viernes, 18 de septiembre de 2009

Nacer o no haber nacido

Un día cualquiera de hace ya demasiados años, a la última hora de una jornada cualquiera de trabajo, rutinaria, aburrida y estresante como tantas otras jornadas de trabajo de oficina, una compañera se me acercó a despedirse hasta el día siguiente, como todos los días. Pero esa vez no me dijo lo de todos los días, sino otra cosa que ahora intentaré reconstruir. Dijo: "Yo tengo por costumbre elegir una película para cada persona...", y demás está decir que me intrigó para dónde iría el discurso. Continuó: "Suelen ser películas que a mí me gustan, y que las asocio con esa persona por algo en particular". Me siguió intrigando, sin saber si hablaba en serio o saldría con alguna broma. Javiera, la compañera en cuestión, no era muy demostrativa, y por el contrario, a veces podía ser muy ácida atacando con la más mortífera de las armas: una inteligencia filosa como el borde de una hoja de papel. El gusto cinematográfico (y artístico en general) de Javiera siempre fue particular y exquisito, desde el viejo cine de historias bien contadas, hasta el cine independiente de pequeñas historias y poco diálogo. Por alguna razón, si bien yo respetaba mucho su criterio, nuestro gusto siempre se desencontraba, fundamentalmente cuando yo, torpemente, intentaba iniciar un diálogo sobre alguna película que a mí me había parecido grandiosa: Javiera la había visto y le había parecido un bazofia. Y para colmo esgrimía argumentos sólidos que me replegaban en un modesto y simple, "bueno, pero a mí me encantó igual". Por consiguiente que me planteara una cuestión alrededor de alguna película, casi podría decirse que me ponía en guardia como pretendido cinéfilo que soy. "Por supuesto que tengo una película para vos, y la dan esta noche por televisión, tenés que mirarla."
Caramba, ¿qué película me habría elegido?¿Cómo me vería mi ácida compañera? Ensayé alguna tonta humorada y pregunté si era la historia de un pobre hombre esclavizado en una oficina, sin horario de salida. "Se llama Qué bello es vivir", prosiguió, " no te olvides de verla, esta noche a las..." Y me dejó clavada la intriga, hasta el momento indicado, sin entender qué estaba haciendo yo a esa hora frente al televisor, buscándome en una película que alguien había decidido que tenía que ver con mi persona.
La película está acá abajo, por eso voy a ahorrarme contarla. Simplemente diré que quien no la haya visto, tendrá que hacerlo (no vean lo de abajo, ¡es el final!), porque es mi película, porque Javiera tenía razón. Es decir, no sé si seré tan bueno como su protagonista (francamente no lo creo), pero sí me pasaba y me pasa lo mismo que a él: quizás muchas veces no me doy cuenta de que en realidad todos influimos en la vida de otras personas, y hasta incluso lo hacemos para bien, pero somos incapaces de verlo, y en lo que a mí respecta, muchas veces se me ocurre pensar que el mundo no sería distinto, no sería peor de lo que es, si yo no hubiera nacido. Y sencillamente, a veces es maravilloso sentir que no es así. Esa noche lloré, como vuelvo a llorar cada vez que veo esta secuencia, porque Javiera se ganó mi corazón desde aquel día, y aunque andamos bastante desencontrados por la languidez del tiempo que nos lleva y nos trae, yo sé que a veces pasa por acá aunque no deja huella, y sueño con que esta vez lo haga, para que sepa, por si no se lo dije nunca antes, que "elegirme" esta película fue el regalo más bello que me hicieron, más allá de la hermosa película en sí, por el hecho de sentir que otra persona pudiera identificarla conmigo.
Hoy quiero regalarles esta película a todos ustedes, los lectores habituales y amigos a la distancia, los amigos de toda la vida, los alumnos y ex alumnos, los familiares, los hermanos, los goliardos que imaginé así, en plural, cuando comenzó este experimento sin rumbo, porque nuestra ruta es la de los descubrimientos. Hoy Goliardos en la ruta cumple dos años, porque un 18 de septiembre de 2007 salí a caminar por un sendero incierto y vacío, y ustedes lo habitaron y le dieron sentido a ese plural del nombre. Y hoy me hace feliz que estén los que están, compartiendo con generosidad y calidez cada uno de los torpes bosquejos que intenta esta mano vacilante.
Hoy me toca a mí hacerles este regalo, porque así como aquella vez Javiera me hizo sentir George Bailey, todos ustedes durante estos dos años han dado vida a esta casa con su magia milagrosa, esa que muestra esta escena inolvidable.
¡Qué bello es haber nacido!
Brindo junto a ustedes, entonces, mientras suena una campana y un ángel se ganó sus alas.