miércoles, 28 de mayo de 2014

El Hongo

Debería explicar, quizás, un silencio de más de dos años. Debería explicar, quizás, por qué de golpe y sin decir nada aparece este cuento que escribí hace más de un año. Debería anunciar, quizás, algunos cambios que en este tiempo estuve tramando para este espacio. Pero opto más bien, por dejar este texto colgado, como quien le encuentra un lugar a algo que hacía tiempo que andaba dando vueltas por ahí, y de paso, reabre y ventila un viejo cofre al que se dispone a reordenar, y así le da vida vida nuevamente. Dejemos entonces, que las palabras y los hechos hablen por sí solos ...





Que la historia hubiera copiado  a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es  inconcebible...

Jorge Luis Borges, Tema del traidor y del héroe

La historia que sigue es absolutamente falsa, pero como ya es sabido, eso es enteramente irrelevante. Digamos entonces que Yuri Mijailovich Rasskazchik había nacido en la lejana Petrogrado, algún tiempo antes de que pasara a llamarse Leningrado, allá por 1920.  Sus padres, un obrero y una jornalera anarquistas, sufrieron las persecuciones de los bolcheviques, razón por la cual Yuri debió pasar una infancia complicada, con permanentes traslados y mudanzas. Contando Yuri con apenas un año de vida, el matrimonio Rasskazchik, que había tenido participación activa en los movimientos obreros durante el levantamiento de Kronstadt, partió hacia Ucrania, donde participarían  más tarde de la experiencia makhnovista hasta su definitivo aplastamiento. El padre de Yuri,  En esa trágicas jornadas, Mijail,  su padre, fue fusilado por las fuerzas bolcheviques que enterraron para siempre el proyecto anarcocomunista en Ucrania y en los confines de la Unión Soviética. Su madre, Elena, regresa entonces a Petrogrado, adonde fallecerá unos pocos años después, a causa de su frágil salud quebrantada por las penurias del hambre, las luchas crueles, las pérdidas y las derrotas, cuando ya la ciudad llevaba el nombre del también fallecido padre de la revolución bolchevique. Será en ese mismo aciago año de 1925, cuando la trágica aunque breve existencia de Yuri dé un giro completo: su tía Irina lo lleva a presenciar la filmación, allí en Leningrado, de algunos exteriores de lo que terminaría siendo El acorazado Potemkin de Sergei Einsenstein. El impacto que produjo en el niño aquella filmación decidió el camino que adquiriría su vida, ya que se entregó con pasión al cine, como espectador, primero, y como estudiante años más tarde. A los diecisiete años tomó clases con el gran maestro que lo había introducido en ese maravilloso mundo, que en aquel universo revolucionario más que una fábrica de sueños era por sobre todas las cosas una herramienta revolucionaria privilegiada. Para los años siguientes del stalinismo, previos a la Segunda Guerra Mundial, Yuri se había formado como guionista y ya había intervenido en más de una producción, así como, a escondidas, como un designio de la sangre, se había formado en paralelo en las ideas anarquistas, a las que profesaba silenciosamente, en sutiles y crípticas metáforas y alegorías que se plasmaban en el montaje característico de la más pura cinematografía soviética. Algo de eso alcanza a verse en Surovov, película del año 1941 del gran Prudovkin, en la que Yuri Rasskazchik figura como colaborador en el guión.
Pero así como el lenguaje simbólico puede resultar eficiente a la hora de expresarse en un lenguaje cifrado, que a veces sólo puede ser comprendido años más tarde, el hecho de reconocer que el lenguaje artístico siempre tiene mensajes ocultos también lleva a los descifradores de claves a la desconfianza y al desarrollo de un arte augural mediado por la lente de aumento de la paranoia, especialmente en tiempos en que los enemigos de la revolución se esconden por todas partes, y a veces los peores son los que se disfrazan de amigos. Así es que Yuri no tardó en caer bajo sospecha, especialmente en los años del  comienzo de la Guerra Fría, posteriores al final de la gran conflagración europea. Desde ya, su pasado anarquista hereditario salió a relucir, y Yuri cayó definitivamente bajo sospecha ¿Qué destino podía caberle a un inminente enemigo de la revolución, en tiempos de purgas letales, que además era un promisorio guionista y seguro director de cine? Como en una profecía autocumplida, Yuri Mijailovich Rasskazchik huyó a Hollywood con la ayuda de algunos contactos en la Meca del cine que trataban de sumar aliados a la causa del “mundo libre” en su principal centro de propaganda. Yuri fue entonces recibido como un héroe, pero como si estuviera condenado a una auténtica maldición dinástica, como si un sino trágico pareciera condenarlo, no tardó en volverse sospechoso para los enemigos a los que su propia patria natal lo había empujado a servir. Corrían del otro lado del mundo, en el otro extremo de aquella gélida guerra, tiempos del macartismo, y era necesario andar con pies de plomo.
Como años antes le había ocurrido al gran inspirador de Yuri, el propio Sergei Einsenstein en su breve experiencia americana, las miradas desconfiadas del otro poder cayeron nuevamente sobre él. Rasskazchik tuvo entonces que hacer no pocos méritos para demostrar que se había convertido en un “buen americano” para no caer en las purgas censoras que el mundo libre proponía para liberarse del totalitarismo comunista que se camuflaba en supuestos amigos que terminaban resultando infiltrados para esta otra paranoia occidental. Es así que llegó a hacer una letra tan buena en sus escritos, llegó a demostrar tal fe de converso, que logró que le dieran su primera oportunidad como director y guionista. Y en realidad, al igual que en su etapa anterior, no era que él hubiera cambiado su credo, sino que lo seguía practicando de un modo críptico, sólo que ahora lo hacía en un medio quizás menos entrenado para las metáforas ideológicamente sutiles y exquisitamente artísticas. Fue así, entonces que llegó a concretar el proyecto de lo que sería su primera y única película: El Hongo. En principio, Yuri logró lo que muy pocos en aquellos tiempos y en aquél medio: la RKO le dio amplia libertad para la creación y la producción (que también correría por su cuenta) a cambio de un presupuesto increíblemente bajo para un proyecto muy ambicioso por otro lado, basado en los efectos especiales. Para este rubro Yuri contaba con un excelente equipo de miniaturistas y dibujantes, compatriotas emigrados y “disidentes” al igual que él, que trabajarían a un costo casi de esclavos en el país de la libertad. La jugada maestra de Yuri fue precisamente esa, en tiempos del apogeo del cine clase B y el surgimiento del “cine Z”. Rasskazchik tenía asegurada no sólo la posibilidad de filmar lo que se le antojase, sino que además contaba con una distribución asegurada por todo lo ancho y largo de los Estados Unidos, sin que la mirada de la censura y del temido Comité de Actividades Antinorteamericanas cayera sobre él, por tratarse la ciencia ficción de clase B de un género enteramente inocente, concebido para el entretenimiento más banal. La idea del guión parecía incluso a primera vista, una metáfora que alertaba sobre los peligros del comunismo, tal vez por eso, o quizás por cambios que parece haber introducido sobre la marcha Rasskazchik, pasó inadvertido el giro final que toma la historia.
El guión de El hongo era tan básico que puede resumirse a unas pocas líneas: en un pequeño pueblo del Sur de los Estados Unidos, un humilde aunque inescrupuloso granjero que cultiva hongos y algas alimentándolos con cierto tipo de fertilizantes que no debería utilizar, aspira accidentalmente una combinación de esporas que se sintetiza en su organismo como una nueva y poderosa variedad de hongo, pero que en principio no se detecta como lo que es. El nuevo hongo no tarda en invadir al hombre y desarrollarse rápidamente hasta matarlo, pero es confundido por su gran invasividad y por su morfología con un virulento cáncer de pulmón. Esta confusión provoca el descuido de los médicos del hospital, quienes en las horas posteriores a la muerte del hombre no se percatan de que el hongo es altamente tóxico y comienza a invadir al propio hospital, y en pocas horas al pueblo entero. Se trataba de hacer ver, mediante un sencillo montaje, a una mancha amorfa que silenciosamente se iba deslizando por el suelo, las paredes, los pasillos, las calles, y que iba matando a todo lo que se encontraba a su paso. La mancha micótica se iría transformando con el correr de las secuencias en una inmensa masa amorfa y silenciosa, que provocaría el terror cinematográfico con el sonido de los estragos que produciría gracias al trabajo visual de los miniaturistas: el sonido del hongo eran las maderas quebradas de las casas que el gigantesco monstruo devoraba aplastando a su paso, los gritos apagados de la multitud que le servía de alimento, los estallidos que la informe criatura ahogaba en su avance implacable. Al cabo de unos pocos días, el hongo comienza a esparcirse por el territorio norteamericano, de Sur a Norte, como si se empeñase exclusivamente en destruir a la cabeza del mundo libre. En el tiempo en el que torpes remedos de científicos pueblerinos tardan a darse cuenta de que se trata de una formación micótica, la extraña y desconocida hasta entonces forma viva, arrasa miles de kilómetros cuadrados, hasta que el asunto se transforma en una verdadera emergencia nacional. Hasta allí, nada que no sea previsible en este tipo de películas. Pero contra lo que se podría suponer, a partir de este momento no entran en acción los helicópteros, ni los tanques, ni los bombarderos del victorioso ejército de la gran democracia occidental, ya que se comprueba que el hongo se defiende lanzando grandes cantidades de esporas y gases venenosos cuando es atacado de manera violenta (a la vez que ello hubiera significado un aumento considerable del presupuesto).  Al cabo de algunas escenas de destrucción, pánico y desesperación masiva, un científico de acento extranjero, presumiblemente ruso disidente como el propio director-guionista-productor, descubre que sencillamente los hongos mueren pasiva y silenciosamente cuando se ataca su acidez con alguna sustancia que lo alcalinice, como puede ser, por ejemplo algún tipo de sal como el bicarbonato de sodio. La solución para la ficción es de tan bajo presupuesto como la película misma, aunque para esta altura hará falta producir una inmensa cantidad de un cóctel de sales para derrotar al gigantesco hongo asesino.
En el guión original, el héroe de la historia es un joven bioquímico del hospital del pueblo sureño, uno de los dos únicos sobrevivientes de la catástrofe original, quien a su vez salvó a la bella enfermera del hospital que le hizo caso y que es, a la sazón, la otra sobreviviente. El héroe, Mike (¿una críptica referencia nominal al padre de Rasskazchik e incluso al padre del anarquismo, Mijail Bakunin?), es ignorado por el ignorante populacho pueblerino cuando propone que se trata de un mega-hongo, y huye a tiempo del pueblo junto con la chica a buscar el auxilio de su maestro, que no es otro que el científico de acento ruso llamado Krischaszak, un claro anagrama del apellido del director. Mike y Helen (claro está, el nombre de la madre de Yuri), la enfermera, le muestran a la humanidad el camino de la victoria interponiéndose junto con el Profesor “Kris”, como lo llamaban familiarmente al profesor sus discípulos, en el camino del hongo asesino, estableciendo una “ruta ácida” por donde el hongo se dirigiría, y le cruzan en su camino una montaña de sales alcalinas que obliga al hongo a retroceder y darle la primera victoria de este modo al mundo civilizado de la humanidad occidental. El proyecto original terminaba con la batalla final, en la que en la construcción del gran dique de sales alcalinas que  se le antepone en el camino el gran hongo, muere el Profesor Kris sacrificándose por la humanidad mientras nuevamente Mike y Helen salvan su vida de milagro para que el mundo libre conozca las últimas palabras del Profesor Kris: “estamos rodeados de inocentes formas de vida que pueden mutar para transformarse en fuerzas enteramente destructivas. Lo que alimenta a estas fuerzas no es otra cosa que la corrupción del alma humana que no duda en destruir toda forma pura de vida con tal de alcanzar sus crueles objetivos.”
La película se estrenó en 1952 con este guión, y tuvo una modesta aceptación, aunque una oscura controversia condenó al olvido a su realizador y culminó con su promisoria carrera de director de cine clase B. Se dice que a lo largo del rodaje del film, el director y guionista fue introduciendo inexplicables y sustanciales cambios a la historia, y que esta había sido la primitiva intención del director anarquista ruso. En la versión del director se descubría los de las sales alcalinas, pero esto provocaba una maniobra especulativa en el mercado, y los precios de las sales se disparaban. Sin la necesaria intervención del estado, que nada podía hacer para frenar la especulación para no atentar contra la libertad de mercado, sólo los ricos podían pagar la sustancia que frenaba y mataba al hongo. De este modo la capacidad de adaptación y reconversión de la emprendedora burguesía capitalista norteamericana, le marcaba el camino al hongo, que destruía las poblaciones pobres e improductivas que encontraba a su paso, tierras que posteriormente se cotizarían a un altísimo precio, debido a que al cabo de unos años del paso del hongo esas tierras se fertilizarían hasta un punto impensado, por lo cual a la limpieza social y étnica que el higiénico hongo provocaría en principio, le seguiría un notorio negocio en bienes raíces que se transformaría más tarde en una explosión productiva de materias primas que fortalecerían a la industria norteamericana, que a su vez era fundamental para la supervivencia del mundo civilizado de la posguerra. El Profesor Kris se opondría enérgicamente a este plan, y arrastraría en su lucha por frenar el avance del voraz hongo capitalista a Mike y Helen, pero una hábil trampa puesta por los fabricantes de sales los llevaría a los tres al martirio, no sin antes dejar documentos que algún día se descubrirían y contarían lo que realmente había pasado. En esos documentos, estaban escritas las palabras del profesor Kris, que en este contexto adquirían otro significado completamente distinto.
Si bien Yuri pudo filmarla íntegramente, los productores ejecutivos de la RKO intervinieron el proyecto antes de su estreno, contrataron a un desconocido director norteamericano para que realice un nuevo montaje y agregue algunas secuencias adicionales y destruyeron las tomas sobrantes que había agregado Yuri. La película se estrenó con el nombre de este director, y Yuri figuró como guionista, siendo ésta una cruel y sutil manera de castigarlo, haciéndolo aparecer como un converso que había utilizado sus dotes alegóricas para ensalzar al capitalismo a través de una metáfora toscamente anticomunista. Luego de esto, se le ofreció un “trato humanitario”: se lo despediría sin hacer ruido de la RKO, aunque con una satisfactoria indemnización: una austera pensión de por vida en un lugar fuera de los Estados Unidos. Rasskazchik se vio obligado a aceptar este humillante trato a cambio de su propio silencio, que a su vez aseguraría que no lo entregasen al Comité de Actividades Antinorteamericanas, el cual seguramente lo hubiese deportado a la Unión Soviética, donde sin dudas habría sido ejecutado de inmediato. Así es que Yuri vivió el resto de su vida en el anonimato, en México, en un humilde departamento del Distrito Federal, a unas pocas cuadras de una biblioteca adonde dicen que acudía a leer libros sobre anarquismo todas las tardes, pero nunca jamás volvió a relacionarse con nada que tuviera que ver con el cine. Hay quien dice incluso que el mismísimo Luis Buñuel, durante su largo exilio mexicano, quiso tentarlo para que fuera colaborador suyo, a lo que Yuri se negó rotundamente. Es claro que si confirmaba la verdadera historia de El hongo, la RKO le hubiera retirado la modesta pensión. Aunque la RKO fue adquirida en 1958 por la Paramount, el trato se mantuvo incólume. Se contaba también que a veces lo atormentaba la idea de que si el caso tomaba cierta notoriedad Stalin lo mandara a asesinar como había hecho en su momento con Trotsky, salvando las distancias. Era una idea francamente ridícula, ya que nadie se enteró en Moscú de la existencia del hongo, y desde ya que en la guerra fría había otro tipo de preocupaciones más acuciantes que la propaganda capitalista que podría haber hecho un extemporáneo disidente anarquista a quien ya nadie recordaba y ni siquiera sabían ya de su existencia.
Sin embargo, la historia adquiriría un nuevo giro tras el fin de la guerra fría: poco antes de morir, en el año 1991, Yuri Rasskazchik le contó todo lo ocurrido a un nieto suyo historiador doctorado en la UNAM, hijo de una hija suya nacida en México, un joven de apellido Acevedo, y de nombre Miguel, como su bisabuelo anarquista. El ignoto e insignificante secreto, conservado como ningún otro durante la guerra fría, salía inesperadamente a la luz y cobraba inusitada notoriedad. Había incluso pruebas documentales inobjetables: la primera era el guión original de El hongo. La segunda prueba era el diario de Yuri, donde contaba paso a paso todas sus desventuras con la RKO, el trato, la humillación, el silencio. Miguel Acevedo se lanzó entonces, sin dudarlo, a revelar la historia a la prensa para rehabilitar la imagen de su abuelo y denunciar no sólo la crueldad del régimen caído, sino también la hipocresía del cruel capitalismo triunfante, que en nombre de la defensa de la libertad había arruinado la vida de un adelantado a su tiempo. Ya nadie quedaba vivo de la producción original de la RKO, tampoco la Paramount se preocupó mucho por desmentir algo que ponía en tela de juicio a la desaparecida compañía. No quedaban dudas de que la película era una potente alegoría contra el capitalismo que superaba a todas cuantas habían surgido con posterioridad a la época de las listas negras. Pero además Rasskazchik se revelaba ante los ojos del mundo como un precursor de grandes cineastas del cine clase B, como Roger Corman o John Carpenter. De pronto el viejo Yuri pasaba de ser un cobarde y oscuro traidor, a sus ideas, a su patria y hasta incluso a quienes lo habían cobijado en su traición, para ser un mártir del autoritarismo burocrático de una revolución que había traicionado sus propios ideales y del capitalismo hipócrita que había intentado erigirse como el adalid de la libertad. Una justa recompensa para un anarquista que sacrificó finalmente su vida a los dos poderes que se disputaron el mundo durante todo el siglo XX.
Hay, sin embargo, algo que nunca jamás, bajo ningún concepto, Miguel Acevedo, quien prepara su segundo libro sobre el tema (con el primero ganó lo suficiente como para vivir por el resto de sus días como un burgués respetable), nunca revelará, porque al descubrir la verdad definitiva comprendió que si la revelase no sólo traicionaría la memoria de su abuelo y su perfecto plan anarquista a largo plazo, sino que además perdería todo lo que el mismo Miguel había ganado como justa herencia de un abuelo que mostró su desprecio al capitalismo legándole a su nieto una vida de lumpen que puede gozar de la burla más refinada para el sistema al que verdaderamente había despreciado durante toda su existencia. Después  de todo, vivir de una mentira es absolutamente justo para quien había considerado toda su vida al capitalismo como el más mentiroso de todos los sistemas que pudieran haber existido en la historia de la humanidad. Y lo cierto es que la historia de Yuri era falsa, y eso es lo que Miguel Acevedo nunca va a revelar. Poco después de la muerte de su abuelo, Miguel Acevedo estuvo a punto de revelar la historia tal como la recibió de él. Pero algo, tal vez su formación académica o su simple instinto de historiador, lo hicieron dudar de unas cuántas cosas. Comprendió que no le parecía creíble la versión de la pensión vitalicia y el obediente silencio de su abuelo, que en efecto, nunca había existido, sino que se trataba de una original indemnización de la RKO, seguida de una pensión por invalidez que tramitó algunos años después en México. Seguidamente, sometió a peritajes (sin revelar de qué se trataba), al guion y al diario, para determinar la antigüedad que tendrían. El resultado fue sorprendente: el guion de El hongo databa presumiblemente de 1946, es decir que había sido escrito en inglés (lengua que Yuri había aprendido antes de refugiarse en los Estados Unidos) en la Unión Soviética. El diario, en cambio, se había escrito entre 1989 y 1992, y había sido “avejentado” con métodos caseros para amarillear sus páginas. Ambos estaban escritos, eso sí de puño y letra de la misma persona, Yuri Mijailovich Rasskazchik. Esa diferencia en las fechas le permitió a Miguel Acevedo comprender la verdadera construcción de la mentira de su abuelo: cuando Yuri decidió abandonar su país, ya tenía escrito ese guion para presentarlo en su país de refugio, pero claro está, nunca podría filmar esa historia  contra el capitalismo allí, y tampoco podría hacerlo en su país, en donde ese tipo de cine hubiera sido considerado una simple fantasía pequeño-burguesa que no respondía a la estética del realismo socialista que se planteaba desde las altas esferas del polit buró. La curiosa solución consistiría entonces en no filmarlo nunca, hacer una versión pervertida y amañada del guión original, para después crear la leyenda del filme prohibido cuando fuera el momento oportuno. Yuri, sabiendo que su película era imposible de filmar, decidió crear un mito paciente alrededor de ella, crear una película imaginaria, que seguramente sería infinitamente mejor de lo que hubiera sido la real. Filmó entonces la versión “B” de El hongo, y antes de culminar el rodaje se desvinculó del proyecto, quizás presionando con revelar el guion original, consiguiendo que la RKO lo indemnizara como si en realidad lo hubiese despedido, en una cantidad tan generosa como para poder comprarse un departamento de mala muerte en el DF, en donde no tendría dificultades en tramitar algún tipo de pensión en su carácter de doblemente refugiado. Cuando se presentara la oportunidad (que quizás tardó más de lo esperado), fraguaría el diario que sería la otra prueba de la historia, al menos para meterlo en ella a Miguel, su nieto historiador. Lo demás vendría solo: la lectura del guion, la comprensión de la importancia que podría tener la revelación, el saber que la película se adelantaba a su época. Miguel comprendió también que su abuelo sabría que él descubriría la falsificación como lo haría cualquier historiador medianamente entrenado, pero que también comprendería su plan de la película falsa e imposible, y el potencial que había en ella como multimillonaria estafa y consecuente burla al capitalismo al que Yuri había odiado durante toda su vida, más aún que al stalinismo que hubiera terminado ejecutándolo tarde o temprano si no abandonaba su país natal.
La Paramount no solo no se preocupó por desmentir el fraude, sino que en la actualidad desempolvó a la vieja película olvidada y se prepara para hacer una “versión del director”, con la ayuda de los medios electrónicos con los que hoy en día se cuentan, que seguramente será un éxito por el emotivo mito que arrastra en su falsa historia. Y mientras tanto, Miguel prepara su segundo libro, una biografía de su abuelo, un adelantado a su tiempo a la vez que un olvidado, que llevará por título El hombre que peleó contra todos, y ya negocia la filmación de la remake de El hongo, convertida esta vez sí en una superproducción.
Después de todo, como ya se ha dicho, que una historia sea falsa es algo absolutamente irrelevante, quizás gran parte de la historia humana lo sea, y eso no cambia al presente de ningún modo, quizás porque la Historia sea eso, sólo historias.



Alejandro Lunadei, 21.08 del 14/04/13, en Pilar.