lunes, 13 de abril de 2009

La familia Lunadei: Roma-Buenos Aires, ida.

Como ya he dicho, la historia real que me dispongo a contar, no tiene aún escrito el final de su primera parte, la resolución de su primera trama. Por consiguiente, no quiero adelantarme por algún tiempo a lo que pudiera ocurrir. Pero por otro lado esta historia tiene una prehistoria, un largo capítulo 0 que se remonta a los orígenes de mi escasa familia paterna, un núcleo familiar de inmigrantes italianos que como algunos otros llegó a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, en 1950. El núcleo familiar que emigró desde Roma a Buenos Aires era básico: mi padre, Giovanni Marcello, según rezaba su partida de nacimiento, quien para su familia, incluidos sus hijos, siempre fue Gianni; mi abuelo, Emilio Lunadei, el ser más honesto, luchador y bondadoso que he conocido en toda mi vida, y Ada Cerroni, una hermosa y seductora mujer de alta y robusta figura, de carácter fuerte y conflictivo, aunque solapado. La familia de Emilio, los Lunadei, era de origen humilde. Él nunca me contó nada sobre su familia, sólo sé que había trabajado con tesón desde su infancia, porque a muy corta edad había perdido a su padre y a su madre. Nació en 1906, por lo tanto, tenía 8 años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Aún hoy no tengo idea si la muerte de sus padres tuvo algo que ver con la guerra, pero según mis cálculos, si mi abuelo trabajó desde niño, debe haberse quedado huérfano por aquellos años. La familia de Ada, mi nonna, tenía un origen aparentemente aristocrático, aunque por lo que deducimos, venido a menos, y hasta incluso, por lo que parece, de una rama bastarda. Mi abuela solía hacer alusión a esto con orgullo, pero ocultando o borroneando los detalles que la alejaban de títulos de nobleza que quizás su familia había ostentado, y quizás perdido. Creo que el padre de Ada era el hijo bastardo de un noble que "indemnizó" a la mujer (aparentemente mucama) a la que embarazó, otorgándole una pensión de por vida y todo lo que el hijo necesitara, exceptuando claramente cualquier aspiración a herencia de títulos nobiliarios (si esta no era la historia del padre de Ada, lo era de su abuelo). Los cambios políticos echaron por tierra esos títulos, pero claro que no ese espíritu aristocrático que siempre pervivió en Ada. Por lo pronto, a papá lo llamaba "il principeto", no metafóricamente, sino aduciendo su supuesta sangre azul, y haciéndoselo saber. El padre de Ada (hoy mi memoria pierde por completo su nombre), mi bisabuelo, se casó con una mujer llamada Adelle, mi bisabuela, a quien sí conocí de niño, siendo ya muy anciana y enferma de arterioesclerosis. No es un personaje al que recuerde con cariño. Tampoco lo hacía papá. La cuestión es que el padre de Ada fue combatiente italiano en la Primera Guerra Mundial, y según creo tuvo tres o cuatro hijos: un varón que murió de pequeño, quizás durante la guerra, una hermana mayor, fallecida joven, Ada y Bruna. Según creo recordar, mi abuela contaba que la hermana mayor se encargaba de llevar todos los días a ella, a Bruna y quizás al más pequeño, a la escuela todos los días; los vestía, les daba de desayunar, y al menor, en el apuro, le ponía a veces los zapatos al revés, y entonces él se quejaba de que le dolían los pies, caminaba lento y lo reprendían porque llegaban tarde a la escuela. Uno de los recuerdos más felices de la infancia de mi abuela es que en ese camino ella se demoraba un poco a zigzaguear en la columnata de Bernini, en la Plaza San Pedro, que quedaba de pasada en el largo camino a la escuela. Vi fotos que me mostró mi abuela, de las que ahora desconozco su destino, en las que se veía a mi apuesto bisabuelo en una carpa de campaña en algún lugar del frente de batalla. La ausencia de mi bisabuela en el cuidado de sus hijos, parece haberse debido a sus no convencionales ocupaciones para sobrevivir: según contaba papá, Adelle era casamentera en pueblos del interior, contactaba a mujeres adineradas pero no muy agraciadas y las conectaba con apuestos hombres humildes de Roma. Según papá, también tenía buenas aptitudes para regentear prostitutas, le gustaba el dinero, era codiciosa, un poco bruja, y también jugadora empedernida. En síntesis, la Celestina del gran Fernando de Rojas era una verdadera prefiguración que le encajaba como un traje a medida. Sumémosle a esto sus modos poco elegantes y desagradables que definitivamente aterrorizaban a papá de niño: él contaba que cuando paseaba tomado con ella por las calles céntricas de Roma, ella lo tomaba muy fuertemente con su mano fuerte y huesuda como una garra (que yo mismo años después experimenté), y de pronto lo apartaba un tanto, abría las piernas, y orinaba muy tranquilamente parada en la calle. Papá agregaba al relato su vergüenza y lógico asco, ya que en el frío invierno romano, no podía terminar de cubrirse de las salpicaduras del tibio orín de su abuela (no hago más que reproducir la anécdota casi en los propios términos en los que la contaba papá). MI bisabuelo, el esposo de Adelle, volvió de la guerra y llegó a viejo. Mi papá siempre insistió en que sus dos abuelos maternos vivían en su casa, cuando él era niño, y que un día el abuelo se encerró en el baño y se disparó un tiro en la boca. Él dijo haber escuchado la detonación y haber visto la reacción familiar, aunque no a su abuelo muerto, y a pesar de que le dijeron que había muerto de un ataque cardíaco, él recordaba perfectamente aquel sonido fatal. Muchos años después, mi propio padre eligió esa misma manera de quitarse la vida.

Fuera de toda esta mezcla de pintoresquismo y tragedia que tuvo la historia de Ada y mi padre, hay que agregar la militancia política de mi abuelo Emilio en el Partido Comunista Italiano en tiempos de Mussolini. Algo de toda esta historia, está contado en un post anterior de este blog titulado Gianni, publicado hace casi un año atrás. Resumo detalles contados allí en extenso. Desconozco cómo se conocieron Emilio y Ada, sólo sé que para cuando papá nació, el 2 de mayo de 1938 (aunque él siempre insistió en que había sido el 1°, día Internacional del Trabajo, para bromear y decir que el mundo entero se paralizaba en su homenaje), Roma estaba paralizada por la visita oficial de Hitler a Roma. Mi abuela tuvo un parto muy difícil en el que perdió litros de sangre y fue atendida por una guardia médica de emergencia. Ese día es evocado en la película Una giornata particolare de Ettore Scola. Revisando, años más tarde, periódicos de la época que mi hermano Valeriano heredó de papá, encontré cierta imprecisión, ya que, según parece, el abrazo entre Hitler y Mussolini que paralizó por decreto a la ciudad, ocurrió dos días después, con lo cual supongo que mi abuela fue internada un día con guardia de emergencia, el día del trabajador, y que permaneció internada varios días, debatiéndose entre la vida y la muerte, nuevamente atendida por otra guardia, la de aquél día particular. En ese detalle, el del hospital sin personal y el parto difícil, coincidían tanto mi abuela como papá. El resultado de este parto fue la pérdida de la matriz, lo que hizo que mi padre fuera hijo único y que siempre dijera que después de él habían roto el molde, y que había nacido triunfalmente con la matriz de su madre en la mano como el trofeo de lo irrepetible. Por aquellos tiempos, Emilio estaba clandestino e Italia combatía como aliada de Alemania. Desde ya, mi abuelo era oficialmente un desertor, y las patrullas fascistas venían a apresarlo. La mayoría de las veces Ada ignoraba el paradero de Emilio (quien entre otras actividades se trepaba a los postes de teléfono para cortar comunicaciones), pero en una ocasión aparecieron cuando él estaba allí. Improvisaron una salida: mi abuela dejó pasar a los agentes y revisar la casa, mientras mi abuelo se colocó en la cornisa del edificio, en el primer piso hacia la calle. Cuando los agentes revisaron el cuarto detrás de cuya ventana pendía mi abuelo, Ada se colocó sobre los vidrios, tapando a Emilio en el exterior. Afortunadamente parece que los agentes del gobierno no apostaron a nadie abajo, y que ningún transeúnte delató a mi abuelo, ya que vivían en el centro de Roma, cerca de la estación Termini, en la Vía Principe Amedeo. Es probable que los mismos vecinos hayan protegido a mi abuelo quien me consta que era muy querido y respetado por su coraje y sus convicciones. Sé que otra vez un portero colaboracionista (aunque amigo de mi abuelo) detuvo invocando influencias a una patrulla que quiso subir a investigar de dónde habían caído unos clavos miguelito (los que caen siempre con una punta hacia arriba) que papá había arrojado por la ventana mientras jugaba. Ambos hechos fueron de los pocos que contó el propio Emilio, y me fueron luego confirmados por papá y Ada. Emilio no hablaba habitualmente de sus actividades durante la guerra, sí en cambio lo hacía obsesivamente Ada. Ella fue la que me contó de los kilómetros que debía recorrer para conseguir alimentos, de cómo pasaban aviones en vuelo rasante que disparaban contra lo que se movía, de cómo al escucharlos mi abuela se protegía como podía tirándose bajo algún automóvil estacionado o metiéndose en un umbral. De esta última forma es como decía haberse salvado de las represalias que tomaban los nazis en Roma, cuando los partisanos mataban a algún soldado alemán, fusilando a los diez primeros romanos que pasaran por la calle. Ella fue quien me contó que recordaba a papá quizás a los tres o cuatro años, parado en su cama, muerto de terror, gritando Gli aeri ! (¡Los aviones!), bajo el estruendo de las sirenas antiaéreas y el rugir de los motores que se aproximaban. Por papá sé que en esos tiempos difíciles Ada y Bruna recibían hombres en casa, regenteadas por Adelle, quizás para conseguir la ración de huevo crudo con la que alimentaban por entonces a papá. Lo cierto es que toda esta situación no le pudo ser disimulada a Emilio cuando pudo volver, tras la caída y ejecución de Mussolini, y el matrimonio fue de mal en peor. Tengo huecos en la historia, pero tal parece que la actividad, al menos de Bruna, continuó (y se incrementó) con la llegada de los aliados norteamericanos. Papá recordaba que su casa fue usada como prostíbulo contando que una vez lo habían retado por jugar con unas "bolsitas" que estaban sobre la mesa de luz del dormitorio de su madre. Algunos años más tarde se dio cuenta de que eran que eran preservativos usados (nuevamente reproduzco su relato en sus propios términos). Las crisis durante la posguerra entre Emilio y Ada eran frecuentes, y una vez se reconciliaron y Emilio invitó a su esposa e hijo a festejar yendo a comer una pizza. No tardaron en llegar los reproches cruzados, hasta que Ada se levantó de la mesa intempestivamente y corrió hacia la calle, seguida por Emilio y papá, quienes vieron impávidos cómo se arrojaba al paso de un auto que le frenó a centímetros de la cabeza. Por aquellos años de la posguerra Bruna se casó con un próspero y acaudalado comerciante de origen judío que decidió venir a invertir e instalarse en la próspera Argentina de los años de Juan Domingo Perón. Bruna, parece que sin consultarlo mucho, tentó a Ada y a su madre Adelle, a que la siguieran. El matrimonio estaba casi destruido, y Ada quiso alejarse de Emilio llevándose a Gianni. Pero el hombre hizo uso de su patria potestad y se lo negó. Y entonces Ada se marchó de todos modos. Luego sigue un nuevo blanco en la historia, pero por lo visto deben haber tenido una reconciliación a la distancia, y Emilio decidió embarcarse con Gianneto, de 12 años, rumbo a Argentina. Desconozco aún las razones por las cuales finalmente Emilio no pudo viajar, pero parece haber surgido una complicación de último momento que lo retuvo en Italia. Decidió mentirle a papá y decirle que viajaban juntos. Lo llevó hasta el puerto de Nápoles, y lo acompañó hasta el barco. Y subió con él, lo presentó con un oficial, y cuando dieron el aviso de que las visitas debían abandonar la cubierta, este oficial tomó a papá del brazo mientras Emilio corría desgarrado y bajaba de ese barco, que unos instantes después partió, mientras Emilio agitaba su pañuelo llorando, pidiéndole perdón a papá por haberlo abandonado en aquél barco, prometiéndole que él se les iba a reunir en poco tiempo. Pero papá, en realidad, nunca lo perdonó. El oficial se encargó, según parece, de un modo muy particular de papá: y en el primer puerto lo llevó a un prostíbulo. Una vez a bordo, los muchachos mayores le robaban la comida y lo amenazaban. Ese viaje de entre 20 o 30 días fue un infierno para él. Aunque al llegar al puerto de Buenos Aires lo estaban esperando su madre, su tía y su abuela felices, papá no olvidaría ese calvario por el resto de su vida, y a ese viaje, más que a la guerra misma, le echó la culpa de su depresión muchos años más tarde. Quizás por ese viaje nunca más volvió a salir de la Argentina (salvo una o dos veces para cruzar a Montevideo, Uruguay), y no quiso volver nunca más a Roma, ni siquiera cuando en el año 1975 ganó el premio Moliere que entregaba la Embajada de Francia en la Argentina, con el auspicio de Air France. A pesar de que el premio incluía un pasaje por avión a París, y a pesar de que se había conectado con unos primos que seguían viviendo en Roma para viajar de París a Roma vía tren, nunca realizó ese viaje. Durante años sostuvo que no podía dejar su trabajo de actor, que lo obligaba a aprovechar una continuidad que podía terminarse y dejarlo desocupado. El argumento era débil, ya que se trataría de un impasse programado de un par de semanas. Años después me confesó, cuando yo viajé a conocer Roma, que él no podía regresar, porque la ciudad no había cambiado nada, y más que un viaje a través del océano, para él sería un viaje a través del tiempo, a la época más infeliz de su vida. "Yo sé que podría materialmente volver, simplemente no quiero volver, no puedo volver, no lo resistiría emocionalmente". Y no volvió nunca más desde aquél día en el puerto de Nápoles, como tampoco volvieron nunca mis abuelos, aunque en el caso de Ada, especialmente, murió añorando y soñando volver a ver a su amada Roma. Siempre repitió que todos los caminos conducían a Roma, pero ese refrán, quizás por diferentes motivos, no se hizo realidad nunca para ninguno de ellos.

24 comentarios:

Anónimo dijo...

Alejandro siempre es interesante escuchar tus historias :), son muy sencibles y hasta a veces se sienten propias cuando uno las lee.

Recuerdo algunas clases donde charlabamos y nos contabas a todos estas historias personales, que son experiencias y microhistorias alucinantes.

saludos profe :D

Unknown dijo...

Si que te haces extrañar, amigo.

saludos!!

Isabel Mercadé dijo...

Dios mío, Alejandro, pero si ahí tienes un material impresionante...Lo has contado muy coloquialmente, como quien está sentado en un café y habla con un amigo, pero sé que si te pusieras a narrar como sabes tú... podría ser espectacular.
Espero la continuación.
Un abrazo enorme.

April dijo...

Es espectacular, aunque le quede corta la descripción.
Sinceramente, no sé (no sabemos?) de donde proviene el apellido Lunadei, pero es obvio que trae consigo grandes aventuras! y más alla de eso, una chispa de efusividad que atraviesa cualquier corazon que se le cruce en el camino.

No sé usted (pero lo sé), yo estoy abatida. Y así pienso, así fluye el pensamiento profundo e intenso. Así se valora.
Valoro todo el universo Lunadei como algo unico. Valoro sus valores y lo valoro a usted. Y valoro toda esta historia (digna de ser narrada, y más por usted) y ser en parte , parte de la misma (valga la redundancia).

Supongo que aunque uno nunca sepa que decir (como yo ahora) siempre queda evocar lo bueno. Lunadei es bueno. Pero/o/Y/Será que no es un apellido.

©Claudia Isabel dijo...

Una historia que merece ser contada.
Un hombre especial tu padre, además de haber sido un excelente actor. Yo también soy descendiente de imigrantes(suizos), y a menudo pienso en lo que ellos habrán sentido cuando tuvieron que alejarse de su lugar en el mundo por causas como la guerra, el hambre, la muerte de los seres queridos...
EStoy escuchando "Turandot" y es una de mis preferidas...siempre lloro!
Que gusto pasar por tu blog
Un abrazo

Anónimo dijo...

Pucha que buena historia, que fuerte,....como para novelarla y hacerla guión de cine.Quien sabe!
Un abrazo,

Ademas hay que tener huevos para contarla.

Rolando.

Marisa Peña dijo...

In creíble...he leído con la boca abierta y el corazón palpitando esa historia tan plena, con tantas posibilidades literarias como bien apunta nuestra Bel. Alejandro, qué gusto volover a leerte. Te echaba de menos. Besos

Isabel Mercadé dijo...

Querido Alejandro:
Como ya digo allí, sin ningún compromiso, tienes un pequeño obsequio en las Amapolas.
Besos.

carmen jiménez dijo...

Querido Alejandro. La verdad es que en más de una ocasión me ha faltado la respiración. Todos tenemos una historia detrás, pero desde luego la tuya es digna de ser contada. Me queda la pena de saber o de no querer saber si tu padre volvió a ver al suyo. Si Emilio alguna vez cogió el barco hacia la Argentina. En realidad nos queda todo por saber. No tenía idea de que ibas a comenzar esta historia como si de una novela se tratara. Yo sigo enganchada a la otra también. Ya hablaremos. De momento me quedo con una punzada de dolor en el corazón por todas la miserias a las que la guerra nos obliga. Como bien sabes, España no participó en la Segunda Guerra Mundial porque nosotros tuvimos la nuestra propia. Guerra de todos modos. Niños arrancados de su infancia, padres separados de sus amores, muerte por todos lados, supervivencia...El único consuelo, poder quererlos.
Un gran abrazo y un enorme honor compartir tu historia.
Por cierto que estuve hace poco en Roma y para mi fue un sueño, un paseo por la historia. Y hace menos de un mes, estuve en Venecia celebrando mis bodas de plata, y ni te cuento. Es que yo adoro Italia.
Otro abrazo

Goliardo dijo...

Gracias, Princesa, creeme que para mí es una suerte poder compartir estas pequeñas historias, las vengo cazando desde mi infancia. Me faltó contar, o quizás lo cuente más adelante, o quizás te lo cuento a vos primero, que Ada, la Nonna, mi abuela, me introdujo en la "literatura oral" contándome una y otra vez estas historias que son como nieblas que desaparecen cuando sale el sol. Y yo corro con mi frasquito a tratar de atraparlas. Me alegra mucho tu visita y tu comentario, y que insistas en seguir transitando estas historias como nieblas. Te mando un gran abrazo.

Goliardo dijo...

Mi querido amigo Troba, tengo que tomar un poco de aire por tus pagos y endulzar mis oídos con tus melodías, creeme. Gracias por pasar siempre por casa.

Goliardo dijo...

Bel, debo decirte que te has transformado en una gran motivadora de mi alma, desde que con tus amapolas te cruzaste en mi camino. Imaginate que la idea de escribir esta historia me viene rondando desde hace años. Son los últimos capítulos, los recientes, los que me empujan a apurarla un poco. Lamentablemente quizás el final no sea el esperado, aunque en realidad, el verdadero final todavía está por escribirse. Prometo develar misterios pronto, y me alegra que estés allí, de corazón, para valorar estas memorias de los míos, que son también muy propias. Te abrazo fuerte, y aprovecho para agradecerte tu maravilloso premio, que de verdad me refrescó el alma.

Goliardo dijo...

Querida April, te tocó vivir esta historia (la que viene) de cerca, y creeme que es maravilloso tener a mis queridos alumnos cerca, siempre dispuestos a escuchar relatos de índole diversa, y aportar su visión imaginativa, sensible e inteligente en cada ocasión, para enriquecer estas historias. Es fácil mantener viva esta chispa familiar a la que te referís, con la brisa fresca de ustedes, que alimenta este fuego, que produce esa chispa. Gracias por valorar este universo y por estar siempre cerca, en la distancia y en los sentimientos. Poco a poco la luz se asoma y todo vuelve a su lugar, para volver a contar y a capturar historias que flotan por el aire. Un abrazo grande, nos vemos en la semana.

Goliardo dijo...

Es cierto, Claudia, lo que reflexionás , sobre los inmigrantes en general, detrás de cada uno de ellos hay una historia épica de dolor, guerra, hambre y desarraigo. A mí se me ocurre que nos toca a nosotros rescatar este sufrimiento y cerrar todo ese dolor con nuestra lucha cotidiana y la memoria de su dolor hecha relato que sobrevive al tiempo. Gracias por compartirlo y valorarlo. Te mando un gran abrazo.

Goliardo dijo...

Querido amigo Alf, siempre pensé que esta historia tenía características cinematográficas. Habrá que ver quien la produce... Mientras tanto, es buen ejercicio darla a conocer y quizás exorcizar sus viejos fantasmas, soñando con que nuestra vida termine siendo el final feliz de tanto viejo dolor. Un abrazo, y gracias por tu visita y tus palabras.

Goliardo dijo...

Querida Marisa, para mí siempre es un salto de alegría encontrarme contigo aquí, ya que yo también echo de menos nuestro intercambio. En estos últimos tiempos sigo atrapado por esta misma historia, pero creeme que pasé por tu blog y no pude terminar de dejar un coomentario, varias veces. Siempre eres bienvenida, y te recuerdo especialmente al escribir estos retazos de memorias, porque me recuerdan a las tuyas, las de tus abuelos, que tan maravillosamente compartiste con nosotros. Gracias por alentarme a darle forma literaria, ya que es una vieja idea a la que no le daba entidad por una especie de pudor. Ahora los hechos presentes se me adelantan y me empujan a contarla en forma de relato informal, pero quien sabe, esto sea un borrador al que se le agreguen futuras investigaciones que lleven a algo más. Veremos en las próximas entregas, mientras tanto, la historia continúa. Gracias, queridísima amiga, por tus palabras, llenas de afecto y sincera emoción, que producen lo mismo en mí. Recuerda que aunque no deje huella, siempre estoy rondando por tu casa. Te mando un gran abrazo, espero que estés disfrutando tu primavera.

Goliardo dijo...

Querida Carmen, mi "luna-dei", debe ser la otra parte de tu media luna. Siempre sintonizás (dejo de lado el tuteo hispánico que tanto me agrada para que no me rete mi amigo Abbas, que quiere que "chamuye" en porteño, con voseo)en mi misma frecuencia y para colmo sos una seguidora fidelísima. A la otra historia se le atravesó ésta, que en realidad siempre estuvo latente y me sigue desde la infancia, y ahora amenaza con cerrar un final. Pero es un lujo tener lectores atentos y demandantes de corazón, es un verdadero honor. Y sobre todo cuando leen con tanta atención, aún más que yo al releer lo que escribo: me hiciste dar cuenta de que nunca aclaré lo de Emilio. Lo agregaré al próximo relato, pero a vos te lo cuento al oído, en secreto: Emilio vino a la Argentina un tiempo después, y tampoco pudo regresar nunca. En realidad es un detalle importantísimo, y es uno de los personajes más queridos de mi infancia. Lo conocí anciano, era un hombre rudo, robusto, trabajador, tosco quizás, pero con el corazón más bondadoso y tierno que yo recuerde. Vivió extrañando su Italia natal en silencio, casi sin quejarse, pero con un desgarramiento interno. Aprendió a amar esta tierra lejana, cantaba tangos argentinos en una imposible mezcla lingüística italo-romana-porteña. Pero lo hacía con pasión. Era fanático de nuestro Boca Juniors (como yo)y había perdido casi contacto con la realidad de su país, pero fue un romano de pura cepa hasta el último de sus días. Se merece un capítulo para él sólo, aunque sea breve. Lo prepararé para esta semana, considerate la inspiradora, por encontrar ese error que me lleva a una especie de reparación histórica.
En cuanto a Italia, mis abuelos me inspiraron un amor por su patria al punto de ser yo mismo un auténtico italo-argentino, aún más que mis propios hermanos. Quizás por esa razón, mis amigos me llaman "tano", que en porteño significa italiano (por apócope de "napolitano", así como a los españoles los generalizamos con el característico "gallego", que suele caer tan mal). Estuvimos hace 15 años en Roma, sólo un par de días. Sueño con poder conocer Florencia y Venecia, y también Nápoles y de ser posible Sicilia, ¡y todo lo que se pueda! La única lengua que estudié en mi vida, además del castellano, es el italiano, aunque no lo practiqué con regularidad y lo tengo un poco perdido. Te prometo hablar también de todo esto más adelante. Mientras tanto, te felicito por tus bodas de plata, yo también voy en camino a ese festejo ¡Ojalá pudiera ser en el mismo escenario que elegiste! ¡Felicitaciones! Corro a escribir la continuación de la historia.

Goliardo dijo...

¡Claudia! ¡Me olvidaba! Turandot es grandiosa, en especial Nessun dorma. Amo ese final con ese "¡Vinceró!" tan triunfal. Espero que sea como un símbolo de esta misma historia, que viene dando algunos tumbos en mi cabeza. Te mando otro abrazo.

Anónimo dijo...

Que fuerte llegar hasta aquí, descubrir tanto talento, conmoverme con tu sensibilidad, llorar con Turandot compartida con mi amiga Claudis, descubrir que REL también pertenece a la hermandad.
Vine por esas causalidades, paré antes en la taberna pero mi temor a no estar tan lúcida me hizo vnir ntes aquí, invitarte a la logia de mi labeinto, y compartir historias.
Muy fuerte el concepto de la historia familiar,me hiciste volver a algunos recuerdos anestesiados, a Albidona, el pueblo de mi padre, que ahora está allí, y me hiciste llorar, sí, d ela emoción.
Me ALEGRO DE SABER QUE UN ALMA COMO TÚ TAMBIÉN COMPARTE ESTE ESPACIO
besos y te espero

Goliardo dijo...

¡Bienvenida Paola! Será porque "los argentinos descendemos de los barcos" que somos así, nostálgicos, sensibles, y también hospitalarios y acogedores, quizás porque vemos en la mirada del otro la emoción por las mismas cosas, y entonces nos re-conocemos en el otro y a nosotros mismos, y así, los recuerdos de exiliados se nos vuelven propios.
Me alegro por este encuentro, y celebro los que vendrán. Un gran abrazo.

Alicia M dijo...

Querido Ale, Esta historia, como sabes, es muy conocida para mi...pero me emocionó tu recuerdo respetuoso y sin golpes bajos. Tu padre la contaba igual. Como si fuera un cuento de café. De verdad siempre creí que tenía que cerrar su historia yendo a Roma, pero no se dejó convencer. En realidad trataba de disimular, pero yo, que lo conocía casi desde su llegada a Bs As, notaba que se ponía muy mal...y no insistía. Ahora, no sé si hice mal. Un beso de todo corazón, hijo amoroso y amado por mi y por todos. Gracias por ser como sos!

mike dijo...

dos meses despues de tu tan ansiado posteo, reconocido por mi via telefonica, casi con solo las diferencias que te brinda la posibilidad de sentirse mas a gusto sobre una hoja de papel y un lapiz en mano que frente a un telefono. Solo me queda brindar por eso , por la vida que no deja de sorprendernos, brindar por esta amistad que el tiempo a unido hasta hermanarnos. Y por ultimo brindo por vos Alicia y tus siempre tan amorosos comentarios.
Salù

Isabel Mercadé dijo...

Sólo pasaba por aquí a decirte que no se te olvida, Alejandro.
Espero estés bien.
Un abrazo enorme.

©Claudia Isabel dijo...

Goliardo, ojalá vuelvas a tu espacio. Siempre es un placer leerte
Un abrazo desde La Perla de Janis