Réquiem para Héctor Priámida: Lautaro descubre la literatura.
Cierro este extenso comentario de La Ilíada con una breve anécdota personal:
Cuando mi hijo Lautaro tenía unos cinco años, como cualquier niño de su edad, se negaba a irse a dormir temprano, estirando el tiempo hasta mi tardía llegada a casa. Se me pedían retos, pero claro que no podía, y entonces optaba por la negociación. Un día se me ocurrió decirle que si se iba a dormir le contaría un cuento, y pensando que se iba a marear con el relato, y se dormiría enseguida recordando aunque sea el título para el futuro, le dije que le contaría La Ilíada. No sólo no se aburrió, sino que estuvo a punto de hacerme pasar esa noche en vela, pidiendo más detalles. Lo convencí de que seguiría leyéndole (resumiendo) del libro, noche a noche, y así lo hice hasta completar los veinticuatro cantos que componen el poema, página por página, durante más de dos meses, cada noche. A partir de allí, no podía haber de mi parte nada que demorase mi llegada a casa, porque el relato lo atrapó tanto, que Lautaro no se dormía hasta que yo no llegara y le siguiera contando esa especie de resumen folletinesco. A lo largo de aquellas mágicas veladas al pie de la cama infantil, Lautaro fue tomando partido por los aqueos, vio en Aquiles a un superhéroe más imponente que los de la televisión, conoció a los otros héroes uno por uno, combatió junto a ellos, y forjó un odio puntual hacia Héctor, el enemigo mayor. Y también, a lo largo del relato, se fue haciendo preocupante para mí llegar al momento de la muerte de Héctor, que me resulta particularmente tremendo. Pero como no quería deformar a lo Disney la historia, decidí no ahorrar detalles, llegado el momento. Mientras tanto, lo preparé a Lautaro, y le fui preguntando si él quería que a Héctor lo mataran. Como todo el mundo sabe, los niños son sumamente crueles, y Lautaro no era la excepción, su deseo de "ver" correr la sangre de Héctor rozaba lo inhumano.
Cuando el momento llegó, pensé que la sangrienta muerte del héroe regocijaría al niño, y entonces le conté todo: le conté del temor de Héctor, tan humano, de enfrentar a su terrible enemigo Aquiles. Le conté las dudas de Héctor, que en su miedo humano no quería mostrarse huyendo delante de los suyos. Le conté de los ruegos desesperados de sus padres y esposa, suplicando desde las torres de la fortaleza que ingresara a la ciudad y se protegiera, que no esperara en las puertas la llegada de Aquiles a enfrentarlo. Y le conté cómo Héctor huyó ante la cercanía de Aquiles, hasta dar tres vueltas completas alrededor de la ciudad. Y entonces le expliqué que el destino de Héctor era morir, que Zeus lo comprobó desde el cielo, y que quiso impedirlo. Y le conté cómo la cruel Atenea no lo dejó, y entonces Zeus tuvo que ceder, y la diosa bajó del cielo, y engañó a Héctor tomando la forma de su hermano Deífobo, y Héctor confió en que entre ambos podrían enfrentar a Aquiles, y se detuvo, y comprendió el engaño divino, y finalmente enfrentó a la muerte con dignidad, dispuesto a pelear. Y le conté que Aquiles clavó su lanza en la garganta de Héctor con pasmosa facilidad, jurándole que humillaría su cadáver ante la vista espantada de los suyos. Y aunque Héctor antes de morir le haya vaticinado al propio Aquiles su próxima muerte a manos de su hermano Paris, Aquiles, enceguecido de odio, apuró el final del héroe, perforó los tendones del cadáver, los transpasó con una correa, ató el cuerpo a su carro, y lo arrastró ante la vista horrorizada de sus seres queridos, tantas vueltas alrededor de la ciudad, como había dado Héctor en su única y última huida. Todo eso se lo conté a mi hijo, con esa promesa autoimpuesta de serle fiel al texto homérico.
Pero la reacción de Lautaro no fue la esperada: al cabo del relato se produjo un profundo silencio, y le pregunté si estaba contento con la muerte de Héctor. La respuesta fue el estallido de un llanto angustiante y desconsolado que quebró el silencio con un dolor incontenible, que lo llevó a preguntar por el hijo, la esposa, la familia. No sabíamos qué decirle (por suerte la madre estaba conmigo), ya que Lautaro había visto lo mismo que yo, el problema es que no lo podíamos consolar, y tuvimos que repetirle hasta el hartazgo que todo era mentira, que sólo era literatura.
Pero claro que el chico había entendido perfectamente lo que tenía que entender: la literatura es más verdadera que nuestra propia existencia, para empezar, porque sobrevive a los siglos, mientras nosotros somos pasto para las fieras del olvido.
Cuando el momento llegó, pensé que la sangrienta muerte del héroe regocijaría al niño, y entonces le conté todo: le conté del temor de Héctor, tan humano, de enfrentar a su terrible enemigo Aquiles. Le conté las dudas de Héctor, que en su miedo humano no quería mostrarse huyendo delante de los suyos. Le conté de los ruegos desesperados de sus padres y esposa, suplicando desde las torres de la fortaleza que ingresara a la ciudad y se protegiera, que no esperara en las puertas la llegada de Aquiles a enfrentarlo. Y le conté cómo Héctor huyó ante la cercanía de Aquiles, hasta dar tres vueltas completas alrededor de la ciudad. Y entonces le expliqué que el destino de Héctor era morir, que Zeus lo comprobó desde el cielo, y que quiso impedirlo. Y le conté cómo la cruel Atenea no lo dejó, y entonces Zeus tuvo que ceder, y la diosa bajó del cielo, y engañó a Héctor tomando la forma de su hermano Deífobo, y Héctor confió en que entre ambos podrían enfrentar a Aquiles, y se detuvo, y comprendió el engaño divino, y finalmente enfrentó a la muerte con dignidad, dispuesto a pelear. Y le conté que Aquiles clavó su lanza en la garganta de Héctor con pasmosa facilidad, jurándole que humillaría su cadáver ante la vista espantada de los suyos. Y aunque Héctor antes de morir le haya vaticinado al propio Aquiles su próxima muerte a manos de su hermano Paris, Aquiles, enceguecido de odio, apuró el final del héroe, perforó los tendones del cadáver, los transpasó con una correa, ató el cuerpo a su carro, y lo arrastró ante la vista horrorizada de sus seres queridos, tantas vueltas alrededor de la ciudad, como había dado Héctor en su única y última huida. Todo eso se lo conté a mi hijo, con esa promesa autoimpuesta de serle fiel al texto homérico.
Pero la reacción de Lautaro no fue la esperada: al cabo del relato se produjo un profundo silencio, y le pregunté si estaba contento con la muerte de Héctor. La respuesta fue el estallido de un llanto angustiante y desconsolado que quebró el silencio con un dolor incontenible, que lo llevó a preguntar por el hijo, la esposa, la familia. No sabíamos qué decirle (por suerte la madre estaba conmigo), ya que Lautaro había visto lo mismo que yo, el problema es que no lo podíamos consolar, y tuvimos que repetirle hasta el hartazgo que todo era mentira, que sólo era literatura.
Pero claro que el chico había entendido perfectamente lo que tenía que entender: la literatura es más verdadera que nuestra propia existencia, para empezar, porque sobrevive a los siglos, mientras nosotros somos pasto para las fieras del olvido.
Varios años después, a los 16, Lautaro sintió la necesidad de leer por su cuenta La Ilíada para ver si le seguía gustando, y claro que le gustó más, le encontró detalles que mi resumen había pasado por alto, investigó y comprendió varias cosas adicionales. Cuando se estrenó la película Troya salió indignado del cine, bramando por todo lo que la adaptación hollywoodense había dejado en el camino (claro que a mí me pasó lo mismo). Actualmente, a sus actuales 21, la edición de Verón que ilustra la primera entrega de esta serie, está en su mesa de luz, y va por su segunda lectura: ahora me corrige detalles a mí que tienden a escaparse de mi memoria.
Y entonces, hoy te puedo decir, hijo mío, que no llores por Héctor, porque ahora podés entender que nunca murió: Aquiles (quién también es eterno porque nunca existió) le dio la inmortalidad para que yo pudiera contártelo, porque los griegos descubrieron muy temprano que la literatura es más grande que la vida. Será por eso que en este momento el mismo libro que ilustra este texto está en tus manos, para que vuelvas a leerlo una y otra vez, para que seas un eslabón más en la cadena de narradores que transmitieron la epopeya troyana, para que sus hechos queden resonando eternamente en la memoria de los hombres. Al menos, hasta que los caprichosos dioses dispongan lo contrario.
Y entonces, hoy te puedo decir, hijo mío, que no llores por Héctor, porque ahora podés entender que nunca murió: Aquiles (quién también es eterno porque nunca existió) le dio la inmortalidad para que yo pudiera contártelo, porque los griegos descubrieron muy temprano que la literatura es más grande que la vida. Será por eso que en este momento el mismo libro que ilustra este texto está en tus manos, para que vuelvas a leerlo una y otra vez, para que seas un eslabón más en la cadena de narradores que transmitieron la epopeya troyana, para que sus hechos queden resonando eternamente en la memoria de los hombres. Al menos, hasta que los caprichosos dioses dispongan lo contrario.
"...y así fueron los funerales de Héctor, domador de caballos."
FIN
20 comentarios:
El relato contado con tiempo llega enternecer más (mucho más) que la primera vez.
Llendo a lo doctrinario, me encanto como resumio esa definicion de la inmortalidad de la literatura. Asi de ironico me parecio cuando Helena dijo que serian recordados por muchos siglos más como quienes llevaron a Troya a la perdición (me resulta extremadamente divertido). Sigo opinando que debería ser director, aunque sea un mini-clip de la Iliada.
Hace unos 40 minutos nos acabamos de ver en el salon, y aunque no hablamos de literatura siempre esta impregnando conocimientos. Profesor de Literatura, de Historia, Actor, potencial director y futuro escritor (hablando en el sentido de publicar un libro). Por favor, tendría que publicar algo YA, estoy en un momento de indignacion fatal por absorber las obsenas publicidades del super-nuevo-libro-de-Cumbio.
Bueno, me desvie del grandioso Hector. Creo que deberia re-leer esa muerte fatal, ya sabe que a la altura que lo leimos tuve que apurar el paso. De todos modos ya lo habia retomado cuando terminamos el integrador de Lengua, no mucho porque quedaban los otros. Pero es una pildora de relax antes de tomar 100 años de Soledad, y en esta ocasion si pude conseguir la edicion especial (notese que me quede con ganas del Quijote).
Bueno, mejor repaso, nos vemos luego espero.
Maravillosa reflexión final.La literatura nos sobrevivirá, a todos, y somos herederos y depositarios de un saber lejano que debemos legar a los que van llegando. Me has emocionado mucho, mucho, amigo mío...
Pero por supuesto que me gustó! es mas, hasta te diría que decir que La Ilíada es solamente para varones por el tema que mencionaste vos sobre lo bélico y violento, sería una mentira.
Leí el comentario de April sobre el libro de Cumbio, Dios mio! cada vez sostengo mas mi teoría diciendo que hay gente que expresa muy bien sus palabras(deciles escritores o como mas te guste), no publican nada por diversos motivos y la verdad que me apena muchísimo.
Bueno, eso fue al márgen, ahora está demás decirte que voy a entretenerme con el reproductor que tenés acá en el blog de esta banda que nos gusta y voy a comprarme el dvd original de OK Computer por $20. Si, escuchaste bien, es un regalo el precio jaja.
En fin, escribí bastante ya.
Que tengas un buen jueves profe!
Tal vez me asdelanté en mi comentario anterior...pero tenía el recuerdo imborrable de las lágrimas de mi goliardito. Hermoso recuerdo de La Ilíada y de el pasado vivo. Un beso grande y abrazo enorme!
Una belleza, este final. Muchas gracias, Goliardo y un gran abrazo.
April querida, si hay algo que tiene de malo leer "para el colegio" (siempre lo admito), es tener que leer bajo presión. Y sí, recuerdo que el año pasado leímos La Ilíada para fin de año, y la presiómn era mucha, y el disfrute en esas condiciones es poco. Quizás por eso, aprovecho para referirme a La Ilíada desde este rincón, que puede ser la diferencia entre hablar algo dentro del trabajo y hablarlo en una mesa de café.
Te agradezco todos tus elogios, y todos los "gargos" que me adjudicás (todos me agradan, claro), y con respecto a lo de Cumbio... y sí, una nueva muestra del alto grado de idiotez que nos invade, pero ¿qué se puede hacer si eso vende? Claro que no deja de ser indignante por un lado, yo, por mi parte, me imagino a los profesores de la alumna Cumbio, y creo que me salvé de esa experiencia de ser profesor de una celebridad de la nada, ya que la chica, que no deja de ser una adolescente más, se debe sentir muy importante, y si yo la tuviera como alumna, me sentiría obligado a demostrarle que simplemente no es nadie, que no hizo nada importante y que la fama vale cuando es consecuencia de algo meritorio, si no, ya lo decía el tango hace muchos años, "la fama es puro cuento". En fin, April, se nota que se terminaron las clases, y que estoy extrañando nuestras charlas entre el aula y el recreo ¡Felices vacaciones! Te mando un abrazo enorme y espero que sigamos dialogando a través de los blogs.
PD: Me alegro de que ya estés preparada para Cien años de soledad (Cien años de vos), y espero que te guste. Conseguiste una muy buena edición, ya te prestaré la del Quijote. Otro abrazo.
Gracias Marisa, es así como decís. Y esto se relaciona con aquello que comentábamos en tu blog: la lectura necesaria de los clásicos. La literatura se alimenta de la literatura, y nosotros somos su instrumento. Y es maravilloso que así sea. Te mando un abrazo, mientras doy los toques finales a tu regalo.
Flora, qué bueno que te encuentres vos, mi ex alumna, acá con April, mi actual alumna del Modelo. Es una forma de ver como el humilde trabajo de uno circula entre gente que se vincula a través de las lecturas, sin conocerse. Entre las dos me van a convencer de que mi teoría de género está equivocada, y en estos casos, me encante equivocarme.
Pasame el dato del dvd de Radiohead (¿se consigue en cualquier parte?), así le doy una sorpresa (que después compartiré) al protagonista de este post. Y, sí, así somos los "creeps". Un beso grande.
Madre hermosa e incondicional, es cierto que te adelantaste, pero es inevitable, estás siempre en mi misma sintonía y sabés lo que pasa por mi cabeza antes de que pase. Se podría decir que me conocés como si me hubieses parido. Igual, me encantó tu infidencia inocente, adelantate todo lo que quieras, después de todo, siempre fuiste una visionaria. Te adoro, y ahora que el trabajo afloja, espero abrazarte pronto. Mientras tanto, te mando mil besos virtuales, y después te llamo.
Querida Bel, me alegra que te haya gustado este final, protagonizado por ese lindo niño que supo ser mi hijo (que claro que hoy es un maravilloso joven). La Ilíada es parte de su vida, y por suerte, algo que forma parte de nustra historia de padre-hijo. Y eso me lleva otra vez a la reflexión final del post.
Mientras tanto, tu regalo compartido se acerca, y me reservo para tu próximo comentario. Un abrazo de corazón.
Cuando a todas las niñas le regalaban " mujercitas " mi abuelo cometio la hermosa locura de regarlarme " La Iliada " .
Excelente
Que bello eres Goliardos...
Encantadora ventana has abierto, te imagino leyendole a tu niño por las noches y hasta se estremece el libro sobre la mesa...
Un abrazo grande.
Ana Gabriela:
Bienvenida a esta casa, con la magia de esta bella coincidencia a cuestas. Desde ya, me emociona profundamente comprobar que el hechizo se irradia desde la época dorada, y entonces, efectivamente, la literatura se vuelve una hermosa herencia milenaria. Me resulta maravilloso que nos encontremos en estos viejos y entrañables hechizos. Ojalá que se repita, entre tanto te mando estos mil abrazos.
Gracias Charlotte por compartir este gratísimo recuerdo. La Ilíada me transformó en narrador de cuentos para ese niño, como antes lo había sdio mi abuela para mí. Amaba esa ceremonia que me marcó, y fue hermoso repetirlo en mi hijo. Creo que habría que añadir a la lista de "plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro" el "contarle un cuento a un niño".
Siempre iluminás con tus palabras la luz ténue de esta cueva de goliardos. Un gran abrazo.
Si si, te paso el dato: yo lo vi hará dos o tres domingos en musimundo a $20 como te comenté antes, quedaban varios asi que seguro tenés suerte.
Me pareció baratísimo asi que invertiré en ellos para pasar alguna noche con su música.
Un abrazo y buen finde!
Una vez más no puedo pararme a leer los comentarios porque no puedo contener la emoción de lo que acabo de leer y sé que la emoción es propia. Por ello dejo para después leer las emociones y los pensamientos de tus contertulios a los que igualmente leo con suma atención.
La cuestión es que no sé si te lo propondrías desde un principio o es fruto de mi lectura, pero cuando decides contarle la muerte de Héctor sin obviar los detalles, empiezas a transmitirle valores fundamentales. La compasión por ejemplo. Esa virtud de ponerte en la piel del otro, del sufrimiento ajeno. Y bueno...que he sentido lo maravilloso que es compartir con un hijo una historia como ésta, sabiéndolo hacer.
Preciosa lección de amor.
Un abrazo para ti y tu jijo.
Media Luna, es cierto que en perspectiva, con el paso de los años, esa lectura le dejó a mi hijo Lautaro valores, y aprendió lo que es la compasión y por qué no, también la crueldad. Pero en ese momento me sentí un toturador, pobre mi pequeño, lloraba con tanta angustia que me asusté. Pero por suerte, hoy que es más alto que yo, esa experiencia es imborrable para los dos, que la seguimos compartiendo día a día.
Gracias por tu visita, por tu mirada siempre tierna y tus palabras cálidas. Un gran abrazo desde estas Pampas primaverales.
Flora: ¡Gracias por el dato, ya voy por él!
Buenísimo. Sabes qué? yo tengo varias deudas pendientes con la literatura. Exceptuando un libro de obras completas de Poe y algunos mas que son contados con los dedos de una mano, nunca fuí de leer demasiado. Digamos que en mi escala artística antes están la música y el cine. Aunque te aseguro que hubo mucha música y muchas películas que me dejaron miles de enseñanzas. De todas formas me gustaría ubicar a la literatura en los primeros lugares. Pero bueno son momentos, capaz algun día me llegue el amor supremo por el género. Justamente ahora estoy por empezar a leer un libro que me prestaron. EL LOBO ESTEPARIO, de Herman Hesse. Me dijeron que conociendome a mi me iba a gustar mucho. No es muy largo así que en una semana te cuento jeje. Me quedo con la frase ¨La literatura es más verdadera que nuestra propia existencia, porque perdura por los siglos de los siglos, mientras que nosotros somos pasto para las fieras del olvido¨ TREMENDO.
Buenaza, un hurra por Lautaro.antes de que llegaras a la reacción de Lautaro, yo presentia que esa sería su reacción. Los niños a veces son crueles, pero más veces son inmensamentes buenos, impresionables.
Que buena forma de enseñarle la lectura.
Yo me inicie en la lectura con las colecciones de "Selecciones" de la decada del 40 de mi abuelo.
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