martes, 19 de agosto de 2008

No sé por qué ...


[Continuando con este ciclo relacionado con viajes, aquí va un borrador de una historia dispuesta a continuar, en cuanto se pueda. Me anda rondando desde hace un par de años]

...o más bien porque lo sé exactamente, cada vez que me voy de vacaciones me acuerdo de mi papá, lo cual asegura que lo recuerde al menos una vez al año; y entonces, prodigio de la memoria selectiva y fragmentaria, me vuelven las imágenes más bellas del tiempo que pasamos juntos, lo extraño y me pregunto por dónde andará, me imagino por dónde andará, y vuelvo a recordarlo de viaje, al volante, o abriendo la ventanilla de un tren para respirar el paisaje, o bajándose ansioso, arrastrándome de la mano, en una terminal de ómnibus para ir al baño, o esperando el equipaje en la cinta de un aeropuerto con su plano de la ciudad entre los dedos. Mi papá viajó de todas las formas posibles, de todos los modos posibles y medios disponibles, aunque soliera decir que le faltó el camión de hacienda con animales. Papá es viajar, es el acto mismo de viajar, su padre lo había subido por primera vez solo a un tren a los siete años para que aprendiera a viajar y manejarse por sus propios medios; mi abuelo decía siempre que a él lo habían mandado desde Italia solo, en una barco, a los doce años, a ver entonces si papá no podía viajar hasta Adrogué a visitar a sus abuelos. Papá le cobró a los catorce años la enseñanza, colándose con un amigo en un tren de carga en donde los encontraron casi un día después en Santa Fé de la Vera Cruz. Lo de Vera Cruz fue lo que siempre había intrigado a papá desde años antes. No pudo ver mucho de la ciudad, ya que allí, luego de darles un buen susto, los mandaron de vuelta para Buenos Aires. Pero verdaderamente a papá no lo asustaron mucho que digamos, porque a los quince ya se las arreglaba para viajar de alguna forma económica, mintiendo vacaciones con amigos mayores con quienes viajaban hasta un punto para después hacer dedo hasta lo más lejos posible. Una vez nos contó, manejando en una ruta, claro, que a los dieciséis pasó por Mar del Plata especialmente para comprar unas cuantas postales para enviarle cada dos días a su pobre madre, a quien la había tranquilizado diciéndole que iba a un encuentro de jóvenes cristianos, que realizaban tareas de recreación espiritual y de caridad (la anécdota incluía a un tercero que enviaba las postales previamente escritas con sello postal marplatense). Pero a Mar del Plata la devoraba en tres días a lo sumo, y luego le quedaba la costa hasta Bahía Blanca, punto recomendable para volverse con ganas de haber seguido un poco más allá, porque siempre tiene que quedar algo por conocer, sólo para querer volver en otro momento. Y papá siempre volvía, y aún ahora sé que si hay lugares a los que no pudo volver, él está convencido de que va a hacerlo en algún momento.
Ahora me toca a mí continuar el rito, pero no sé por qué, no me siento a la altura de las circunstancias. Es el kilómetro cero, me acompaña mi mujer, me acompañan mis hijos, me siento papá, pero no soy él, y eso debe ser lo que me incomoda. Soy yo, soy Julio, soy sedentario, adoro la ciudad, vivo en un departamento que es lo suficientemente cómodo para mí y la familia. Tengo un buen trabajo y un auto nuevo al que uso precisamente para ir trabajar. Y me fastidia manejar en el tránsito de la ciudad. Me gustaba más cuando iba en subte, el subte sí que es cómodo. Y rápido ¿Qué carajo estoy haciendo manejando este auto hasta Puerto Madryn si la ruta siempre me aburrió? ¿Por qué mi hermana tenía que venir a mudarse justamente a Madryn? Y para colmo tenía que seguirla mi vieja. Y ahora amos a recibir el año nuevo del 2000 allá, y esto me costó semanas de discusión con Coty, que ahora se patea la cara, todavía de la bronca, porque los padres querían alquilar una quinta, y qué tiene de especial, me preguntó yo festejar el 2000. Pero es mi familia, y tengo cuestiones pendientes. Y los pibes, en el asiento de atrás están insoportables, ya están inquietos. Tengo que calmarme, es apenas el kilómetro 0. Tengo que ser papá, manejando mientras contaba historias de otros viajes para que la ruta no se hiciera larga. Y lo conseguía, las historias de viaje de papá eran fabulosas, porque viajar había ido cambiando con el tiempo, y por supuesto que papá tenía una historia para cada época, para cada modalidad de viaje, para cada modelo y estado de auto. Pero a mí manejar no me gusta, y me quedan como veinte horas por delante. Conducir es para mí un acto casi reflejo, pero en el que hay que mantenerse demasiado alerta, que de alguna manera me pone tenso, sobre todo por atender a lo que hacen los otros, y no me puedo relajar. Sí lo hacía, en cambio, cuando no conducía yo, sino papá, entonces miraba el paisaje. Ahora no lo puedo disfrutar, y tampoco puedo entender cómo puede haber gente que describa paisajes que apreció mientras conducía ¿Por qué no fuimos en micro, entonces? Era más caro, definitivamente, cuatro pasajes ida y vuelta. Pero sé que no es esa la razón, aunque no se lo diga a Coty por no dar el brazo a torcer, pero si no llevaba el auto, seguro que íbamos a ser rehenes de mi cuñado, que iba a insistir en llevarnos a donde él quisiera. “El auto nos da libertad”, le dije a Coty como si me muriera por manejar en vacaciones, como si yo fuera mi viejo, “nos quedamos unos días y hacemos la nuestra”, y agregué lo del costo. Es lo único que le pude arrancar, y quizás aceptó porque, desde ya, se lo tuve que plantear como un verdadero fastidio, aunque después de todo, hace cuatro años que no paso una fiesta con mi vieja y con mi hermana, y después de todo, todas esas fiestas las pasé con los padres de Coty, por no adelantar las vacaciones y agarrar el auto e irme a pasar las fiestas lo más lejos posible, como hacía papá. Y vuelvo a pensar en él, será porque me gustaría saber dónde va a pasar mi viejo el año 2000, será porque lo extraño o lo quiero. Puede ser, pero no tiene remedio, está loco o no sé, pero no le importamos, y por eso mi vieja se merece que una vez en la vida pueda pasar el año nuevo del 2000 con sus dos hijos, como ella quería. Se lo dije a Coty, y ella terminó aceptando, pero me va a costar una cara de culo de mil quinientos kilómetros de largo. Y los pibes están insoportables. Coty los reta, no sé qué prefiero. Me callo y manejo. El camino es simple, el auto está en condiciones, me concentro, el viaje es demasiado largo y apenas empieza, estamos llegando a la General Paz. Después buscaremos el empalme con la Ricchieri, después, iremos para Ezeiza a empalmar con la ruta 3, después, 1300 kilómetros derecho hasta Madryn. Ezeiza…¿Porqué no fuimos en avión? Cierto, es más caro, y salen de Aeroparque. No sé por qué pienso las cosas que pienso. No sé por qué sigo pensando en papá.

3 comentarios:

Alicia M dijo...

Querido Ale. Hermoso el comienzo de este viaje!! Me dejaste esperando el desarrollo futuro. Es interesante también el factor hereditario, o psicológico de por que hacemos a veces cosas que no pensábamos o queríamos hacer! Me hiciste pasar muy lindo momento poniéndome en el lugar del conductor! Un beso...y espero la continuación...

Anónimo dijo...

Madre Goliarda y lectora ideal oficial:

Siempre das en el clavo, la idea es ir viajando con el personaje, claro que sí, y me encanta que viajes con él. La historia se va tejiendo con el viaje. Y sigue. Adelanto que el padre se está yendo para otro lado, también va a estar pensando mientras maneja, con la segunda esposa al lado. Y van a recorrer el país mientras se van desencontrando y encontrando contando su pequeña y particular historia familiar (cruzan cartas, mails, llamados telefónicos). Una simple y compleja trama afectiva que irá a parar a mi soñado Puerto Pirámides. Creo que está buena para ir tirando por entregas, sobre todo si mi lectora ideal se suscribe a la historia.
Promeo continuación, ni bien pueda. Besotes.

Unknown dijo...

...Está muy interesante y bien contada...sos un capo, Goliardo mayor. Te dejo un abrazo infernal, indescriptible.