miércoles, 18 de febrero de 2009

Amigos para siempre

Para Carlos Balsa Koch, mi amigo "el pingüino", para siempre.

Querido amigo, hoy me enteré de que a partir de ahora estarás en todas partes: en el aire, en la lluvia, en el azul del día, en los colores de las flores, y para siempre en la memoria, lo que ocurre es que me niego a vivir de recuerdos, aunque de aquí en más sea la única manera de hacerte presente. Querido “amigo para siempre”, nunca olvidé aquél juramento de aquella noche de juerga y juventud, donde el "para siempre" sonaba a eternidad, donde los finales parecían tan lejanos e imposibles como un continente perdido. Es cierto que en los últimos tiempos no estuve a tu lado, como también lo es que eso me produce un dolor sin remedio, que nunca te pude (ni podré) confesar, por miedo a que reprocharas mi abandono y yo no supiera qué decirte. Simplemente esa es mi repugnante forma de cobardía. Amigo para siempre, el "para siempre" fue demasiado para nuestro tiempo tan fugaz, y yo, que fui mayor que vos, siempre fui más tonto, y pensé que siempre había una página escrita detrás de la otra, y veo ahora que el libro quedó en blanco. Aquél príncipe dinamarqués se iría diciendo que lo demás es silencio, pero este silencio me aturde de absurdo, y saco cuentas de tus años, y son años que ya viví, y que vos no, y me culpo por quedarme, porque ese para siempre fue tan corto, amigo del alma, que no me dio tiempo de abrazarte, de dejarte una palabra, de escucharte y enredarme otra vez entre tus sueños, para poder encontrarte ahora en el aire, en la lluvia, en el azul del día, en los colores de las flores, y en cada risa y en tu voz que no se me borra y me sigue habitando. Ahora me queda el recuerdo vivo que pretende burlar a la ausencia, me queda la conciencia de la finitud y de la inmediatez, que me cortan como un cuchillo desafilado y penetrante, ahora me queda este silencio infame de vidrios rotos, y estas palabras que nunca habrás llegado a leer, aunque quizás ahora veas mi corazón desde todas partes, o al menos eso es lo me queda inventarme como absurdo consuelo poético. Ahora me queda tu interminable ausencia, y renuevo entonces aquel viejo juramento que hicimos de a dos, pero hacerlo solo no tiene sentido, y la ausencia se agranda, y el silencio sangra, y estas lágrimas no alcanzan, y te extraño, y las palabras resuenan como un tambor hueco, que hace ruido pero no habla, y te busco en el aire y en todas partes y sólo la tristeza me responde. Nada más que una simple frase se cae del juramento antiguo: desde ahora y desde entonces y hasta que dure mi siempre, te prometo la memoria tenaz que ahoga al olvido y vence a la muerte y a las páginas en blanco, “compañero del alma, tan temprano”.

Pilar, XVIII-II-MMIX, 16 hs.