias de la navidad en esas condiciones: como turistas de paso e improvisados, nuestro alojamiento fue en un hotel, el Colón (si mal no recuerdo), frente a la catedral construida por la compañía Eiffel, a comienzos del siglo XX. Buena ubicación para pasar unos días tranquilos en esa hermosa ciudad, pero complicado para pasar el momento clave de la navidad con niños: la anhelada hora de los regalos. Una solución sencilla era comprar regalos y dejarlos en la habitación escondidos para la vuelta, el problema es que no conseguimos lugares donde ir a cenar esa noche, al menos a la altura de nuestro presupuesto. Nos sedujo, entonces, la idea de pasarlo en la habitación, improvisando una cena que no se privó finalmente de nada. El problema que puso a prueba nuestra imaginación fue cómo hacer para que aparezcan los regalos a la medianoche, y más aún, cómo hacer las compras de los mismos delante de los chicos sin que estos se dieran cuenta. Lógicamente salíamos a todos lados con ellos, no teníamos quien se quede al su cuidado, lo único que nos quedaba era que uno de los padres los distrajera con una “vueltita” a la manzana mientras el otro compraba y ocultaba en un bolso de mano el regalo sin envolver. Lo hicimos en el centro de Arica, pero un problema adicional se presentó: circulan por las calles “Viejitos Pascueros”, es decir, la versión chilena de Papá Noel, y Lautaro tenía la mala costumbre de ser un niño brillante y demasiado curioso, y comenzaba con las preguntas difíciles, “¿Por qué hay más de uno?”, “¿Por qué habla en “chileno”? ”, “¿Por qué hay tanta gente comprando en las jugueterías?” . Definitivamente, si queráimos mantener la fantasía infantil, debíamos alejar a los chicos de las jugueterías del centro, teníamos que simular un paseo en el que no se dieran cuenta que estábamos comprando juguetes a escondidas. La gente del hotel nos pasó el dato: había una feria que se hacía en un parque, con puestos callejeros de lo más variado y juegos para los niños. Llevamos disimuladamente una mochila vacía, y mientras los chicos pasaban por los puestos y pedían que les compremos, nosotros nos lamentábamos de no poder porque era muy caro, Lilian seguía de largo y yo cargaba el regalo comprado a espaldas de ellos en la mochila misteriosa. Así lo hicimos, y escondimos, la noche del 23, los regalos en la habitación del hotel. Al día siguiente, para envolverlos, Lilian simuló una severa descompostura que la encerró en el baño durante una hora, mientras yo trataba de obligar a los ansiosos niños a dormir una siesta imposible. El operativo de la medianoche era simple: salir a las calles a ver cómo se festejaba la navidad en Arica, y a la vuelta, unos diez minutos después, al volver a la habitación, los regalos aparecerían allí, como por arte de magia. Todo salió a la perfección, a pesar de la insistencia escéptica del peligroso Lautaro que insitía con quedarse en la habitación a ver como el Viejito Pascuero Papá Noel dejaba los regalos. Le preocupaba especialmente el hecho de que no teníamos arbolito, y quizás seguía de largo. Lo convencimos a duras penas argumentando simplemente que Papá Noel no se equivocaba nunca y no olvidaba regalos por el camino, nunca había fallado y aquella no sería la excepción, por lo tanto, no tenía sentido perderse la posibilidad de ver cómo se festejaba en otra parte tan lejana de nuestra casa. Aceptó a regañadientes, bajamos, y Lilian se escabulló, sacó los regalos del escondite, los desparramó, y mordió un papá Noel de chocolate para dejar huella de la gula del obeso repartidor de regalos. La emoción de los regalos, y la evidencia del crimen dejada por ese sujeto conocido, portador de tanto alias, lo conformó de momento, y quedó demostrado que Papá Noel también llegaba para niños argentinos de vacaciones en Chile, y el tema quedó archivado hasta el año siguiente.
Sin comentarios, Hotel Colón, Arica, Chile, Navidad de 1994.

Para la navidad del ’95, Lautaro ya era un joven intelectual de 8 años, y la historia de Papá Noel empezaba a hacer agua. Esta vez, pasamos la navidad en casa, y el niño racional y científico que estábamos criando necesitaba de la prueba empírica. El mismo 24 por la mañana me había dicho que pensaba que Papá Noel era un invento, no era posile desde ningún punto de vista lógico que una sola persona desplegara semejante capacidad logística en una sola noche. “¿Y si no existe, quién es entonces Papá Noel?”, lo desafié. “Ustedes”, me contestó sin inmutarse. No me dí por vencido, el esfuerzo del año anterior no podía haber sido tan en vano. Y desafié su lógica, diciéndole que el año anterior había estado con nosotros todo el tiempo “¿Cómo hicimos para comprar los regalos, entonces? “ Claro que confiaba en la efectividad de nuestro engaño, y así era, porque lo hice dudar y no supo que responderme, no se había dado cuenta de nuestras sencillas maniobras. De todos modos, la sospecha perduraba y me planteó seriamente que no quería que lo llevemos a ningún lado a la medianoche, ya que quería quedarse aguardar a Papá Noel en el momento de dejar los regalos en el arbolito. Esta vez no había interés turístico qua alegar, así que ensayé una respuesta casi desesperada, y le dije que a mí también me intrigaba la misteriosa cuestión del hombre del Polo Norte, desde mi infancia venían apareciendo regalos al pie del árbol y nunca había visto al célebre obeso de las risotadas. “Tenemos que acorralarlo y distraerlo por un rato para hacerle algunas preguntas que sacien nuestra curiosidad”. E inventé un operativo en el que nos íbamos a repartir desde diferentes posiciones, comunicándonos mediante el teléfono inalámbrico las novedades. “Estoy seguro que si viene en su famoso trineo volador, el gordo tiene que llegar por la terraza: ahí vas a estar vos con Maggie; mamá va a apostarse en la puerta de calle, y yo me voy a quedar vigilando las ventanas y los balcones. Contábamos con la colaboración de Marta, amiga de la familia que ese año lo pasaba con nosotros, y acompañaría a los chicos hasta la terraza, además de terminar de convencerlos de que esa sería la posición privilegiada para la caza del gordo.
En realidad el operativo le puso un paréntesis de juego a una sospecha que ya no se podía seguir frenando, creo que esta especie de búsqueda del tesoro fue lo que lo llevó a Lautaro a olvidar por un momento el desenmascaramiento de la farsa. De todos modos, tratamos de entusiasmar lo más posible al inquieto infante con la cacería navideña para alejar toda posibilidad de preguntas embarazosas. Y llegó el momento nuevamente, pero esta vez, algo definitivamente imprevisto ocurrió.
Llegaron las 12 de la noche, brindamos, y Marta tomó rápidamente a los chicos de la mano y los llevó a la terraza con un teléfono inalámbrico. Lilian vigilaba mientras yo acomodaba los regalos y ella hablaba con los chicos, por el intercomunicador. Hasta nos llamábamos por nombres en clave ridículos, diciendo “atención tortuga verde, aquí ciervo plateado informando novedades, cambio.” Lautaro llamaba a cada rato para decir que no veía nada, que ya había que bajar, y a mí no me daban las manos para acomodar regalos, entonces le dí la señal a Lilian, me alejé del arbolito y me fui al balcón de atrás, gritando de pronto “¡Lo ví, lo vï!” Lautaro ya estaba entrando, y siguió de largo los regalos, yendo en mi búsqueda desesperada. “¿Dónde está, dónde?”, me preguntó a los gritos. “Se fue por allá”, le dije, “es muy rápido”, y le señalé el balcón de adelante. Lautaro se fue para allá corriendo agitadísimo de emoción, y de pronto empezó a gritar “¡Ahí está, lo veo, es Papá Noel!” Y comenzó a gritar desaforados saludos en todas las lenguas que conocía, mezclando frases en inglés y castellano, con restos de portugués e italiano. Lo llamaba “Santa”, Viejito Pascuero, Papá Noel, le gritaba que lo quería y que gracias por todo. Creimos que había enloquecido por la sugestión, que estaba delirando, pero no, era cierto, en el balcón de la casa de enfrente había un perfecto Papá Noel saludando al ferviente y agradecido admirador. Lautaro le tiraba besos, Maggie reía como loca mientras lo saludaba como a un viejo conocido, hasta que Papá Noel entró a la casa de los vecinos con su bolsa de ragalos, y al rato salió por la puerta principal de la casa de enfrente, con un plato lleno de pedazos de turrón y pan dulce, y los repartió entre los vecinos que estaban en la vereda, ante las lágrimas emocionadas de Lautaro (Maggie se lo seguía tomando como lo más natural del mundo). Unos minutos después, cuando bajamos a la vereda, nuestra vecina de enfrente cruzó, y avergonzada nos pidió disculpas por habernos arruinado la navidad. No entendimos lo que nos decía hasta que aclaró: el perfecto Papá Noel que vimos era ella, que se había disfrazado para unos sobrinos más chicos que los nuestros que pasaban la navidad en su casa. Cuando se disponía a entrar por sorpresa, la interrumpieron los gritos de Lautaro, y como lo consideraba un pequeño genio, creyó que su disfraz no era bueno, y por lo tanto, la había reconocido y había descubierto la no existencia del famoso gordo repartidor de juguetes. Le explicamos que en realidad había ocurrido lo contrario, que el disfraz era tan bueno que ni siquiera nosotros la habíamos reconocido, y que nos había dado la imposible prueba empírica que el rigor científico demandaba para sostener la creencia del pequeño niño genio.
Así fue como aquella vez salvamos a Papá Noel de su coma, aunque claro que no por mucho tiempo, ya que un par de navidades después los dos me confesaron que no creían y que era más que evidente la verdad, pero que estaba bueno seguir jugando a Papá Noel, y ahora mismo, mientras termino de escribir esta historia que les quería regalar, jugamos a las escondidas unos de otros, armando paquetes, ocultando regalos y haciendo emotivas etiquetas que cargan en sí las pequeñas emociones de tantas navidades donde hemos hecho tantos esfuerzos por mantener vivo a Papá Noel, que esperemos que siga gozando de buena salud, a pesar de su gula y el estrés navideño, por muchísimos e incontables años más.
¿A que no saben quién se reivindica hoy por hoy como el miembro más navideño de la familia? Claro que no podía ser otro que aquél que sorprendió a su máximo símbolo con las manos en la masa..

Abriendo regalos en casa, Navidad de 1995. Atrás de todo está Lautaro exhibiendo su regalo, más adelante Marta con Maggie, En primer plano, Lilian. Instantes antes, Lautaro vio a Papa Noel entrando a la casa de los vecinos de enfrente.


Y a propósito de todo esto, ahora los tengo que dejar, todavía me faltan regalos por comprar y los negocios van a cerrar. Pero antes, quise regalarles esta historia vívida y real, para rescatar algo de esa magia que tiene especial significado en estas fechas, donde todos ponemos un granito de arena para mantener viva la ilusión infantil, que nos vuelve otra vez puros a nosotros mismos.
¡FELIZ NAVIDAD! ¡SI LOGRAN ATRAPAR A PAPÁ NOEL, DENLE UN ABRAZO ENORME DE MI PARTE, POR TANTAS ALEGRÍAS QUE NOS DIO Y NOS SEGUIRÁ DANDO , A LO LARGO DE NUESTRAS VIDAS! ¡FELICIDADES!

Goliardos en la Boca

Este año, la navidad cambia de color, al menos por un rato

Boca campeón
(River último)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Balada de fin de año del pobre hombre


[Rap para ser acompañado con bandoneón remixado]


… no, no, no, no, no; no es que esté estresado, si yo me tomo las cosas con calma. Ya sé que esto pasa todos los años, que llegan las fiestas, que empiezan los tironeos familiares, que si la pasamos acá o allá, y yo que quiero pensar en las vacaciones, pero el balance de fin de año no cierra y… vamos a tener que quedarnos a hacer horas extras, y hay que salir a comprar los regalos, y cómo le digo a Irene que no quiero pasar la navidad otra vez con su mamá, que los chicos ya no esperan a Papá Noel junto al arbolito de la abuela, que quieren salir después de la 12 y nada más. Pero además, como nos vamos a tener que quedar a hacer horas extras, no sé si voy a poder llegar a los negocios a comprarle el videojuego ese a Mateito que ya va siendo hora de que lo llames Mateo, y… no, si no es estrés, es este yugo que llaman laburo lo que me ata del cuello, y se me complica el fin de año que de por sí es complicado como para que se les ocurra hacer balance justo a fin de año. Sí, ya sé que hay que hacerlo porque justo es fin de año, pero es fin de año para todo, para uno también, ¿o no? Y sí, después vienen las vacaciones, pero primero hay que armarlas en medio del balance, aunque me jodieron esta vuelta con la segunda de febrero, sí, la segunda de febrero, con veinte años de antigüedad, pero mejor, me da más aire para planificar y hacer números, porque Irene quiere ir a Brasil, que este año está barato por lo de la crisis, ¿viste? Sí, ya sé, todo lo que quieras, que voy a cobrar horas extras y que el aguinaldo… pero Irene se pone más cargosa con los regalos y con Brasil que está barato, y no se da cuenta que está barato para todo el mundo entonces, y que lo que menos vamos a encontrar es tranquilidad ¡Me voy a encontrar con toda la oficina en Brasil! ¡Ya no se consigue nada para la segunda de febrero! Y para colmo lo de la inseguridad, que si te ven argentino te roban y te dejan desnudo en mitad de la playa a plena luz del día, y nadie se da cuenta porque en Brasil andan todos medio desnudos. No, en serio, si ahora mi suegra le dijo eso a Irene, y quiere ir a un lugar seguro, como si la esquina de casa no fuera igual de insegura, pero bueno, andá a hacérselo entender a Irene. Y la nena, en medio de todo eso la nena, que se quiere ir sola de vacaciones con el novio, imaginate, la que me faltaba. Si, ya sé que casi tiene dieciocho, pero ¿viste?, casi, y mi prima ya es abuela y la nena sale por ahí todos los fines de semana y ella es la que le tiene que cuidar a la criatura, yo no estoy para eso, a mis hijos ya los crié, y los veranos son para hacer nuevos abuelos, de eso no te quepan dudas, ¿y yo la voy a dejar a la nena irse con el novio de vacaciones? Pero Irene dice que si no la dejamos, se va igual o en una de esas se escapa porque los pibes están rebeldes hoy en día, y yo le digo que son así porque los padres no les ponen límites, y me dice que no entiendo nada (SUSPIRO LARGO, ENTRECORTADO POR UNA ANGUSTIA APENAS CONTROLADA)
No, si no es el estrés, es el fin de año nada más, y después empieza otro, y las vacaciones, y el regreso, y todo un año esperando fin de año. Decime una cosa, ¿cómo voy a estar estresado si estuve todo el año esperando este momento? Lástima que este momento tenga que caer justo a fin de año, junto con el balance, los regalos, las fiestas, la nena y su novio, Brasil y las vacaciones. Lo importante es tener proyectos ¿o no?

domingo, 7 de diciembre de 2008

El amigo de Chicho y los retazos de la historia.






Dedicatoria





Este post tiene musas que lo inspiran: Bel (http://amapolasenoctubre.blogspot.com/ ) por movilizarme con sus delicados, sensibles y maravillosos post, entre otras cosas, a rescatar recuerdos polvorientos, y a Marisa (http://sonetosdelamoroscuro.blogspot.com/ ) por todas sus palabras, pero especialmente por lo que nos regaló en http://www.enredandopalabras.es/swf/Dibujando_la_memoria.htm .






Queridas amigas, la memoria no muere, deja hijos detrás de los tiempos y los océanos. La memoria teje historias, para volverse propia aunque haya nacido ajena. La memoria no muere, sólo duerme la siesta, y de pronto se despierta en otro lado...









El amigo de Chicho



Por desgracia, algunos detalles de la historia se me escapan, no sé exactamente la fecha, pero papá la contaba una y otra vez con su insuperable gracia histriónica. La historia incluía el acento y el timbre de voz del personaje, elementos irrecuperables en la escritura, pero quizás nuestra memoria nos permita imaginar a papá (V. http://goliardicayapolinea.blogspot.com/2008/05/gianni-ii-la-ventana-mgica.html y http://goliardicayapolinea.blogspot.com/2008/04/gianni.html ) y al personaje imitado, porque, afortunadamente, ambos fueron reales y recordables. La cuestión es que una noche cualquiera, probablemente, de los años '60, papá terminaba una función de teatro de viernes, en el Teatro Municipal General San Martín. Uno de sus compañeros era Chicho Ibáñez Serrador, y como papá solía ser uno de los primeros en abandonar el camarín y esa noche había partida nocturna de pocker en lo de Chicho, el anfitrión pidió a papá que se dirigiera al hall central del teatro para ver si se encontraba con un amigo suyo que estaría allí esperándolo. Resulta que el hombre era algo despitado, y Chicho temía que se desencontraran. Se lo describió ligeramente: un hombre de baja estatura, de melena ondeada, maduro, con una voz algo chillona, era español. Papá salió a cumplir con el recado, y no tardó en encontrar al particular personaje. Creyó identificarlo y le preguntó:


-¿Usted tiene que encontrarse con el Sr. Ibáñez Serrador?
-Sï -contestó el personaje de baja estatura, voz chillona y melena ondeada- ¿Cómo lo sabe Usted?- agregó con clarísimo acento hispánico.
-Porque lo han descripto muy bien. Narciso llega enseguida. Yo le haré compañía mientras tanto, ya que vamos todos juntos.
-Bien-dijo el hombrecillo, y permanecieron un rato hablando trivialidades.


Papá lo observaba intrigado, con su mirada burlona y caricaturesca de actor. Lo estudió: un verdadero personaje para imitar, sus gestos enégicos, su voz, su forma de mover las manos, su mirada despistada ¿De dónde habría sacado Chicho a este personaje? ¿Participaría en la partida? Parecía un pichón para pelar, o probablemente fuera un halcón, disfrazado de paloma. Pero en verdad, parecía estar todo el tiempo medio perdido, desorientado. Definitivamente, no parecía un jugador de pocker. Torpeza la de papá, no se presentó, hasta que vino Chicho, al poco rato, y lo hizo:


-Veo que Gianni, ya te localizó. Mi compañero es Gianni Lunadei; Gianni, te presento a mi gran amigo Rafael Alberti que hoy nos va a honrar con su presencia.


Papá, que no era lento para responder, se sintió muy estúpido, midiendo burlonamente a uno de sus poetas españoles más venerados. Renegaba del cholulismo al que nunca soportó, pero se sintió un simple fanático, por un momento, y no supo qué decir. Respondió simplemente, con asombro de niño:


-¿El poeta?
-Claro, hombre, el poeta -lo despertó Chicho-.

Papá se derrumbó, desde ser el agudo y sarcástico dueño de la situación al conmovido artista transido por la admiración:

-Se equivocó la paloma-dijo papá haciendo alarde de poca originalidad-. Esta vez la paloma equivocada fui yo, ¡Maestro! - Dijo sencillamente, mientras le tomaba la mano y se inclinaba ante él, bajo la mirada algo sorprendida de Alberti.
-¿Es que Usted conoce lo que yo escribo? -Contestó el despistado.

Alberti pasó la noche en la partida, pero no jugó, ni siquiera sabía hacerlo. Papá se ofreció gustoso a tratar de explicarle, pero parece que el poeta no entendía mucho, y sobre todo, que no era muy bueno en no demostrar sus emociones con el juego que tenía. Pero sí en cambio sirvió muy buenos tragos, preparó algunos bocados, y habló hasta el amanecer de poetas, de la vida, de su vida, de España. Obviamente, no sé cuál fue el resultado de la partida, y si ésta fue muy larga, lo cierto es que fue, sin lugar a dudas, la partida de pocker más largamente recordada por papá.




Los retazos de la historia








Hace algunos años, a fines de 1996, me encontraba cursando un seminario de la cátedra de Literatura Española Medieval de la Universidad de Buenos Aires, a cargo del querido profesor Leonardo Funes. Fue una época un tanto contradictoria de mi vida: me había quedado sin trabajo en un muy mal momento, y aprovechando un seguro de desempleo y una indemnización en cuotas, había tomado la quijotesca decisión de dedicarme de lleno a estudiar, y ver si la posibilidad de adelantar el cursado de materias me podía abrir alguna perspectiva laboral. Fue algo así como un año sabático, pero laboral, digamos, una especie de beca auto-financiada por mi propia y preocupante situación. Quizás porque me gusta ir a contramano de la adversidad, a pesar de tener una familia a cargo, decidí no desesperar y apostar a lo incierto: el conocimiento como forma de vida. La cosa anduvo durante medio año, luego comencé a hacer trabajos dentro de la facultad para el centro de estudiantes otro medio año (pasaba por escrito las clases que grababa), combinando con mi seguro de desempleo. Pero el año se acababa, también las clases y con ellas las "desgrabaciones" y el seguro de desempleo. Mal momento para buscar trabajo en un país con crisis de empleo. El problema era, sobre todo, enero, ya que seguramente en febrero tendría algún alumno particular. Y la soga salvadora llegó a comienzos de diciembre, de la mano del entonces profesor (hoy Doctor) Funes, quien me hizo el ofrecimiento. La cátedra entera estaba integrada por investigadores del Seminario de Edición y Crítica Textual (Secrit), un reducto de insignes hispanistas enclavado en este lejano Cono Sur. El director era el Doctor Germán Orduna, quien finalmente había obtenido fondos desde España para hacer un trabajo largamente esperado: fichar los libros de la biblioteca del Secrit ¿Por qué la Embajada de España había intervenido en la cuestión? En principio, porque el Secrit funcionaba en una pequeña dependencia lateral del Palacio Pizzurno (sede del Ministerio de Educación), en donde también funcionaba la Biblioteca de Estudios Históricos Claudio Sánchez Albornoz, a cargo del Secrit. Esta biblioteca había sido la bilioteca personal de don Claudio, uno de los más importantes historiadores españoles del siglo XX, autor, entre otras importantes obras, de Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la Historia del reino de Asturias. Existía un temor muy bien fundado de que se disgregara la biblioteca personal de esta figura fundamental de la España del siglo XX: diputado por Ávila entre 1931 y 1936, Ministro de Estado en 1933, Vicepresidente de las Cortes en 1936, Consejero de Instrucción Pública entre 1931 y 1933, y Embajador de España en Lisboa; desde 1959 hasta 1971 fue presidente del Gobierno de la República Española desde el exilio en Argentina.


La biblioteca de don Claudio estaba, en la práctica, fusionada con la del Secrit, aunque los libros estaban diferenciados en su ubicación. Esto no le hubiera molestado, seguramente, a don Claudio, ya que sus libros convivían con exquisitos ejemplares de literatura medieval española, y estaban (están) en las mejores manos posibles. El riesgo era no tener un registro, con el peligro que ello podía significar para poder llevar un control. Por lo tanto, el trabajo que me ofrecían era el de fichador de todos los libros de la biblioteca, entre ellos los de don Claudio. Se me pagaba por ficha, por lo cual la labor era una especie de tortura: daba lo mismo si tardaba seis meses o dos días, pero el hecho de ser varios, y la necesidad de hacer rendidor el trabajo, invitaba a la rapidez, lo cual impedía siquiera hojear los libros. Afortunadamente mis compañeros de trabajo fueron formidables, como a todos nos pasaba lo mismo, no tardamos en llegar a un acuerdo socialista: ninguno superaría un número determinado de fichas diarias, así el trabajo duraba más tiempo, y podíamos hacerlo tranquilos, hojeando con placer cada libro que pasaba por nuestras manos.








Trabajábamos en el silencio de las mañanas de enero, refrigerados por un plácido aire acondicionado, en un ámbito oscuro y silencioso, nido de verdaderas ratas de biblioteca. El técnico de la biblioteca, Juan Héctor Fuentes (compañero de facultad) ambientaba el clima de trabajo con música medieval que nos transportaba, hasta que decidíamos cambiar de clima y el Rock profanaba el ambiente, o quizás algún Mahler, o Beethoven, o Murga Uruguaya, o porque no, un tango. De pronto alguno llamaba a otro, fascinado por un hallazgo:

-¡Vení, mirá este libro!


Y todos detenían su trabajo para contemplar el tesoro. Por las tardes llegaba el Doctor Orduna, el director, y el trabajo se volvía más ordenado y silencioso. De todos modos, interrumpíamos igualmente la tarea para hacer consultas con el Doctor sobre cómo clasificar a algún libro. Fueron casi dos meses, aunque parezca mentira, inolvidables, que aún evoco con gran añoranza en la memoria. Lo cierto es que una tarde en que estaba presente el Doctor Orduna, abrí un libro y se deslizaron unas pequeñas hojas de papel de entre dos páginas del volumen. Las leí: eran notas de puño y letra de don Claudio, intercaladas entre las páginas, haciendo referencia a ellas, eran sus comentarios sobre los libros, sobre las fuentes, que iba estudiando para sus obras. En ellas puede ir ratreándose, quizás, la génesis de la obra del gran historiador, escrita en el exilio. Eran notas escritas para él mismo, en las que, de puño y letra discutía, observaba, recordaba, apuntaba. El libro estaba lleno, y el conjunto de esas pequeñas hojas constituye una obra manuscrita inédita aún hoy. El hallazgo me llenó de emoción, por una vez sentí algo que en estas tierras jóvenes es bastante improbable: la posibilidad de encontrar, accidentalmente aunque sea, una reliquia filológica. Entonces corrí a consultar al filólogo cercano, el propio Doctor Orduna, quien al ver lo que yo le mostraba reforzó mi emoción: al frío filólogo formado en el rigor alemán se le llenaron los ojos de lágrimas, se exaltó y observó maravillado el hallazgo, leyando con atención las notas que todavía dialogaban con los libros leídos.


-¿Qué hacemos, Doctor?
-Sepárelas y tome nota, hay que archivarlas aparte para preservarlas. Es una verdadera pena sacarlas del lugar donde esperaron tantos años una lectura, pero le voy a pedir, si no es molestia, que apunte entre qué paginas se encontraban las notas. Será un trabajo para completar en el futuro.
Desde ya, no fue molestia, y rescatamos un verdadero archivo aún inédito de las notas de puño y letra de don Claudio. Hoy el Doctor Orduna, a quien también mi memoria homenajea, ya no está, pero sé que esas notas gozan de buena salud, bien guardadas en alguna caja de archivo, clasificadas por aquél filologo incomparable, de los que ya no hay por estas tierras. Esa notas persisten obstinadamente como retazos de la memoria en el Secrit que el mismo Orduna había fundado, con sede en la Biblioteca de aquél otro hombre, a quien todavía lo sobrevive su memoria, anotada en unas pequeñas hojitas ahora amarillentas, esperando a nuevos investigadores para que den a la luz esa obra inédita de uno de sus más grandes historiadores, don Claudio Sánchez Albornoz, quien siguió trabajando para la memoria de su patria durante tantos años difíciles, tan lejos de ella, en esta patria donde formó discípulos que hoy también continúan la labor del maestro.

Porque si bien es cierto que siempre hay quienes trabajan para el olvido, la memoria siempre persiste, aunque sea en retazos deshilachados, sólo hay que tener la decisión de reconstruirla. Y hay muchos duendes por allí que trabajan para ello. Para esos duendes como Marisa o como Bel, el mayor de mis reconocimientos. La memoria persiste dispersa, hasta que a veces el azar, otras veces la voluntad o la necesidad, hacen que el destino junte las piezas que tenía que juntar para armar ese rompecabezas al que llamamos verdad.



martes, 2 de diciembre de 2008

La Ilíada: una experiencia de lectura (Última Parte)


Réquiem para Héctor Priámida: Lautaro descubre la literatura.



Cierro este extenso comentario de La Ilíada con una breve anécdota personal:
Cuando mi hijo Lautaro tenía unos cinco años, como cualquier niño de su edad, se negaba a irse a dormir temprano, estirando el tiempo hasta mi tardía llegada a casa. Se me pedían retos, pero claro que no podía, y entonces optaba por la negociación. Un día se me ocurrió decirle que si se iba a dormir le contaría un cuento, y pensando que se iba a marear con el relato, y se dormiría enseguida recordando aunque sea el título para el futuro, le dije que le contaría La Ilíada. No sólo no se aburrió, sino que estuvo a punto de hacerme pasar esa noche en vela, pidiendo más detalles. Lo convencí de que seguiría leyéndole (resumiendo) del libro, noche a noche, y así lo hice hasta completar los veinticuatro cantos que componen el poema, página por página, durante más de dos meses, cada noche. A partir de allí, no podía haber de mi parte nada que demorase mi llegada a casa, porque el relato lo atrapó tanto, que Lautaro no se dormía hasta que yo no llegara y le siguiera contando esa especie de resumen folletinesco. A lo largo de aquellas mágicas veladas al pie de la cama infantil, Lautaro fue tomando partido por los aqueos, vio en Aquiles a un superhéroe más imponente que los de la televisión, conoció a los otros héroes uno por uno, combatió junto a ellos, y forjó un odio puntual hacia Héctor, el enemigo mayor. Y también, a lo largo del relato, se fue haciendo preocupante para mí llegar al momento de la muerte de Héctor, que me resulta particularmente tremendo. Pero como no quería deformar a lo Disney la historia, decidí no ahorrar detalles, llegado el momento. Mientras tanto, lo preparé a Lautaro, y le fui preguntando si él quería que a Héctor lo mataran. Como todo el mundo sabe, los niños son sumamente crueles, y Lautaro no era la excepción, su deseo de "ver" correr la sangre de Héctor rozaba lo inhumano.
Cuando el momento llegó, pensé que la sangrienta muerte del héroe regocijaría al niño, y entonces le conté todo: le conté del temor de Héctor, tan humano, de enfrentar a su terrible enemigo Aquiles. Le conté las dudas de Héctor, que en su miedo humano no quería mostrarse huyendo delante de los suyos. Le conté de los ruegos desesperados de sus padres y esposa, suplicando desde las torres de la fortaleza que ingresara a la ciudad y se protegiera, que no esperara en las puertas la llegada de Aquiles a enfrentarlo. Y le conté cómo Héctor huyó ante la cercanía de Aquiles, hasta dar tres vueltas completas alrededor de la ciudad. Y entonces le expliqué que el destino de Héctor era morir, que Zeus lo comprobó desde el cielo, y que quiso impedirlo. Y le conté cómo la cruel Atenea no lo dejó, y entonces Zeus tuvo que ceder, y la diosa bajó del cielo, y engañó a Héctor tomando la forma de su hermano Deífobo, y Héctor confió en que entre ambos podrían enfrentar a Aquiles, y se detuvo, y comprendió el engaño divino, y finalmente enfrentó a la muerte con dignidad, dispuesto a pelear. Y le conté que Aquiles clavó su lanza en la garganta de Héctor con pasmosa facilidad, jurándole que humillaría su cadáver ante la vista espantada de los suyos. Y aunque Héctor antes de morir le haya vaticinado al propio Aquiles su próxima muerte a manos de su hermano Paris, Aquiles, enceguecido de odio, apuró el final del héroe, perforó los tendones del cadáver, los transpasó con una correa, ató el cuerpo a su carro, y lo arrastró ante la vista horrorizada de sus seres queridos, tantas vueltas alrededor de la ciudad, como había dado Héctor en su única y última huida. Todo eso se lo conté a mi hijo, con esa promesa autoimpuesta de serle fiel al texto homérico.
Pero la reacción de Lautaro no fue la esperada: al cabo del relato se produjo un profundo silencio, y le pregunté si estaba contento con la muerte de Héctor. La respuesta fue el estallido de un llanto angustiante y desconsolado que quebró el silencio con un dolor incontenible, que lo llevó a preguntar por el hijo, la esposa, la familia. No sabíamos qué decirle (por suerte la madre estaba conmigo), ya que Lautaro había visto lo mismo que yo, el problema es que no lo podíamos consolar, y tuvimos que repetirle hasta el hartazgo que todo era mentira, que sólo era literatura.
Pero claro que el chico había entendido perfectamente lo que tenía que entender: la literatura es más verdadera que nuestra propia existencia, para empezar, porque sobrevive a los siglos, mientras nosotros somos pasto para las fieras del olvido.
Varios años después, a los 16, Lautaro sintió la necesidad de leer por su cuenta La Ilíada para ver si le seguía gustando, y claro que le gustó más, le encontró detalles que mi resumen había pasado por alto, investigó y comprendió varias cosas adicionales. Cuando se estrenó la película Troya salió indignado del cine, bramando por todo lo que la adaptación hollywoodense había dejado en el camino (claro que a mí me pasó lo mismo). Actualmente, a sus actuales 21, la edición de Verón que ilustra la primera entrega de esta serie, está en su mesa de luz, y va por su segunda lectura: ahora me corrige detalles a mí que tienden a escaparse de mi memoria.
Y entonces, hoy te puedo decir, hijo mío, que no llores por Héctor, porque ahora podés entender que nunca murió: Aquiles (quién también es eterno porque nunca existió) le dio la inmortalidad para que yo pudiera contártelo, porque los griegos descubrieron muy temprano que la literatura es más grande que la vida. Será por eso que en este momento el mismo libro que ilustra este texto está en tus manos, para que vuelvas a leerlo una y otra vez, para que seas un eslabón más en la cadena de narradores que transmitieron la epopeya troyana, para que sus hechos queden resonando eternamente en la memoria de los hombres. Al menos, hasta que los caprichosos dioses dispongan lo contrario.












"...y así fueron los funerales de Héctor, domador de caballos."


FIN



sábado, 29 de noviembre de 2008

La Ilíada: una experiencia de lectura (Tercera Parte)


Retrato de familia


El momento de La Ilíada en el que quisiera detenerme particularmente es el Canto VI. Para empezar, es llamativo que este canto esté dividido en dos momentos, que presentan situaciones interpersonales llamativas para una narración épica.

En la primera parte del Canto, aqueos y troyanos combaten denodadamente. En el fervor del combate se encuentran Diomedes, héroe aqueo, y Glauco, caudillo aliado de los troyanos. No se conocen, y de manera arrogante se desafían mutuamente a decir quiénes son, partiendo desde sus antepasados ilustres. Al contarse su historia familiar, resulta que sus abuelos habían sido amigos, y por tal razón, juramentan no atacarse, renuevan la amistad, e intercambian regalos, estableciendo un pacto de no agresión individual.

Pero es a la segunda parte a la que quería llegar: en el fragor del combate, Héctor decide regresar a Troya para hacerle ofrendas a los dioses, pidiendo la victoria en el combate. En el camino comprueba la ausencia de su hermano Paris, el gran responsable de esa guerra, y al llegar al palacio lo busca con cierta indignación, y al encontrarlo en los aposentos de Helena, le reprocha que esté tan cómodo, rodeado de mujeres, en vez de estar peleando junto con sus compañeros. Acto seguido, pregunta por su esposa, Andrómaca, y tiene un diálogo con ella. Andrómaca le ruega a su esposo, con desesperación, que haga lo mismo que Paris, que no se arriesgue, que se quede en el palacio. Siendo el hombre más valioso de su patria, ¿qué necesidad tiene de exponerse tanto? Andrómaca le teme especialmente a Aquiles, quien en otras guerras fue el asesino de su padre y de sus hermanos. Adrómaca le pide a Héctor que no la haga viuda, porque entonces perdería todo lo que tiene, ya que Héctor es su esposo, su padre, su hermano. Héctor, con palabras dulces, le responde a Andrómaca que si él no pelea, la ciudad no tiene futuro, él debe estar allí, porque debe defender ese mundo amenazado por la voracidad aquea, él pelea para que su pequeño hijo tenga una ciudad en la que crecer y no sea esclavo de sus enemigos despiadados (sabemos que Héctor no se equivocaba, el niño morirá cruelmente asesinado por los aqueos, para evitar futuras venganzas). En ese momento, las criadas traen al niño. Héctor tiene un aspecto atroz, está tal cual llegó de la batalla: transpirado, con la tierra del combate íntegramente pegada al cuerpo, salpicado de sangre, oliendo a muerte, con el casco que le cubre la nariz y dibuja una expresión torva en sus ojos, con las negras crines de caballo coronando el casco sobre su cabeza de guerrero feroz. Al encontrarse con esta estampa aterradora, el niño llora. Héctor reacciona con ternura, se quita el casco con cuidado, se desarma, se limpia un poco la cara, se acerca al niño y le habla con dulzura, lo consuela, lo toma en brazos, le dice cuánto lo ama, que siempre recuerde que daría la vida por él. Y el niño se calma. Luego de esto, Héctor, arrastrando a su hermano Paris, vuelve al combate.Varios cantos más tarde, Héctor morirá cruelmente, a manos de Aquiles, ante la vista de sus padres ancianos, Príamo y Hécuba, ante la vista de la desesperada Andrómaca que verá cómo se cumplen sus temores más crueles.

Lo que me impresionó vivamente, es la inserción de ese cuadro familiar, que muestra el otro lado de la guerra, el más humano, el que no tiene época, pero que contrasta de manera tan significativa con la mezquindad de los aqueos y la caprichosa arbitrariedad de los dioses. Héctor es el verdadero héroe, sin dudas, y por eso, en este mundo, sólo le queda morir y ser horriblemente humillado, a un punto tal que el mismísimo Zeus tomará cartas en el asunto, obligando a Aquiles a que devuelva a la familia el cadáver del héroe que retenía para mancillar. La Ilíada cierra con los grandiosos funerales de Héctor, sabiendo que la suerte de Troya ya está echada: el héroe que luchaba por convicción fue muerto miserablemente, arrastrado y humillado. No habrá paraíso que lo cobije y lo reciba con honores. Más adelante, en La Odisea, el alma de Aquiles nos confirmará que ni siquiera los héroes gozan de privilegios (más allá de tener reservado un lugar especial), ya que son sólo sombras condenadas a añorar eternamente el mundo de los vivos. No hay, entonces ni el más mínimo asomo de esperanza o redención: la muerte de Héctor implicará una tregua, pero sus funerales preanuncian los de la propia ciudad por la que el héroe luchó inutilmente.




Continuará...

jueves, 27 de noviembre de 2008

La Ilíada: una experiencia de lectura (Segunda Parte)





Los buenos y los malos



A partir de todo lo expresado anteriormente (V. Primera Parte), la primera observación que se me ocurre hacer como lector de La Ilíada tiene que ver con que los comportamientos moralmente dudosos nos dificultan la identificación con los personajes: no hay "buenos", no hay moral, los supuestos héroes disputan escandalosamente por el botín, no los mueve ningún valor particular, ninguna convicción, sólo los motiva la ambición material y la vanidad propia. Y los dioses no castigan esa miseria, sino que la multiplican en su propio comportamiento ¿Podían los griegos, tan racionales ellos, creer en dioses tan disparatados? Personalmente no lo creo, sino que parece ser que era una manera metafórica de representar lo azaroso de la suerte de los pobres mortales ¿Qué valores morales trasunta entonces la obra? Particularmente creo que ninguno de los que esperaríamos, y esto pone al desnudo que en nuestra época (quizás desde el siglo XVIII o XIX más precisamente), se le pida a la literatura que deje en claro un mensaje, un valor moral. En el caso de esta literatura tan remota, creo que lo que vale es mostrar las cosas como son, caóticas, caprichosas, arbitrarias, trágicas. Una visión realista y cruda, por un lado, disparatada y escandalosamente fantasiosa, por otro. Pero diríamos que en esa fantasía radica lo más crudo, ya que el disparatado comportamiento caprichoso de los dioses, coloca al hombre en el rol de juguete del destino, que aunque haga las cosas bien, necesitará de la suerte para sobrevivir. Una verdadera visión cruel y amoral de la realidad, como a veces la percibimos en los diarios. Si esto lo consideramos así, La Ilíada es más realista que el realismo, porque sabe captar lo azaroso y terrible del mundo real: al prescindir de la justicia poética, de la moraleja, la obra parece refregarnos en la cara que no nos ilusionemos, que en la vida real no hay ni justicia poética ni moraleja. Y ésta no es la visión que tienen los grandes trágicos griegos del siglo V a.C., quienes intentan conciliar el destino caprichoso con el error humano: el destino trágico se conoce de antemano, pero el hombre cometerá un error propio que lo llevará a merecer, de alguna manera, ese destino trágico. En la Ilíada el personaje puede tener un compartamiento ejemplar, a tal punto que el propio Zeus sienta cariño y admiración por él, pero esto no lo liberará de su trágico final inmerecido. Tal es el caso del troyano Héctor, quien a mi modo de entender, es el verdadero héroe de la historia. Esto también constituiría un hecho curioso, ya que se supone que representa al bando enemigo, al menos teniendo en cuenta que ningún erudito postuló la teoría de que Homero fuera troyano (según me informa el insigne helenista Abbas Cucaniensis, recién en este 2008 un erudito alemán postuló algo cercano y despertó una polémica apasionada). También podemos tener en cuenta que el relato está básicamente focalizado en el punto de vista aqueo (griego), por consiguiente, Héctor, en términos de nuestra visión del siglo XX-XXI, es el malo de la película. Pero la lectura parece mostrarnos lo contrario, o al menos, este personaje plantea una contradicción que termina haciendo aparecer como malos a los buenos, ya que es el único que demuestra pelear por un ideal humano elevado y comprensible: salvar a su familia y a su pueblo del desastre. ¿Era, entonces, el mundo homérico el reino del revés? Quién sabe, sí, quién sabe, no, la discusión queda abierta. O simplemente, quizás sea nuestro mundo moderno el que está al revés, después de todo, ¿alguien puede asegurar que los buenos de nuestra película no son más malos que todos los malos anteriores juntos? ¿Y no dicen luchar por la justicia y la libertad?
En conclusión, los buenos-malos del mundo homérico, al parecer, eran más sinceros que los actuales.






Continuará...

lunes, 24 de noviembre de 2008

La Ilíada: una experiencia de lectura (Primera Parte)

[Comentario literario en cuatro partes]


Génesis de una lectura personal

Confieso, no sin cierta vergüenza, que recién leí La Ilíada a los 28 años. Fue durante unas vacaciones de invierno en Santiago de Chile. La leí con ansiedad y placer, después de comprar una edición usada, la de Verón editor, en un librería del hermoso barrio de Bella Vista.
Si bien antes había leído otras obras importantes, recién entonces pude comprender la contundencia del remanido rótulo de "grandes obras de la literatura universal". Y La Ilíada no sólo es una de las obras más antiguas que integra este grupo selecto (sabemos que en la Antigua Grecia, en el siglo de Pericles, La Ilíada ya era un clásico leído en las escuelas), sino que demuestra en cada página por qué es universal y de alguna manera eterna. No intento, desde ya, hacer un estudio en profundidad de la obra, materia para eruditos que escapa a mis posibilidades, ni tampoco dar una clase escolar, sino que sólo pretendo, de alguna manera, recuperar algunos sentimientos personales de lector común y corriente que son producidos por la obra. Y a la vez, también, terminaré exponiendo una experiencia de lectura personal.

Podemos comenzar, entonces, por señalar que en esa primera lectura fascinada de la obra, a lo largo de ese viaje por Chile, fue naciendo un viaje a Grecia, motivado por la obra de Homero y por la lectura de Los mitos griegos, de Robert Graves, una obra inolvidable, que dicen que formaba parte de las favoritas de Borges, y que es en parte, una buena forma de conocer el contexto monumental de la obra homérica, ese capítulo de la interminable trama mítica conocido como "El ciclo troyano", del cual La Ilíada es sólo un episodio. En esa primera experiencia me atraparon varias cosas, que trataré de ordenar. En primer lugar, llama la atención la peculiar concepción religiosa de los griegos, que no ven en sus dioses un ejemplo de virtudes, sino, por el contrario, un conjunto de vicios, caprichos y arbitrariedades. Los dioses son parte fundamental de la historia, la producen, juegan con los mortales como jugaría un niño hoy con un videojuego. No obran de acuerdo a altos principios, sino movidos por las más mezquinas pasiones personales. Desde el comienzo, observamos asombrados como Hera y Atenea desean la destrucción despiadada de Troya por despecho del concurso de belleza que Paris, el príncipe troyano, les hizo perder, para favorecer a Afrodita, quien lo había sobornado con el amor de la esposa de Menelao, la hermosa Helena, la más bella de todas (recientemente propuse en clase a Scarlett Johansonn para una versión actual, aunque después de haber visto en cine la lamentable Troya, mejor que no la hagan). Ese no es el tema central de la obra, ya que la historia transcurre en el noveno año de la guerra, pero la cuestión de los dioses está barajada de antemano. Cuando empieza la obra el dios Apolo castiga a los aqueos (griegos) porque el cabrón de Agamenón, comandante en jefe de la fuerza aquea y cuñado de la veleta Helena, ha ofendido y humillado a uno de los sacerdotes del dios, negándose a devolverle a su hija secuestrada y diciéndole que se haría vieja en su palacio, como una sirvienta y ramera ocasional. El sacerdote pide justicia, y el dios concede con gusto, su ego ha sido herido por un mortal soberbio, y esa actitud sólo le está reservada a los dioses. De aquí en más, se desatará una verdadera batalla de egos: los de los héroes y los de los dioses. Lo significativo es que ninguno quedará bien parado y todos desnudarán sus miserias. Apolo se vengará sembrando muerte en el campamento aqueo, Aquiles se atreverá a interpelar a Agamenón en asamblea pública, diciéndole que devuleva a la joven, y Agamenón responderá despojando a Aquiles de una esclava suya que había sido parte de su botín. No hay sentimientos, hay posesiones, hay egolatría y divismo, hay miseria moral. La respuesta de Aquiles se da a la altura de las circunstancias: se retira de la batalla pidiéndole a su madre-diosa que le ruegue al mismísimo Zeus que desfavorezca a sus amigos aqueos. Sin ir más lejos, hoy en día una hinchada de fútbol actual crucificaría a un ídolo por mucho menos. Pero en aquellos tiempos arcaicos, las batallas no se dirimían corriendo y pateando un esférico balón. Los dioses jugaban de otros modos más complicados. Y la pelota eran los mortales.

Continuará...
[Comentario literario en cuatro partes]
Génesis de una lectura personal
Confieso, no sin cierta vergüenza, que recién leí La Ilíada a los 28 años. Fue durante unas vacaciones de invierno en Santiago de Chile. La leí con ansiedad y placer, después de comprar una edición usada, la de Verón editor, en un librería del hermoso barrio de Bella Vista.
Si bien antes había leído otras obras importantes, recién entonces pude comprender la contundencia del remanido rótulo de "grandes obras de la literatura universal". Y La Ilíada no sólo es una de las obras más antiguas que integra este grupo selecto (sabemos que en la Antigua Grecia, en el siglo de Pericles, La Ilíada ya era un clásico leído en las escuelas), sino que demuestra en cada página por qué es universal y de alguna manera eterna. No intento, desde ya, hacer un estudio en profundidad de la obra, materia para eruditos que escapa a mis posibilidades, ni tampoco dar una clase escolar, sino que sólo pretendo, de alguna manera, recuperar algunos sentimientos personales de lector común y corriente que son producidos por la obra. Y a la vez, también, terminaré exponiendo una experiencia de lectura personal.
Podemos comenzar, entonces, por señalar que en esa primera lectura fascinada de la obra, a lo largo de ese viaje por Chile, fue naciendo un viaje a Grecia, motivado por la obra de Homero y por la lectura de Los mitos griegos, de Robert Graves, una obra inolvidable, que dicen que formaba parte de las favoritas de Borges, y que es en parte, una buena forma de conocer el contexto monumental de la obra homérica, ese capítulo de la interminable trama mítica conocido como "El ciclo troyano", del cual La Ilíada es sólo un episodio. En esa primera experiencia me atraparon varias cosas, que trataré de ordenar. En primer lugar, llama la atención la peculiar concepción religiosa de los griegos, que no ven en sus dioses un ejemplo de virtudes, sino, por el contrario, un conjunto de vicios, caprichos y arbitrariedades. Los dioses son parte fundamental de la historia, la producen, juegan con los mortales como jugaría un niño hoy con un videojuego. No obran de acuerdo a altos principios, sino movidos por las más mezquinas pasiones personales. Desde el comienzo, observamos asombrados como Hera y Atenea desean la destrucción despiadada de Troya por despecho del concurso de belleza que Paris, el príncipe troyano, les hizo perder, para favorecer a Afrodita, quien lo había sobornado con el amor de la esposa de Menelao, la hermosa Helena, la más bella de todas (recientemente propuse en clase a Scarlett Johansonn para una versión actual, aunque después de haber visto en cine la lamentable Troya, mejor que no la hagan). Ese no es el tema central de la obra, ya que la historia transcurre en el noveno año de la guerra, pero la cuestión de los dioses está barajada de antemano. Cuando empieza la obra el dios Apolo castiga a los aqueos (griegos) porque el cabrón de Agamenón, comandante en jefe de la fuerza aquea y cuñado de la veleta Helena, ha ofendido y humillado a uno de los sacerdotes del dios, negándose a devolverle a su hija secuestrada y diciéndole que se haría vieja en su palacio, como una sirvienta y ramera ocasional. El sacerdote pide justicia, y el dios concede con gusto, su ego ha sido herido por un mortal soberbio, y esa actitud sólo le está reservada a los dioses. De aquí en más, se desatará una verdadera batalla de egos: los de los héroes y los de los dioses. Lo significativo es que ninguno quedará bien parado y todos desnudarán sus miserias. Apolo se vengará sembrando muerte en el campamento aqueo, Aquiles se atreverá a interpelar a Agamenón en asamblea pública, diciéndole que devuleva a la joven, y Agamenón responderá despojando a Aquiles de una esclava suya que había sido parte de su botín. No hay sentimientos, hay posesiones, hay egolatría y divismo, hay miseria moral. La respuesta de Aquiles se da a la altura de las circunstancias: se retira de la batalla pidiéndole a su madre-diosa que le ruegue al mismísimo Zeus que desfavorezca a sus amigos aqueos. Sin ir más lejos, hoy en día una hinchada de fútbol actual crucificaría a un ídolo por mucho menos. Pero en aquellos tiempos arcaicos, las batallas no se dirimían corriendo y pateando un esférico balón. Los dioses jugaban de otros modos más complicados. Y la pelota eran los mortales.
Continuará...

martes, 18 de noviembre de 2008

Llanto, silencio y amargura.


Llanto


Es sólo la tristeza que transpira.



Silencio


La madrugada envuelve de luna los aullidos del día. Nos miramos en penumbras. Las palabras duermen.




Amargura


Lilian toma el té sin azucar, para sentir su verdadero sabor ¿Será la alegría el azucar de la vida?






















jueves, 13 de noviembre de 2008

Palabras simples, de amor y mar.









Toda tu sed y tempestad,
tu historia toda,
y tus sueños más antiguos,
y tu frescura que me enciende;

y la esperanza resignada,
y tu pasado y tu mañana,
la triste canción olvidada,
y tu alegría que me entiende.

Licor que me embriaga,
es toda tu calma de mar plana
que acaricia mi orilla
y se duerme
entre el cielo de mis manos
y la playa
de este pecho enamorado.




A.L.




IX-XI-VIII/XVII.XX

domingo, 9 de noviembre de 2008

Afecto, distracción y olvido.



Afecto

Tu sonrisa es el titiritero que mueve los hilos

de la marioneta de la risa mía.




Distracción

Y se quedó mirando a la nada, con ojos de "enseguida vuelvo".



Olvido

Hojas arrancadas del almanaque antes de tiempo ¡Salud, donde quiera que se encuentren, días y personas amputadas del recuerdo!

martes, 28 de octubre de 2008

Desilusión y autodecepción.
















Desilusión

Tus dientes se secaron con el otoño

y ya no muerden como antes.

Ahora muerden frágil.


Autodecepción

"Si mi vida hubiese sido otra...", pensaba mientras caminaba. "Nunca debí haber desaprovechado la oportunidad de vivir en aquella cloaca", pensaba la cucaracha antes de ser aplastada por esa suela distraida.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Ellas mismas

Ellas aman más en la mirada que en la carnalidad.
Pueden desgarrarse ardiendo en el roce interior de su fuego,
pueden jadear sedientas en el abrazo húmedo de la pasión,
pero en la mirada distraída que se encuentra como el aire
con el rostro amado,
ellas se escapan, cuelgan campanas en todas las ramas,
esparcen flores blancas de cerezo en los caminos,
tiñen de carmín los pétalos empalidecidos por la madrugada,
soplan celeste al cielo,
barren la vereda, la lustran y cantan mientras bordan sueños,
se elevan, cascabelean los dedos como gotitas de rocío,
y encienden violines en el horizonte del mañana.


Ellas lloran siempre, lloran de alegría, de distancia, de ansiedad,
lloran de risa y de ebriedad, de música y de bronca,
lloran de estrellas y de pájaros violentos, de úteros y ovarios,
de impotencia y de furia, lloran de amor y de ternura,
lloran de vibrar, de lágrima y por dentro, y hasta lloran sin llorar.

Y a nosotros nos fastidia, nos baja la guardia, nos hace huir,
nos enoja, y nos fascina consolarlas,
acudimos al abrazo como el cielo limpio a su jornada.





Ellas nos sueñan, se entregan y festejan nuestras nimiedades,
nos endiosan, nos esperan, nos atienden, nos exhalan,
pero también, si las desencantamos, si las lastimamos,
se van dando portazos que gritan eternidad.
Ellas bajan la cabeza y dicen basta, se callan y hacen
estallar al silencio más blanco y atroz del nunca,
porque jamás olvidan nada, cada detalle les pertenece,
no hay cosa que habite el mundo que sea ajena a su mirada,
cuando les sangra el alma, despliegan alas de girones,
barren pétalos, rompen ramas, queman lilas y azucenas,
ponen nubes en el techo, pintan noche en las paredes,
aúllan ciegas como lobas perdidas que sangran de muerte,
y se hunden en la tiniebla del olvido,
en picada,
como aves torvas y sin patas, condenadas a volar.


A.L. Pilar, 26/09/08, 13.20 hs.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Palabra Mujer


Mujer, estás en la palabra
y en la lengua.
Te digo
y mi boca se vuelve beso
en la primera sílaba;
te sigo pronunciando
y la jota acaricia el paladar.
Mueres en la ola final
al romper el látigo
contra los dientes,
en la culminación verbal
–de segunda conjugación–
que vuelve al sustantivo
oscuro y misterioso
como un adjetivo.

Mujer, te pronuncio
y estallan diferentes sensaciones,
y todas las palabras juntas
se amontonan suavemente,
en ese soplido magnífico
que nunca apaga la llama
y que siempre aviva el fuego.

Te suspiro,
imagen, referente, totalidad,
palabra nacida
para ser dicha al oído.



A.L. 24/09/08

lunes, 15 de septiembre de 2008

Don José y la baraja.

[La talentosa poeta y narradora Claudia Isabel (http://laperladejanis.blogspot.com/, http://cuentoypunto.blogspot.com/ es la "culpable" de este post, ya que a partir de un texto que ella escribió ("Revolución de mayo. Mariano épico") dedicado a Mariano Moreno, me trajo al recuerdo este texto mío, escrito hace unos años atrás, en 2005]




La memoria es como una baraja de naipes, pienso mientras mezclo la baraja: los recuerdos son los naipes, nuestras manos son el impulso mismo de la evocación, que mezcla y confunde la baraja, para cortar y montar el mazo y sacar figuras, números, palos, que son recuerdos, números, fechas, nombres, rostros y eventos a veces olvidados. Cierto, quizás los recuerdos sean sólo una madeja de nombres propios, de fechas, de eventos que también son un nombre: Chacabuco, Maipú, Yapeyú... Es curioso, pienso “Yapeyú” y doy vuelta al instante un uno de espadas, cuando pienso en el lugar en que nací, hace setenta y dos años, pienso “Yapeyú”, y no lo puedo recordar, ni una imagen acude a mi memoria todavía muy temprana de menos de tres años de nacido, sólo se aparece en el presente esa marca de la espada asociada al nacer, esa que decidí abandonar pero que no me abandona, porque alguna vez dije “seamos libres, y lo demás no importa nada”, esa espada que nunca atacó a un hermano, pero igual algunos me acusaron de traidor, como si alguna vez yo hubiese apoyado a un hermano en contra de otro hermano, y aunque haya renunciado por esas cosas a la espada, la espada vuelve cuando pienso en mi nacimiento. Mi primer recuerdo se me aparece como envuelto en niebla, es una imagen del viaje a Buenos Aires, las interminables horas de carreta, la sensación de un cambio incomprensible, misterioso y definitivo.


Doy vuelta otras cartas, un cuatro de oros, siguen las semejanzas, cuatro años tenía en mis primeros recuerdos, en aquella gran aldea que tenía amplias calles de tierra, transitada por numerosas carretas, al menos para lo que yo había visto hasta entonces. Esa fue la época de oro de la primera niñez, la de los juegos con mi hermano Justo, los tranquilos años en la apacible Buenos Aires que varios años más tarde resistiría la invasión de los ingleses y que en algunos años más aún estallaría en revueltas contra el rey Don Fernando y hasta contra el mismísimo Napoleón. Mientras pienso esto último doy vuelta un naipe que representa la figura de un joven con un basto en la mano, la décima carta de su palo, y evoco al doctor Mariano Moreno, quien murió en alta mar asesinado antes de unírsenos en Londres; aparto esta carta del resto para que la memoria desordenada dé paso a la razón del solitario que ordena las cartas. Espera en aquel rincón, respetable figura, hasta que lleguen otras cartas a acompañarte en el recuerdo. Y allí viene entonces el once de espadas, el abrupto fin, el viaje a España. Atrás quedan las imágenes de la sala de aquella casa: Justo leyendo sus cuadernos escolares, Manuel y Juan Fermín luchando con sus lecciones de latín, María Elena bordando con mi madre, Gregoria, la silenciosa mujer que aletea el bastidor junto a su hija mientras contempla como distraída, como sin quererlo, a su esposo, a mi padre que como yo en este momento, estaba solitario, en la despoblada mesa nocturna, cerca del fuego, revolviendo la baraja y mezclando sus recuerdos, y casi todos, menos yo, sabían que esos recuerdos que mezclaba en el mazo de figuras eran los recuerdos de su tierra a la que esperaba que le dieran el permiso para volver. Durante todo este rato me he quedado mirando a este once de espadas que mis dedos deformados por los años sostienen, y mi vista maltrecha intenta enfocar con precisión, como si intentara reconocer su rostro, como intentando recordar el rostro de aquel compañero del Real Seminario, en Madrid, que me explicó el significado de la palabra “guacho”, diciendo que era una palabra americana que significaba no tener ni padre ni madre, que era más o menos lo mismo que no tener patria, como no la tenían los americanos que habían inventado esa palabra. Recuerdo ese primer insulto de escuela, así como no puedo recordar el rostro de quien lo dijo, era más grande que yo, no lo miré, apreté mis puños y le respondí que quizás fuera mejor no tener ni padre ni madre antes que haber nacido de una mala entraña. Nos separaron, nos reprendieron y el hecho no llegó a mayores, pero a partir de entonces comencé a sentirme diferente: de padres españoles, sin patria propia, americano por nacimiento, arrancado de una tierra que aún no era nada. Nacer en América era entonces tener a la ilusión por patria, algunos españoles nativos nos consideraban como provincianos y extranjeros a la vez, y en su desprecio no hacían más que alimentar nuestro orgullo de soñarnos independientes.

Pero mi padre lo entendió de otro modo, entendió que debía endurecerme, que debía seguir sus pasos, que debía aprender a amar a su patria. Honré a mi padre en vida, aunque seguramente defraudé sus expectativas luego de su muerte. Sólo sé que alguna vez me dijo que la milicia era servir a las propias convicciones y luchar con lealtad a los ideales propios, que deben ser los mismos que los de la patria, y a eso nunca falté. Tenía tan sólo once años cuando dejé la vida familiar y la escolar para ingresar en la milicia. Doy vuelta al once de espadas como si no quisiera recordar el rencor que sentí hacia mi padre al abandonarme allí, porque luego aquella vida me atrapó, porque allí fui imaginando un sueño desde poco después de llegar, me imaginaba luchando por ideales de libertad, igualdad y fraternidad, imaginaba batallas heroicas que algún día llegarían como desde adentro de mi sueño forjado a imagen y semejanza de los relatos encendidos que nos llegaban de los sucesos de París, aquella famosa Revolución Francesa que estaba llamada a ir desvirtuándose, pero que dejó una marca imborrable en la conciencia de los jóvenes de aquellos años. Quizás ese recuerdo me llevó a pensar en refugiarme en esta tierra adonde hoy transita el dolor de mis huesos, un dolor mucho más profundo del que comencé a sentir en aquellas tiendas de campaña, entre los estruendos de la artillería, al galope furioso de los caballos arremetiendo la carga por sobre los cuerpos sin vida de los compañeros caídos, al transcurrir de la batalla sin saber al cabo por qué se sobrevivió. Y junto con los primeros dolores del cuerpo, las primeras medallas, que se aparecen en la baraja de mis recuerdos dibujadas en al as de oros, la gloria del joven oficial don José de San Martín, hijo de don Juan de San Martín y de doña Gregoria Matorras, natural de Yapeyú, una ciudad marcada por un as de espadas que en estos momentos ha vuelto a mezclarse en el mazo, que fue militar español sin serlo, que ha sido héroe de batallas ajenas que alguna vez le parecieron huecas, que fue héroe de batallas propias cuya gloria luego le resultó hueca, vana y amarga, porque alguna vez aprendí que ninguna batalla se gana del todo. Fui el oficial que mi padre soñó, y ese fue el recuerdo que se llevó al morir en el ’96. Iba llegando el momento de buscar mi patria, iban a pasar muchos años, no iba a ser fácil imaginarla e inventarla. Si hasta a veces tengo la sensación de que todavía no la terminamos de inventar.

Se me aparece ahora el rey de copas, y ahora es Francia el enemigo, ahora se pelea por la libertad. El rey de copas es José Bonaparte, sin dudas, a quien llamábamos Pepe botellas por su afición al alcohol. Otra guerra ajena, pero ya se iba pareciendo a las soñadas. Bailén, 19 de julio de 1808, derrotamos a los franceses invasores, los españoles festejan la victoria española; los americanos festejamos la derrota francesa. Soñamos nuestra victoria. Ahora somos aliados de los ingleses, así es la guerra, el siete de oros llega con el recuerdo de Lord Macduff, aquel imborrable escocés que me habló por primera vez de las logias americanas. Con sus modos refinados y su acento salvaje hacía largos los tragos para ladrar en un castellano visceral: “que tus enemigos nunca sepan quiénes son tus verdaderos amigos, pero que estos últimos siempre sepan que tú eres su amigo, porque comparten enemigos”. Reía y seguía diciendo, como si fuera un juego, que nos entendía a los americanos mejor que nadie por el simple hecho de ser escocés: “el hijo de un pueblo sometido siempre quiere dar un buen puntapié a quien lo somete, al menos cuando este se dé vuelta”. Poco a poco me estaba convirtiendo en un traidor. Ahora sale el rey de espadas, mi rey que empezaba a ser mi enemigo. Aquí lo colocaremos, aquí, junto al diez de bastos, junto al doctor Mariano Moreno: estalló la revuelta del 25 de mayo de 1810, la voz corre por los cuarteles: “se nos sublevan las antiguas colonias, es en nuestro apoyo; no, claro que no es así, se dice que hay sediciosos que sueñan con sublevar a las colonias contra el rey, no faltará el tiempo en el que haya que aplastar a esos salvajes americanos, dicho esto con todo respeto por los que nos han demostrado fidelidad en estos años.”


Y uno que va conspirando en silencio, poco a poco; “sediciosos”, murmuran en los cuarteles. Me comunico con Macduff, si no quiero levantar la espada contra mis hermanos debería ser desertor, pienso en pedir la baja y partir rumbo a América, claro que prefiero combatir a mi monarca, de quien, si se me permite, ahora pondré su naipe de rey de espadas cabeza abajo, porque afortunadamente los reyes de espada tienen pies y cabeza, no así los números, que siempre se ven derechos. No sé qué juego es este, sólo son recuerdos mezclados. El diez de espadas es Monteagudo, se queda aquí, junto a Moreno que en realidad ya descansa en el fondo del mar, daremos vuelta su carta con respeto, Monteagudo irá contra los enemigos de la Logia Lautaro que hemos fundado. Este otro doce no es un rey, es una fecha, el año 1812, y su oro no es riqueza, otra vez es el recuerdo, es el regreso a Buenos Aires, luego de 28 años, vuelvo a la aldea de mis primeros años, convulsionada por la libertad, que da sus primeros pasos sin saber hacia dónde sigue el paso posterior, yo el Teniente Coronel San Martín, nacido en estas tierras, quien combatió contra los mismísimos ejércitos de Napoleón, quien pidió su retiro por razones de salud y de carácter familiar, para volver a combatir a su patria que todavía no existe, quien pasó a Londres para tomar contacto con los conspiradores de las logias masónicas americanas, quien forma parte de una hermandad comprometida con la independencia del continente, vengo humildemente a servir al ejemplar gobierno instalado desde entonces en estas tierras, pidiendo tengan a bien respetarme el grado obtenido hasta el momento en el antiguo y abandonado ejército español, al cual lejos de querer regresar me comprometo a combatir como enemigo decidido por entender que su dominación de nuestra América ha llenado de vergüenza y oprobio a nuestros hermanos indios, a quienes hoy debemos sumar a la lucha emancipadora, y a todos los criollos bien nacidos sometidos al vil yugo europeo. Y los tres hombres, Paso, Chiclana y Sarratea, estuvieron de acuerdo, pero de pronto desde la puerta entreabierta intervino ese sujeto que sería mi enemigo por siempre y desde entonces, el ministro Bernardino Rivadavia resopló su insolencia y su soberbia que siempre me olió a traición: “es indudable que lo suyo son las armas, Coronel, no la retórica, no las proclamas, no la política. Su carrera militar es impresionante, ¿podremos confiar en su obediencia y fidelidad?”. Ese infeliz me insultaba dos veces: una al reírse de lo expresaban mis convicciones, que él nunca tuvo; la segunda al dudar de mi fidelidad, quizás porque sólo miraba en él mismo. Fue Paso quien se apuró a contestar que no cabían dudas de eso. No recuerdo una mano más fría que la de Rivadavia cuando por única vez la estreché francamente, cuando nos presentaron. Unos meses más tarde yo encabezaría a las tropas que marcharon sublevadas a la Plaza de la Victoria para deponerlo por el fraude contra Monteagudo. La única proclama política que escribí en mi vida, se la dediqué a Rivadavia, ya que no le gustaban mis discursos: le decía que habíamos actuado para proteger la voluntad del pueblo, y para que se supiese que no siempre están las tropas para sostener a los gobiernos y autorizar las tiranías. Rivadavia no me lo perdonó nunca, así como yo no le perdono todo el daño que le hizo a nuestra lucha hasta el día de hoy, y aún después de muerto, con el respeto debido a la muerte, no se le puede perdonar que no haya querido que sus restos descansen jamás en Buenos Aires.

Y pensando en Rivadavia doy vuelta una gran copa, un as de copas, no es una copa de brindar, es una copa envenenada, que hace que pasen de largo todas las hazañas, todas las luchas gloriosas, caen, una tras otra las cartas que son nombres, San Lorenzo, el admirable Manuel Belgrano, el Ejército del Norte, Cuyo, Mendoza, Los Andes, la libertad en Chile, el encuentro con O`Higgins en Santiago, la entrada triunfal en Lima, y el dos de copas que me recuerda el encuentro con Bolivar, mi silenciosa retirada para cederle el mando al gran general americano, cuando me daba cuenta de que cada vez la política me asfixiaba más, me hacía ver la realidad como a través de un cristal que se resquebrajaba a pedazos: América se iba dividiendo en fragmentos cada vez más numerosos de naciones destinadas a las guerras internas, destinadas al dominio de otras naciones más poderosas. Y entonces volví a sentirme como al principio, sin patria, sin nación con la que identificarme; ni español por convicción, ni de la Provincias Unidas, porque no había provincias, al menos que estuvieran unidas, ni de Buenos Aires, ni de las demás naciones, simplemente americano por elección, pero ¿qué era ser americano? Todavía hoy me lo pregunto, por entonces parecía que ser americano fuera luchar contra el hermano, fuera indio, fuera gaucho, fuera criollo, fuera del interior, fuera blanco, fuera porteño, fuera celeste, fuera rojo, fuera bueno, fuera malo, fuera hermano, sólo es sangre, y la lucha por la libertad se fue transformando en lucha por imponer proyectos propios, sin ideales, modelos de nación pensados desde afuera y para afuera, desaparecida España, ahora se disputaban nuestros despojos las demás potencias europeas.


Yo, José de San Martín preferí condenarme al peor de los castigos, por el más digno de los delitos: haberme negado a intervenir en las guerras internas, en las guerras entre hermanos, fui desobediente cuando el gobierno me ordenó abandonar la Campaña de los Andes para reprimir el alzamiento de los federales de Santa Fé, así también como antes había desobedecido la orden de apresar a Manuel Belgrano, el hombre más íntegro de esta Revolución, cuando lo sucedí al mando del Ejército del Norte. Ese episodio me terminó de convencer de que intentábamos romper las sólidas cadenas que nos habían sometido durante años para reemplazarlas por otras más nuevas, dejábamos de ser esclavos de los españoles para ser sólo piezas en las nuevas luchas entre los poderes locales que se encargarían de someter a un pueblo acostumbrado al sometimiento. Los nuevos señores no pensaban hasta dónde llegaba el significado de la palabra libertad, que proclamaban, los verdaderos idealistas, de los que hablábamos en Londres con devoción, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Bernardo de Monteagudo, quien fue mi secretario hasta pasar a cumplir idéntica función junto a Bolivar, los hombres más inteligentes, honestos y destacados de la gloriosa Revolución de Mayo que había cambiado el rumbo de mi vida, ya habían muerto, y ninguno de ellos de una forma digna: Moreno como ya lo evoqué, Belgrano en el olvido vergonzoso de la miseria, Castelli, su primo, el gran orador de la revolución, el que levantó en armas contra el poder español a los campesinos hambrientos del Norte, murió acusado de traición, privado del habla por un cáncer de lengua que ni siquiera le dejó responder a las infamias que de él se dijeron. Mi querido amigo Monteagudo, finalmente, murió asesinado en Perú, en un oscuro episodio que nunca se terminó de aclarar. Yo simplemente estaba convencido de que mi misión era acabar con el nido del poder realista en Sudamérica: había que liberar Chile y luego pasar al corazón mismo de la dominación, el Perú. Una vez cumplido esto, quise regresar a Buenos Aires para encontrarme con mi amada y recordada esposa Remedios, que estaba gravemente enferma, pero los unitarios, con Martín Rodríguez y Rivadavia a la cabeza, habían vuelto al poder, y temían que entrara con mi ejército a encabezar una revolución, y no me autorizaron. Desobedecí nuevamente y volví sólo, sin ejército, sin planes, y de allí en más, con el interminable dolor de haber llegado demasiado tarde para despedir a la gran mujer que supo acompañar mis años de lucha. Ahora todos desconfiaban de mí, no podía permanecer en Buenos Aires sin despertar recelos y sin que se me presionara para que de alguna manera tomara partido por uno u otro bando. Decidí entonces emprender el camino más doloroso, el renunciar a la patria que yo había contribuido a forjar para marchar al exilio, y hoy bebo cada día de esta copa envenenada que se lleva mis días. Es cierto que intenté regresar cuando supe que mi camarada Dorrego estaba en el poder, pero al desembarcar en el puerto de Montevideo me enteré de su fusilamiento por parte de Lavalle, esperé allí la evolución de los acontecimientos, pero al cabo de tres meses me convencí de que en ese país joven de nombre plateado ya no había lugar para mí, José de San Martín, quien conoció la gloria y el dolor, quien nació sin patria y fue condenado por su pares a morir sin patria.

Monto el mazo y aparto estas cartas, es agosto en Boulogne sur Mer, y aunque la brisa tibia del verano se obstine en franquear las ventanas, mis huesos sienten el frío del invierno de Buenos Aires, mi corazón que se cansa de latir sueña con dormir su sueño eterno en esa aldea que elegí como patria, mientras mis manos recuerdan la humedad de la tierra revuelta al sembrar la quinta de la chacra mendocina. Y recuerdo Los Andes y las nieves eternas, y pienso en la eternidad y en mi próxima muerte, cuando todo se aleje, cuando todo se calle, cuando sólo quede el recuerdo ajeno. Y entonces, sólo espero que mis sueños formen parte de la conciencia de cada uno de los que hoy se llaman argentinos, y que esta triste voz que hoy se apaga dentro mío resuene como un eco en el corazón de mis compatriotas. Y entonces, guardo estas cartas, y digo hasta siempre.